Después de la anterior entrada, en la que me quejaba de los inconvenientes que uno se puede encontrar en un photocall, y aún a riesgo de parecer que el mundo de la información está lleno de crápulas, toca habla del crítico de cine. Vaya por delante la advertencia: en este mundo, como en cualquier otro, hay profesionales como la copa de un pino. No pretendo aquí demonizar una profesión, censurar a unos compañeros trabajadores (cobren o no por ello, que a mí eso me da igual), ni generalizar hacia lo negativo la experiencia. Y es que ser crítico de cine mola y está lleno de ventajas. Cine gratis, pensarán algunos. Y sí, es cierto, el crítico de cine no paga por ver las películas que después evalúa. ¿Soy crítico de cine por no pagar? En absoluto. Llevo ya casi siete años escribiendo sobre cine en mi blog, La Sala de Cine, y de vez en cuando también lo hago en Suite 101 y lo hago porque no entiendo mi vida sin el séptimo arte. Desde crío ha sido parte de mi experiencia vital. Idolatro la sensación de sentarme en una sala y ver una película.
Por eso no doy crédito al comportamiento de algunas personas que se dedican a lo mismo que yo, algunos de ellos incluso ganando un buen dinero por ello. Insisto, va en las siguientes líneas lo peor del gremio. Porque ¿de qué otra forma puedo calificar a alguien que va a los pases de prensa a dormir? Si nos ponemos a bromear, me diréis que seguro que la película era malísima. Pero, claro, viene a darme un poco igual la calidad de la película que estemos viendo. Dormirse no es una opción aquí, como no lo es en cualquier trabajo. ¿Cómo me vas a contar qué puedo esperar de un filme si no lo has visto en su totalidad? Dado que desconozco la vida, los esfuerzos y las circunstancias de la gente que me rodea en un pase, puedo llegar a entender un caso puntual. Pasa a ser algo inexcusable cuando se repite o cuando incluso se bromea sobre esa posibilidad antes de un pase con otro compañero ("si ronco puedes darme un codazo"; y sí, ronca y bien alto) y de que se haga realidad, claro.
Pongamos un pase cualquiera, que podría haber sido hoy, hace dos días o la semana pasada. Hasta cinco compañeros han entrado tarde en la película. Una de ellos... una hora tarde. Siempre he entendido la puntualidad como algo esencial y este caso, obviamente, no es una excepción. Al contrario, me parece un requisito. Sé que no sucederá nunca, pero soy un firme defensor de que el cine cierre sus puertas en el momento en que empiece la proyección y nadie pueda entrar. ¿Pero una hora tarde? ¿Para qué entras entonces si ya te has perdido la mitad de la película que venías a ver? Igual pensaba que ver un ratito basta para hacer una crítica. Al menos al entrar en la sala esta compañera decidió agacharse al cruzar la pantalla. Y lo digo porque alguno de los otros cuatro no lo hizo. ¿Que molesta a los demás? Pues no nos queda más remedio que aguantarnos.
Uno tiende a pensar que un pase de prensa tiene que ser diferente de una proyección usual. Que tiene que haber un respeto mayor entre la audiencia precisamente por el hecho de esta trabajando. Suele darse, sí, pero por ejemplo los móviles son tan enemigos del disfrute de un pase de prensa como lo es en una visita cualquier al cine. Lo raro sigue siendo el pase en el que no suene uno. Y lo siento pero me sigue asombrando. Me asombra esa falta de respeto de la gente en general, pero mucho más de profesionales. La explicación benevolente es que son llamadas que tienen que atender estén donde estén. De trabajo, de familia, de lo que sea... Perfecto, eso lo entiendo. ¿Pero tan difícil es hacerlo de una forma en la que no moleste a nadie más? Llamadme sibarita si queréis pero, al margen de no silenciarlo, cuando tengo la atención puesta en la película me parece una molestia más que evitable estar viendo la pantalla del teléfono a quien se sienta a mi lado o en la fila anterior. Por desgracia, el hecho de ser profesionales no altera esa conducta en muchas personas.
En vista de que el spoiler se ha puesto a la orden del día y forma parte del trabajo cotidiano (de eso ya me quejé aquí; qué le vamos a hacer, estoy últimamente muy quejica...), suelo ir a los pases de prensa con la menor información posible, la imprescindible para poder hacer bien mi trabajo. En ocasiones, hay compañeros que ni eso y no deja de sorprenderme. Una muestra con títulos: Monstruos University. La película tiene una broma final después de los títulos de crédito. Forma parte de nuestro trabajo saber que Pixar suele incluir guiños durante o al final de los créditos de sus películas. No era, por tanto, algo inesperado. Pues bien, de todos los periodistas presentes en el pase en el que yo estuve sólo dos nos quedamos a verla. Recuerdo una desbandada parecida cuando vimos Capitán América, película en la que era algo más que previsible que hubiera una escena al final, como la hay en todas las películas que forman parte de la producción de Marvel Studios que desembocó en Los Vengadores. Aquel día la mitad de la sala también se la perdió.
Claro que podría ser peor. Pongamos que en una película cualquiera, sin poner su título ni ubicar la fecha de su pase precisamente para no caer en la trampa del spoiler de la que me quejaba, acontece la muerte de uno de los personajes principales. Ya sabéis, una de esas escenas clásicas en las que el héroe caído consigue despedirse de su amigo/amada/alumno/mentor con un enorme dramatismo. Ahora pongamos que eres un crítico conocido. No de esos cuyo todo el nombre conoce (de los que hay pocos, la verdad), pero sí con un currículum largo en medios importantes. Pongamos ahora que ese crítico se marcha de la sala instantes antes de esa escena y vuelve a aparecer en su interior apenas unos segundos después. Poco tiempo pero suficiente para perderse la escena en cuestión. ¿Qué clase de crítica escribirá ese afamado crítico sobre la película si le falta semejante instante para poder evaluarla? Supongo que la respuesta es que da igual. La moraleja es que viene a ser imprescindible ver toda la película para poder evaluarla, ¿no?
Lo dicho, estoy en plan quejica. Pero como valoro la profesión son cuestiones que de vez en cuando no viene mal soltar.