miércoles, agosto 03, 2011

Monopoly

Nunca he tenido un Monopoly, pero sí tuve El Palé. Es prácticamente el mismo juego, pero este segundo con los nombres de las calles de Madrid y comercializado desde siempre en España. Dice Wikipedia que este juego se vendió aquí entre los años 30 y 60, pero espero que fuera durante algunos años más porque si no es imposible que cayera en mis manos cuando yo era niño. No, no soy tan viejo como Wikipedia me quiere hacer creer. El caso es que como el que conoce todo el mundo es el Monopoly, hablaremos de Monopoly. Porque, no sé si seré el único, pero cuando escucho noticias económicas de un tiempo a esta parte, de un largo tiempo a esta parte, tengo la sensación de que estamos jugando a un gran Monopoly. Incido en lo de "jugando". Bueno, yo no juego. Yo, como mucho, sería una ficha. Algo es algo, tampoco podría quejarme. Pero es que en realidad tengo una sensación diferente y mucho más inquietante al leer informaciones sobre la Bolsa, la prima de riesgo, los bonos basura, los rescates financieros y demás palabrajes macro y micro económicas. Entonces me siento como el dado. Doy vueltas y vueltas para caer en una posición absolutamente aleatoria y que nadie puede prever.

Y que yo me sienta así no debiera ser tan grave. Al fin y al cabo, mi ignorancia económica tendría que colocarme en el vagón de los que nos dejamos llevar en la confianza de que tiene que haber gente que sepa mucho más que uno sobre este tema. Tiene que haberla. Tiene que haberla. Me lo repito constantemente en un ejercicio de fe. Como el de Dorothy de apretar los talones de sus zapatos de charol rojo para regresar de Oz a Kansas. ¿Pero qué pasa cuando la gente que se supone que sabe, y por muchas palabras rimbombantes que utilice, da la sensación de que tiene al menos la misma idea que yo? Pues que más nos vale tener una de esas tarjetas del Monopoly que nos libraba de la cárcel. O confiar en la suerte de los dobles al tirar los dos dados, que así también dejaba uno atrás la prisión en el tablero. Igual también es que hay clases entre los jugadores del Monopoly y hemos tenido la mala suerte de que a nosotros nos haya tocado el que de jugar sólo conoce las reglas. Esas que dicen cuándo hay que tirar los datos, lo que pasa en cada casilla en la que caes y las posibilidades que tienes de comprar, vender o hipotecar antes de que te pase el turno.

¿Lo malo de todo esto? Que eso de las normas está muy bien, pero la gente no les suele hacer ni caso. Sobre todo los malos. A la norma de cómo evitar la cárcel sí, esa la tienen todos muy bien aprendida, pero los malos, esos que por definición se oponen a los buenos pero que uno ya no sabe dónde localizar, se las saben todas, no sólo esa. Porque si esta crisis económica que dicen que vivimos, con la cuota de culpa en sus efectos que tienen los jueguecitos de algunos y la irresponsabilidad de otros, no ha supuesto ya el encarcelamiento de un buen puñado de tipos con traje y corbata, no sé qué puede dar con sus huesos en prisión. Especuladores, usureros y mangantes varios campan por este Monopoly en el que se ha convertido el mundo real como si estuvieran realmente jugando a Los Sims. Y yo a veces fantaseo con lo que daría porque todos esos tipejos estuvieran en realidad en World of Warcarft, donde al primer atisbo de que eres el enemigo ya tienes a docenas de bichos, guerreros y magos lanzádose a tu yugular para acabar contigo. No, si está claro que no hay nada que no arregle una buena jugada virtual... Lástima que en este otro Monopoly no se apliquen las mismas normas.

1 comentario:

El Impenitente dijo...

Mi padre nos compró el Palé a mediados de los setenta. Y no era de segunda mano.

No estoy yo tanto de acuerdo con lo de buenos o malos. Yo más bien los llamaría fuertes y débiles. El dinero mueve al mundo y el fuerte somete al débil. Eso es propio de la condición humana. Y el fuerte dicta las normas. Y no los llamo buenos y malos pues si el débil fuese fuerte actuaría como los fuertes. Dice el refranero castellano que ni pidas a quien pidió ni sirvas a quien sirvió.

Lo que si pienso es que están los profesionales que juegan al Monopoly con SU dinero y hacen las mil y una y desestabilizan a gobiernos compuestos por aficionados que juegan al Monopoly CON EL DINERO DE OTROS (que, como dijo la gran Carmen Calvo, no es de nadie. Gran mentalidad para una administradora de dinero público). Y estos últimos juegan muy algremente. ¿Cómo puede tener España una deuda que supera el setenta por cien del PIB? Vuelvo a lo que siempre te digo, necesitamos gestores y tecnócratas. Y, como dices, que sean responsables. El otro día, tu querido vicepresidente Chaves, al respecto de las protestas de Cospedal con respecto a la deuda real de Castilla La Mancha dijo algo así como que las herencias que un gobierno entrante se encuentra pueden ser mejores y peores y que su labor ha de ser arreglar el desaguisado que se encuentren, que para eso han ganado las elecciones. Mal está que la alcaldesa de Alicante diga que cuando las urnas han hablado los tribunales han de echarse a un lado. No está mucho mejor que un vicepresidente diga que el castigo por una derrota electoral es suficiente y exonera al gobierno saliente de toda responsabilidad. Para ser político en España basta con saber defenderse hablando en público (es indiferente que diga algo o que responda a la pregunta que se le ha hecho) y ser un jeta. ¿Responsabilidad? Ninguna.

Y ya que estoy, sigo (menuda matraca te voy a meter). Llega Fabra al poder, saca la tijera y dice que donde primero va a recortar es en Canal 9 y de mil ochocientos trabajadores va a dejar ochocientos. ¡Mil ochocientos trabajadores en Canal 9! Pero, ¿cuántas empresas privadas hay en España que tengan mil ochocientos trabajadores? ¿Y qué volumen de facturación tienen? Es bochornoso. ¿Un setenta por cien de deuda? Las autonomías son ruinosas. El Estado es ruinoso. Necesitamos gestores. Gestores y tecnócratas. Y, por supuesto, que asuman su responsabilidad. Camps se ha ido de rositas. Barreda se ha ido de rositas. Zapatero se irá de rositas. En Islandia juzgaron a un primer ministro por inútil. Aquí nos faltarían tribunales para juzgar a tanto inútil pero, mira, no sería mala cosa.