Ya han pasado tres años del 11-M. No voy a hacer un análisis del proceso judicial en marcha. No voy a hablar del enfrentamiento político que abrió aquella masacre y que todavía hoy continúa (aunque algo más silenciado y olvidado últimamente; ¿por qué será?). No. Hoy voy a hablar de cómo viví yo el 11-M. Porque aquel día trágico descubrí muchas cosas, viví muchas cosas, sentí muchas cosas.
Profesionalmente, fue uno de los días más duros que he vivido nunca. No, miento. Fue el día más duro que he vivido nunca. Es uno de esos días en que uno siente como una maldición ser un redactor de política en una agencia chiquitita de un gran grupo de comunicación. Había que hacer el mejor trabajo posible. Y se hizo un trabajo increíble. Ya lo tenía claro de antes, pero aquel día confirmé que algunos de mis compañeros eran los mejores que una persona puede tener nunca. De cinco redactores, tres nos quedamos todo el día en la redacción, comimos una hamburguesa mientras nos peleábamos con los teletipos. Esas dos compañeras trabajaron conmigo a un nivel espectacular, aunque nadie que tuviera un cargo por encima de nosotros nos diera siquiera una palmada en la espalda para animarnos aquel día.
Una de esas cinco personas era mi entonces jefa. No sólo se marchó a comer tranquilamente, como si fuera el día más normal, sino que estuvo dos horas fuera de la redacción y con el móvil fuera de cobertura. Nunca me ha interesado saber qué estaba haciendo. Me bastó con saber que en el 11-M, el día con mayor volumen de trabajo que me tocó vivir en la redacción de aquella agencia, ella por lo visto tenía mejores cosas que hacer. Como casi siempre, por otra parte. Esta persona me demostró que es fácil cobrar, y mucho, por un trabajo que no hacía. A los de arriba tampoco les importaba, y de eso se aprovechó.
Una llamada de teléfono me despertó aquel día. Era mi padre, para avisarme de lo que había pasado. Debían ser poco más de las ocho y yo apenas había dormido cuatro horas. El día anterior había salido de trabajar casi a medianoche. Inconvenientes de cubrir una campaña electoral, mítines nocturnos incluídos. Cuando vi que el lehendakari salía a condenar el atentado, y aunque no tenía que ir a trabajar hasta la hora de comer, decidí darme una ducha y salir pitando para la redacción. Esto era algo gordísimo y nada más me importaba. Debían ser las once. Me esperaban más de doce horas de trabajo continuo. Por fortuna, el atentado no me pilló personalmente ni siquiera de cerca aquel día. Tengo un amigo en Santa Eugenia, pero ni él ni su familia estaban por allí aquel día.
Aquel 11 de marzo fue el día en que mi ingenuidad política terminó de quebrarse. Nosotros poníamos siempre un tema a nuestras informaciones. Y cuando eran de un atentado de ETA llevaban la etiqueta de "ETA". Todavía me recuerdo debatiendo con mis compañeras (con las dos compañeras de verdad, con las dos con las que compartí aquel día de trabajo, una amistad de muchos años que todavía está viva y por mucho tiempo, y un cariño inmenso) si poníamos ETA o no. Yo decía que si el ministro del Interior me había asegurado "sin ninguna duda" que era ETA, había que poner ETA. No gané aquella conversación. Pusimos "Atentados". Como me alegro de haberme equivocado aquel día.
Ese día también me quedó claro que los medios de comunicación, los grandes, ya no hacen el trabajo que les corresponde. Y sólo hablo del ejemplo que viví en primera persona. Cuando Acebes salió por la tarde en su segunda rueda de prensa y anunció que se había encontrado una cinta de audio con versículos del Corán, a mí se me cayó el mundo encima. En un segundo se me pasó por la cabeza la barbaridad de ese mismo ministro horas antes asegurando sin margen de duda quién había cometido el atentado. Y también lo que significaba eso. Que podía haber más atentados islamistas. Que éramos objetivo preferente. Que por qué no iba a haber atentados suicidas en España (cómo lamenté equivocarme de esta premonición sólo unas semanas después, cuando siete de estos miserables se inmolaron en Leganés). Y mientras todo esto pasaba por mi cabeza, mi ex jefa estaba dando botes de alegría y diciendo: "¡Ya hemos ganado las elecciones!". En la votación del 14-M yo no pensé ni una sola vez aquel día.
Mentiría si dijera que fui consciente en todo momento del alcance humano que tuvo aquella masacre. No. Durante el 11-M, estuve tan desbordado de trabajo, tan concentrado en salir adelante en aquel día tan difícil, que no fui consciente de que casi 200 personas se habían quedado por el camino. De eso no me di cuenta hasta cerca de las siete de la tarde, en el primer parón que hice a lo largo del día, justo antes de que hablara el Rey y de que Acebes diera su segunda rueda de prensa de la jornada. Me acerqué a saludar a una compañera de redacción, una amiga a la que tengo un cariño muy especial, y estaba hecha polvo. Había estado en uno de los hospitales a los que se trasladaron decenas de heridos. Y ahí me di cuenta de lo que realmente había pasado.
A aquel día le siguieron otros dos días de durísimo trabajo. Al día siguiente cubrimos la manifestación, la de Madrid y las de todas las ciudades de España, desde la redacción, por la radio, por televisión y por Internet. Llegamos a todas partes y llegamos antes que medios de comunicación mucho más grandes. El sábado afortundamente no me tocó trabajar. El domingo eran las elecciones generales. Y ante la precariedad en la que estábamos sumidos gracias a la innacción de mi ex jefa y a la pasividad de sus superiores, yo estuvo todo el día en la redacción acompañando al becario de turno. Llegué a la una de la tarde y me fui a la una de la madrugada.
Ya han pasado tres años de aquello y todavía lo tengo en la memoria como si fuera ayer. Profesionalmente, no he tenido un día como aquel, ni espero volver a tenerlo. Humanamente fue un palo difícil de olvidar. Por mucho que se empeñen algunos en utilizarlo en su propio beneficio. Mi recuerdo para todos los que sufrieron aquel día y para los que siguen sufriendo, para los que se fueron y para los que se quedaron con dolor. Para todos los que verdaderamente sentimos el 11-M como un atentado a nosotros mismos.
3 comentarios:
Pocos no recuerdan lo que hacían aquel fatídico día. En mi mente viven todavía muchos momentos. Recibí la noticia nada más llegar al trabajo y miraba, atónito y aterrado, la prensa digital y la actualización sobre el recuento de víctimas. Al principio, pensé lo mismo que mucha gente: "Ya está, ETA la tenía que liar". Pero, a medida que transcurría la mañana, la magnitud de tan atroz barbaridad, me suscitaba dudas.Otegi, todo un provocador sin complejos, negaba la autoría etarra. Las primeras imágenes de aquella apocalíptica mañana madrileña me ponían los pelos de punta. Todo el día estaría en estado de shock. Iba flotando en el camino de vuelta a casa, 45 minutos en tren desde Vilafranca a Barcelona en un silencio terroríficamente sepulcral, observando caras largas, muy largas. Pero, parece mentira, uno se sentía más cerca de los otros. "Que lástima que para ello haya tenido que pasar esto"
Tres años después estamos más lejos. Unos están actuando peor que otros. Los que gobiernan deberían dedicarse a gobernar, no a peleas de chiquillos con la oposición. Y los que aspiran a gobernar tendrían que ofrecer mucho más a sus votantes que defender a capa y espada la inocencia y prestigio de sus estigmatizados y egocéntricos lideres. Ellos cobran un sueldazo y no murieron en Madrid. Al que no le guste perder el trabajo, que se queje, pero que no insulte ni las inteligencias ni las memorias de los demás.Y menos de los que perdieron la vida.
Aspiremos a un mundo mejor.
No te haces una ídea de lo que me hubiera gustado poder escribir un poco mejor de lo que lo hago para haberos ayudado ese día más de lo que pude hacerlo moralmente.
No sé si recordarás que cuando llegué a la Agencia lo primero que comenté es que ese atentado no había sido de ETA. Discutimos un poco pero para mí estaba clarísimo. Siempre me mantuve en esa teoría y cuando la teoría pasó a ser una realidad, me vine a bajo y me puse a llorar. No fue por debilidad fue porque esa espada la seguimos teniendo encima de nuestras cabezas y ese terrorismo si que es incontrolable. Cuando a una persona no le importa morir para matar no hay solución, lo único que hay que hacer es no estar en su punto de mira.
Tienes tanta razón en todo lo que has dicho en tu comentarío. Sé que os sentísteis solos pero yo os puedo decir que lo que pensaba entonces lo sigo pensando ahora. Que me sentí orgullosa de vosotros. Soy unos profesionales de lujo. Responsables y eficaces. No importa que algunas personas no lo reconocieran. Esas personas no valen la pena.
Reverendo Pohr, ese mundo mejor será posible si seguimos aspirando a él, y para eso tenemos que seguir con nuestra labor a través de los blogs o de cualquier otro medio... Adelante.
Margot, la ayuda que prestaste aquel día y durante más de seis años era enorme. No te hacía falta escribir.
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