Sadam Hussein acaba de escuchar su condena. Morirá en la horca, aunque habría mostrado su deseo de hacerlo fusilado. He leído la noticia y la he recibido con un poco de indiferencia, porque hace muchos años que pienso en Sadam como si fuera un cadáver. Era inevitable. No tenía muchas dudas de que éste era el futuro que le esperaba después de un juicio que ha deparado más de una imagen bochornosa. Y al hilo de este pensamiento, ahora tengo claro que habría sido mejor que Estados Unidos nos hubiera anunciado la muerte del ex dictador en alguno de los muchos bombardeos de aquella injusta guerra.
Pénsemoslo fríamente. ¿Ha merecido la pena este juicio? ¿Que se ha sacado en claro? ¿Que Sadam era culpable? Eso lo sabíamos todos, que para eso era un dictador sanguinario. Es culpable no sólo del asesinato múltiple por el que le acaban de condenar, sino de muchos otros más. Pero las imágenes que hemos visto del juicio han sido expulsiones de la sala de Sadam, altercados y simples anécdotas. Y todo ello para que le condenen a muerte, una pena que nunca he entendido ni entenderé bajo ningún concepto (para qué entrar a valorar la violencia que entraña una ejecución en la horca). Yo era de los que quería a Sadam detenido, procesado y condenado por todos sus crímenes, pero ahora, insisto, me planteo si no habría sido mejor ver una rueda de prensa en la que nos mostraran fotos del cadáver del ex dictador.
La verdad es que todo lo que suena a Irak lo recibo ya con bastante indiferencia, y tengo claro que eso es gracias al origen de este conflicto. Sadam es escoria, de la peor calaña, una clase a exterminar (no en sentido tan literal como el que ha determinado el tribunal). La comunidad internacional tendría que haber actuado mucho antes contra él, y contra otros muchos como él. Pero no como se hizo. ¿De verdad hacía falta inventar pruebas y decir mentiras tan inmensas como las que escuchamos en su día para actuar contra Sadam? Naciones Unidas, como siempre, se bajó los pantalones y dejó hacer a Estados Unidos, que contó con la colaboración de algunos gobiernos, entre ellos y para nuestra desgracia el nuestro. Se nos vendió una misión para acabar con un dictador sanguinario en posesión de armas de destrucción masiva y de apoyo humanitario a una población sumida en la desesperación (sólo este último detalle, cómo estaban los iraquíes, era cierto, aunque la verdad es que no parece haber mejorado mucho su vida después de todo lo que ha pasado). Ahora lo que tenemos es un país encadenado a la violencia diaria. Se ha multiplicado el terrorismo y las bajas en las fuerzas extranjeras aumentan día a día.
Así no era cómo se tenía que haber respondido. Debió actuarse con una valentía que ya ningún líder internacional tiene. Y ahora, unos cuantos años después, creo que casi todos pensamos que la intervención en Irak no mereció la pena, incluso quienes la defendieron en su día con uñas y dientes (y no hablo de dirigentes políticos esclavizados por un discurso que deben mantener a toda costa por una ridícula cuestión de imagen, hablo de la gente normal, aquella que se puede permitir el nivel de crítica y autocrítica que quiera, aquellos con los que se puede hablar de estos temas). Nadie ve una forma de poner fin a la espiral de violencia porque no la hay. Estados Unidos no se retirará mientras los atentados persistan, y los terroristas o insurgentes (no me importa ya la discusión terminológica) no se detendrán mientras Estados Unidos no salga del país. Un callejón sin salida, vamos. Y me apuesto cualquier cosa a que a partir de ahora se producirán atentados que se relacionarán sin duda con esta sentencia a muerte. La violencia engendra violencia.
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