miércoles, enero 25, 2012

(Casi) 20 años no son nada


Esta es Kate Beckinsale cuando tenía 20 años, junto a Emma Thompson, con quien participó en Mucho ruido y pocas nueces, una de las muchas adaptaciones de textos de Shakespeare que hizo Kenneth Branagh en los comienzos de su carrera como director. No creo que sea una grandísima actriz, pero sí pienso que tiene una simpatía especial. Me lo pareció entonces, hace ya casi 20 años, cuando vi esa película. Por aquel entonces Hollywood no debía de estar de acuerdo conmigo, porque esa chiquilla de veintipocos años apenas consiguió papeles importantes hasta que ya tenía veintimuchos, que es precisamente cuando el cine americano ya empieza a devorar actrices en busca de caras (y cuerpos) mucho más jóvenes. Cosas de Hollywood que nunca entenderé. Ni de la sociedad en general, que no ve más belleza que la juventud.

Esta es Kate Beckinsale hoy. Ha estado en Madrid, promocionando su última película. No sé si esos casi 20 años que han pasado entre esta foto y las que he tomado hoy no son nada o sí son mucho, pero creo que las fotos hablan por sí solas. Kate Beckinsale tiene hoy 37 años, rozando esa edad en la que Hollywood tira actrices a la basura. Leyendo algo sobre ella, descubro que con quince años tuvo un episodio de anorexia que achacó a la temprana muerte de su padre. Aplaudo su valentía para hacerle frente. Leo también que está en contra de la cirugía estética. Bien por ella y por las que no se dejan seducir por la red de engaño quirúrgico que nutre de bellezas eternamente jóvenes al mundo del espectáculo Y yo, además de eso, tengo que decir que me parece infinitamente más hermosa que muchas de esas jovencitas que hoy deslumbran al mundo.

lunes, enero 16, 2012

Fraga

No son muchos los personajes de la vida pública española capaces de desatar tal cantidad de reacciones, recuerdos y adjetivos en el momento de su muerte. Manuel Fraga era, indudablemente, uno de ellos. Hoy todo el mundo tiene algo que decir de Fraga. Yo también tendría si me pusiera a ello, claro. Pero no lo voy a hacer. Hoy me he encontrado con tantas cosas que no me han gustado, que no me quiero sumar a este espectáculo. Por un lado están quienes escriben elogios infinitos, no ya por aquello de seguir el tópico de que no hay muerto del que se pueda hablar mal, sino por el convencimiento interesado de que Fraga era un hombre de Estado sin tacha. Respondiendo a éstos están quienes replican con lo que entienden como verdades silenciadas, partes del mosaico que quedan ocultos por el fervor de los suyos. Y, por otro lado, están quienes hacen burla de la muerte de Fraga o directamente la celebran.

Yo es que, a pesar de esta desagradable tendencia moderno de esta obligado a elegir bando en todo, no me veo en ninguno de los tres grupos. Fraga no era, sobra decirlo, un personaje que me cayera simpático. Ni mucho menos. Pero he tenido la suerte de poder valorarle en vida y por sus actos, aunque sea durante una ínfima parte de su tracyetoria. Su muerte no me hace sentir ganas de revanchismo, que lo hay en algunas de las reacciones que ahora se están escuchando sobre él. Pero sí me llama la atención porque evidencia que no estamos demasiado a gusto con demasiadas cosas de nuestra historia reciente. Ni unos, ni otros. Mucho se ha acusado a Zapatero de reabrir heridas con la Ley de Memoria Histórica. Yo nunca pensé que tuviera la culpa de nada parecido. Al contrario, tenía claro que todo eran sentimientos latentes que muchos estaban deseando que salieran a la superficie. La Ley fue la excusa para airear sus propios fantasmas. Los unos para acusar a los otros y los otros para afear a los unos por esas acusaciones. Y vuelta a empezar. Las reacciones a la muerte de Fraga evidencian que aquello sólo fue una excusa para que todos siguieran tirándose los trastos a la cabeza. Al menos fueron sólo los trastos, ya no se dispara en España por eso.

Lo gracioso es que quienes con más virulencia acusaron a Zapatero poco menos que de provocar sin motivo a la mitad de los españoles son quienes ahora borran lo que no quieren contar de la historia de Fraga para hacerle quedar como lo que seguramente no es. Pero ellos, claro, no son provocadores, no pueden ser los malos de la película si tienen un Zapatero presente. De todos modos, ese juicio a la figura de Fraga es trabajo para los historiadores. Los libros contarán, de hecha ya cuentan, quién era Fraga y qué hizo en su dilatadísima vida política. Diría que confío en ese juicio, pero no es cierto. Porque los libros los escriben personas y las personas que tienen relevancia en este terreno, como ya demostró la no tan lejana polémica por aquel diccionario de la Real Academia de la Historia, no tienen pudor en demasiadas ocasiones a la hora de generar enfrentamientos y rechazo. Ahora bien, ni la vida de Fraga, ni los muchos puntos de desacuerdo que tenía con él y con su forma de hacer las cosas, ni tan siquiera sus ideas franquistas me hacían desear su muerte. Por lo visto a muchos sí. El odio es libre, no voy a juzgar tampoco eso. Pero tanto odio no puede ser bueno.

Este espectáculo me genera cierta tristeza porque no termino de entender las posiciones de nadie. Si acaso, las de aquellos que están intentando responder a las biografías oficiales con hechos que completan el cuadro, que lo hacen más auténtico y realista, que exceden lo que se cuenta para engrandecer a una figura y crear un mito. No a las de todos, por supuesto, porque, insisto, hay mucho revanchismo que ha dejado de estar latente. Pero eso sí lo entiendo. Yo mismo soy de los que se indigna cuando escucha historias interesadamente incompletas y se ofrece a completar los cuadros que sí conoce. Con el resto de este espectáculo no comulgo.

jueves, enero 05, 2012

¿Por qué han votado los españoles a Mariano Rajoy?

Las primeras medidas del Gobierno y la encuesta del CIS cuyos resultados se han conocido hoy me llevan a preguntarme por qué han votado los españoles a Mariano Rajoy para que sea presidente del Gobierno. No pretendo con esa pregunta, ni con las respuestas descartables que añadiré a continuación, juzgar la acción de Rajoy en La Moncloa, líbrenme los poderes superiores de lanzar sentencias definitivas sobre un trabajo de apenas quince días, que son los que lleva sentado en la silla del poder. Sé que en esta polarizada sociedad, en la que parece que casi todos tenemos una capacidad innata de ofendernos por todo, habrá quien interprete esto como un ataque injustificado y muy tempranero. Pero es que en ese breve espacio de tiempo se me han generado tantas dudas que me hace preguntarme por qué está efectivamente sentado en el Palacio de la Moncloa. Veamos.

Quiero suponer que los españoles no le han elegido por "llamar al pan, pan y al vino, vino", como dijo en la investidura, porque tiene un registro bastante poco esperanzador en el tiempo de hacer lo contrario de lo que dice y promete. No iba a subir impuestos porque sería contraproducente para la economía española en una situación como la actual. Lo dijo como jefe de la oposición a lo largo de toda la legislatura pasada. Lo dijo en la campaña electoral. Lo dijo incluso en el debate de investidura. Nada menos. ¿Y qué es lo que aprueba en su primer Consejo de Ministros? Una subida de impuestos. No valoro si era necesaria o no, seguramente lo sea, pero sí valoro el temerario compromiso. También se comprometió a actualizar las pensiones y a que los pensionistas no perdieran poder adquisitivo. Lo primero lo ha hecho, sí, pero un millón de ellos perderá poder adquisitivo con la subida de impuestos. Hecha la ley, hecha la trampa. Yo escuché a bastantes votantes y periodistas que no votarían a Rubalcaba por mentiroso. ¿Por qué votaron a Rajoy? ¿O qué piensan ahora de esa razón de su voto?

Tampoco creo probable que haya muchos españoles que hayan votado a Rajoy por su facilidad para calmar a la gente con sus explicaciones. Más que nada porque esas explicaciones no se producen. Soraya Sáenz de Santamaría insiste una y otra vez en que estamos ante una situación extraordinaria, de excepción, dificilísima. ¿Y dónde está el presidente del Gobierno? Me lo preguntaba cuando era electo, y no apareció. Me lo pregunto aún más cuando ya está nombrado. Situaciones excepcionales requieren explicaciones excepcionales. Y si el presidente del Gobierno no aparece, malo. Con la prensa no ha hablado más que para leer la lista de sus ministros e ignorar una pregunta sobre el tema. En el Parlamento no hablará hasta finales de enero, 40 días después de tomar posesión del cargo. En La Moncloa todavía no lo ha hecho pese a la importancia de sus medidas y ha delegado en su vicepresidenta, que ni siquiera sabe si Rajoy va a hablar algún día y así lo ha dicho. Es obvio que Rajoy no ha recibido votos por lo bien que explica sus decisiones.

A tenor de lo que dice el CIS, parece evidente que se votó a Rajoy para echar al PSOE. Eso se deja ver con que el 88,1 por ciento cree que la crisis influyó mucho o bastante en el resultado (aunque luego la gente se esconde y el 34,2 por ciento dice que no influyó para nada en su propio voto; ya sabéis, son los demás, siempre son los demás...) y en que sobre 10 den un 7,82 al grado de responsabilidad que tiene el Gobierno en la situación actual (aunque, vaya, qué curioso, le da menos responsabilidad que a los bancos, a la situación económica internacional e incluso que al Banco de España). Pero tampoco parece que haya mucha confianza en que Rajoy vaya a solucionar desde el Gobierno la crisis, porque un 70,4 por ciento cree que va a empeorar más. ¿No le han votado entonces para que solucione esto?

Pasan los días, se suceden los acontecimientos. Y yo me mantengo en mis dudas. No profundizaré en las que me generan las medidas económicas adoptadas, porque no puedo argumentar con firmeza ni conocimientos el temor a que no generen empleo, que es lo que más preocupa a los españoles, según confirma una vez más el CIS. Pero sí que se puede decir que todavía no soy capaz de entender por qué han votado los españoles a Rajoy más allá del cambio por el cambio, y sin negar que fuera necesario porque eso es otra discusión. Rajoy, desde luego, se está afanando en incrementar mis dudas a este respecto. Y sólo lleva quince días como presidente.