miércoles, diciembre 28, 2011

Diez años de inocentada continua

Diez años ya de euro, diez años de inocentada continua. No consigo verlo de otra forma por mucho que economistas de renombre me intenten explicar las bondades de la moneda única. Visto desde el punto de vista del ciudadano corriente, y sin meterme en grandes cifras que no entiendo ni sé explicar, el euro es la representación práctica de una tomadura de pelo. Con este aniversario proliferan las noticias que hablan de la brecha que se ha abierto entre el dinero que ganamos y el que nos cuesta emplearlo en bienes y servicios de lo más cotidiano. Los salarios han subido en esos diez años un 13,9 por ciento y todo lo demás entre tres y diez veces más.

Dicen estudios, análisis e informes que la vivienda ha subido en estos diez años un 66 por ciento. Los alimentos, un 31. La enseñanza, un 44. El transporte, un 46. Una Coca-Cola vale más del doble de lo que nos costaba hace una década. Entrar en el Museo del Prado, cuatro veces más. Pago un 72 por ciento más por un billete sencillo de autobús o metro. El metro cuadrado de vivienda en Madrid cuesta hoy un 78 por ciento más que entonces. Se mire por donde se mire, la cosa es insostenible. ¿Cómo pagar esos porcentajes de más con una subida de sueldo tan exigua? Es ahí donde hay que buscar los auténticos males de la sociedad, en esa brecha cada vez más enorme que hay entre lo que gana un individuo y lo que nos cobran por los bienes y servicios, sean empresarios, comerciantes o gobiernos e instituciones públicas.

No tengo ni la más remota idea de si la culpa es del euro, no puedo dar explicaciones técnicas que no tengo, más allá de aquella evidencia de que muchos lo único que hicieron fue poner una coma a sus precios en precios para convertirlos al euro. Entonces no hubo control alguno y lo que se hizo fue cambiar la metodología de cálculo de la inflación en los informes del Instituto Nacional de Estadística. Eso permitió camuflar lo que era un secreto a voces. Que la vida era más cara con el cambio de moneda, mientras que los sueldos se calcularon al céntimo. La que está liando Zapatero. Ah, no, que no era Zapatero. Es que los muñequitos de plastilina con los que nos querían convencer de lo imposible parecen tan de izquierdas. Tanto da. Como si lo fueran. Si el caso es quejarse.

Perdonad que mi broma del día no tenga ninguna gracia. En cualquier caso, feliz día de los inocentes.

jueves, diciembre 22, 2011

El presidente del Gobierno Mariano Rajoy y su desprecio a la prensa

Estaba convencido de que el cambio en el Gobierno iba a resultar muy perjudicial para la labor periodística e informativa y el presidente Mariano Rajoy no ha tardado más que un día en confirmármelo. Mi yo periodista está muy molesto por el desprecio del jefe del Ejecutivo a esta labor profesional, que solía ser hermosa y honorable y que ahora pende de un hilo que todos quieren cortar. No me gusta que alguien que es o que aspiraba a ser presidente del Gobierno vea a la prensa como un estorbo. Mucho menos que encima haga ostentación de ello. Eso, y no otra cosa, es lo que hizo con su "comparecencia" para anunciar la composición de su Ejecutivo.

Lo que pasó es bien sencillo de relatar y evaluar. En primer lugar, cita a los medios de comunicación a las 19.30 horas. Menos mal que uno de los objetivos que citó en su discurso de investidura era la conciliación laboral y familiar. Será que los periodistas no tenemos derecho a ella. Ya sé que algunos lo verán como una anecdotilla sin más trascendencia, así que sigamos. En segundo lugar, reduce su comparecencia a poco más de un minuto, a la lectura de los nombres de sus ministros y las carteras que van a ocupar. Entonces, ¿qué valor tenía estar allí presente? Otras de las cosas que dijo en la investidura es que quería potenciar el teletrabajo. Qué oportunidad tan hermosa de comenzar a predicar con el ejemplo. Porque eso y nada para una comparecencia pública de esta índole es lo mismo. Pero lo peor fue el colofón.

Hubo algún profesional valiente que, antes de que saliera corriendo, intentó hacer una pregunta a Rajoy, llamando la atención del nuevo presidente del Gobierno desde su derecha (no, no voy a hacer el chiste fácil porque, como decía, estoy muy cabreado). Rajoy pregunta si será una cuestión técnica. Le responden que sí. La cuestión era qué criterios técnicos había aplicado el jefe del Ejecutivo para designar a los ministros del área económica. Rajoy se ríe, dice "muchas gracias por la pregunta" y se marcha sin contestar. Con un par. Con desprecio, y una sonrisa que lo hace más hiriente todavía. Los periodistas no somos nada más que instrumentos para el nuevo presidente del Gobierno, instrumentos a los que no importa menospreciar en público y cuyo trabajo puede ser despreciado de esta forma desde el primer día.

Cuando José Luis Rodríguez Zapatero llegó a la Presidencia del Gobierno, uno de los compromisos que adoptó fue someterse a una rueda de prensa abierta en cada periodo de sesiones, es decir, cada seis meses. Entonces pensé era una buena noticia, pero que la profesión se contentaba con muy poquito. Creo firmemente que, sin tener que estar atendiendo a la prensa a cada instante, un presidente del Gobierno tiene que estar a disposición de los medios, como intermediarios que somos, o tendríamos que ser, de la opinión pública y de los ciudadanos. Sin echar mano de la hemeroteca y comprobar que haya cumplido a rajatabla aquel compromiso, sí considero que Zapatero ha cumplido con esta parte de su trabajo, creo que periódicos, radios, televisiones y agencias han podido preguntarle con cierta frecuencia.

Rajoy no contestaba a las preguntas ni siendo jefe de la oposición. Sus periodos sin someterse a ruedas de prensa abiertas eran mucho más amplios que los del jefe del Ejecutivo. Eso, además de incomprensible, es gravísimo, pero a nadie ha parecido importarle demasiado hasta el día de hoy. Ni supongo que le importará de ahora en adelante. Yo lamento que haya habido tantos medios de comunicación que le hayan seguido el juego. Medios de su tendencia ideológica y de la contraria. No hay asociación de la prensa que se haya rebelado, no hay periódico, televisión, radio o agencia que haya puesto el grito en el cielo ante los numerosos desplantes a la prensa que hizo Rajoy cuando no ostentaba ningún cargo público más allá del de diputado.

Ahora es peor. Ahora Mariano Rajoy es el presidente del Gobierno. Y el presidente del Gobierno, no ya Rajoy, decidió ayer, tras escuchar una pregunta, que no quería contestarla. Punto. No hay más. No le dio la gana dar una contestación lisa y llanamente porque no le gustó la pregunta. Y tengo la certeza absoluta de que esa cuestión que se llevó el viento será la primera de las muchas que no responderá el nuevo inquilino de La Moncloa. Para denunciar y lamentar esto no importan las tendencias ideológicas de quien escribe, la cortesía de dar cien días de gracia a un cargo recién elegido o la evaluación de su acción de gobierno. El presidente del Gobierno despreció a la prensa. Y yo, como periodista, estoy molesto. Y, aunque no me sienta apenas secundado por la profesión, pataleo porque no puedo hacer otra cosa. Al menos ese derecho no me lo pueden quitar ni siquiera desde el Ejecutivo.

domingo, diciembre 18, 2011

"Los que me critican no saben nada"

"Esto es para callar la boca a los que me critican. (...) Los que me critican es porque no entienden nada de fútbol". Cristiano Ronaldo dixit. Dixit, por supuesto, después de meter tres goles y de ganar un partido contra el Sevilla por 2-6, porque las críticas a las que se refiere le llegaron cuando perdió 1-3 contra el Barcelona. Fanáticos de Cristiano Ronaldo o del Real Madrid, absténgase de sentirse ofendidos por lo que voy a escribir ahora, del mismo modo que no es ésto una diatriba que los anti-Cristiano vayan a poder aprovechar, porque no voy a abrir aquí un debate futbolero sobre la persona del portugués más universal de este deporte, con permiso de aquel que le entrena ahora mismo en su equipo. Cristiano me sirve sólo como gancho para lamentar que todo en la vida parezca ya regirse por los principios que enuncia el futbolista. Y es ahí donde encaja mi pesar.

En esta vida sólo parece haber hueco para los vencedores y para los ventajistas. Es decir, que si ganas, si triunfas, eres una especie de dios en la tierra al que hay que alabar e imitar por encima de todas las cosas. ¡Cómo no hacerlo, si triunfa! Si uno gana, no hay más caminos posibles que la asunción de los métodos de ese uno, sobre todo si los demás caminos posibles no te llevan al triunfo de una forma inmediata. Si pierdes, si no consigues lo que socialmente se considera imprescindible, eres ya de repente un apestado. No importa que trabajes dejando todo tu esfuerzo en la tarea, ni que tengas buena fe en lo que haces o en lo que decides. No ganas, no eres nadie. Punto. Y cuando no eres nadie, desatas el ventajismo de casi todos los demás. El "ya te lo decía yo", el "haz como yo", el "no tienes ni idea", el "eres un perdedor". Y eso, casi inevitablemente y porque la vida siempre da muchas vueltas, provoca tu propio revanchismo cuando ganas otra vez. "Los que me critican no saben nada", "esto es para callar la boca a los que me critican".

Me aburre hasta la nausea esa mala baba que parece tener demasiada gente en esta vida. Me aburre porque hace que ya no se pueda hablar de casi nada en esta vida. Si criticas a Rajoy, tienes que hacerlo también a Zapatero o al que venga detrás de él. Si no te gusta algo que haga el Barcelona, por qué no dices lo mismo del Madrid. Si das un consejo a alguien, por qué no te metes en tus propios asuntos. Si el otro rompe las normas, por qué no las voy a romper yo. Me aburre. Pero no tanto como para dejarme llevar por esta vorágine. Una crítica motivada, una ecuánime o una sincera es lo mejor que puede recibir alguien en su trabajo. Imagino que Cristiano Ronaldo se refiere a las otras, a las dañinas y las ventajistas. Pero estamos pisando ya desde hace mucho tiempo terrenos demasiado peligrosos en los que prácticamente todo el mundo se siente con el derecho de menospreciar lo que hace, dice o piensa cualquier persona, esté o no referido a los asuntos de uno mismo, y en el que no se puede hablar de nada, por afable que sea el tono, sin despertar las iras de alguien. ¿No os aburre también a vosotros que tanta gente sea ya así? Porque a mí sí.

domingo, diciembre 11, 2011

Elvis Costello y el precio de la cultura

Aquí, Elvis Costello. Tiene nuevo disco, The Return of the Spectacular Spinning Songbook. Edición limitada, por cierto. Son tres discos que recogen un concierto del artista, acompañados por un libro de tapa dura. Y cuesta 232 euros. Nada más y nada menos que 232 euros. La cuarta parte de un sueldo mensual mileurista. Es decir, que hay que tener mucha ilusión en ese producto para poder pagarlo. Hace unos días, fue noticia que Elvis Costello había recomendado a sus seguidores que no compraran el disco por su elevado precio. Decía que había intentado por todos los medios que costara menos y, al no conseguirlo, no dudaba en proponerle a sus fans que, en lugar del producto que lleva su nombre, compraran Ambassador of Jazz, una caja con diez discos de Louis Armstrong, "francamente mejor" que él como músico en sus propias palabras y cuyo producto cuesta menos de la mitad, 112 euros.

Sobra decir que desde que tuve noticia de esas declaraciones Elvis Costello se ha ganado un hueco en mi panteón de ídolos díscolos, aunque lamento que noticias como ésta no generen el debate que cada vez veo más necesario. Cuando se habla del precio de la cultura, se tiende a reducir la discusión a la piratería. Es la solución a todos los males y la explicación a todos los problemas. Y no es así. Sólo con las palabras de Costello se puede comprobar que no es así. No está pidiendo a la gente que se descargue su disco y pase indiscriminadamente su libro por el escáner, que suban los archivos a una web de descargas y que distribuyan enlaces por Internet. Está pidiendo que destinen el dinero que ganan con su trabajo a otro producto de la competencia que cuesta más de cien euros, que ya es una cantidad considerable de dinero. Así que por piratería no es.

Sigo pensando que el arte y la cultura son bienes preciados de la humanidad. Por supuesto, quienes se dedican a estas tareas tienen que ganar dinero con su trabajo, como todo el mundo, y eso también forma parte de mis convicciones. Pero sigo pensando que el problema está en la propia industria. La única solución que se ofrece a tiempos de crisis es subir los precios. Creen que así van a ganar menos dinero o, al menos, minimizar sus pérdidas. Y yo estoy convencido de lo contrario. Creo firmemente que un precio más asequible ayuda a conseguir compradores, a que el boca a boca triunfe también para ellos. Creo que hay mucha gente que se aprovecha del trabajo de los verdaderos artistas para sacar tajada sin merecerlo y la única forma de que tanta gente coma del pastel es penalizar al consumidor. Se le penaliza con la entrada de cine, con la compra del DVD, Blu-Ray o CD, con el pase a un museo, con la entrada a un concierto. Se le ponen trabas, impuestos y cánones. Pero nunca se le suele dar más por la mayor cantidad dinero que paga.

Cada vez que escucho frases como las de Elvis Costello tengo la sensación de que algo puede moverse en este inmovilista mercado de la cultura. Pero luego veo que no. Que los medios no analizan esta cuestión. Que no se detienen a ver qué nos están ofreciendo por nuestro dinero. Que no nos dicen quién se enriquece cuando nosotros queremos premiar el buen trabajo de un artista. Se quedan en la anécdota, en la frase lapidaria, en el titular, y nunca hay más. Y la industria, que no los artistas, se frota las manos. Con culpar a la piratería, tenemos suficiente. La cultura tiene precio, tiene que tenerlo, ¿pero es el que nos están cobrando? ¿No estamos así matando a la cultura con más desprecio que quienes optan por el todo gratis? Ese es el debate que me gustaría que se produjera. Pero nunca se produce porque siquiera insinuarlo pone a todo el mundo a la defensiva. ¿Por qué? Ni idea. Pero así nos va.

lunes, diciembre 05, 2011

Dos caminos

Lo habitual cuando uno toma una decisión es que haya al menos otro camino posible, cuando no muchos más. Pero uno siempre hay, más allá del que hayamos elegido. Dos caminos y una elección, la que tenemos que tomar siempre que alcanzamos un cruce de caminos. Y esa elección, sumada a todas las que todos nosotros adoptamos, los movimientos conscientes o inconscientes de todos los que convivimos en una sociedad, son lo que marca nuestras vidas. Muchas veces es la sociedad la que nos arrastra a seguir un camino concreto. Y a fuerza de repetir que ese camino es bueno, es bonito, es beneficioso, es necesario o es, simplemente, el mejor, acabamos creyendo que ese, el que escoge la sociedad mayoritariamente, es el camino correcto. Incluso quienes no lo creen así, pueden acabar arrastrados por el poder de la masa y claudicar ante esa avalancha. Pero de vez en cuando surgen esos hermosos ejemplos que evidencian que la sociedad se puede equivocar, que la mayoría no tiene por qué tener razón, que hay otras alternativas posibles.

En Italia se publicó hace unos días una noticia que llamó mucho mi atención. Por motivos en realidad desconocidos y que tampoco influyen en la cuestión, un empresario llamado Enzo Rossi decidió hacer un experimento que consistió en tratar de vivir un mes con 1.000 euros de salario, algo más incluso de lo que paga a sus empleados. Y el día 20 se quedó sin dinero. Como consecuencia de haber averiguado de una forma tan directa cómo viven quienes trabajar para él, decidió subir el sueldo de sus empleados en 200 euros mensuales. Siempre he dicho que lo que gana un trabajador normal es la base, no sé si la única pero sí una importante, de los actuales problemas sociales y económicos. Los de verdad, no los de los grandes estudios o las cifras macroeconómicas. Si el sueldo fuera una recompensa real a nuestro trabajo, habría más ahorro, habría más gasto, habría más satisfacción con el modelo económico y laboral que hemos escogido. Habría más vida. Pero no. La tendencia obliga ahora a bajar los sueldos. Que estamos en crisis, dicen como explicación. Y más crisis habrá si cada vez ganamos menos. Otro camino es posible.

En España hubo otra noticia que, en las elecciones generales del pasado 20 de noviembre, se quedó en una anécdota o, casi, en una breve anotación. IU consiguió un escaño por la provincia de Málaga. El número uno de la candidatura de la formación de izquierdas se llama Alberto Garzón, ex portavoz del movimiento 15-M. Decían que las protestas de los llamados indignados no podían acoplarse en el sistema porque precisamente luchaban contra ese sistema. Decían que el movimiento no podía tener portavoces visibles porque iba en contra del espíritu del movimiento. Decían que lo importante era la protesta, y no la valía de sus cabezas visibles. Alberto Garzón ha dado la cara, ha entrado en el sistema, se ha demostrado portavoz eficaz y sabemos que se licenció en Economía, que tiene un máster de Economía Internacional y Desarrollo y otras muchas más cosas de su extenso currículum. El paso de Alberto Garzón es decidido, es el que consideraba necesario para el desarrollo real del 15-M y sus ideas. Hace unos meses, muchos me dijeron con virulencia, aquí mismo en este blog, que estaba equivocado cuando sugerí algo así. Yo, desde luego, veré con mucha atención lo que haga este valiente y comprometido diputado. Y seguiré su camino.