El pasado fin de semana, el Congreso de los Diputados celebró su anual jornada de puertas abiertas. Y aunque el sábado fue un día oscuro y lluvioso en Madrid, me acerqué hasta la Cámara Baja. Ya la conocía, pero me apetecía volver a verla. Pero siempre me ha interesado el funcionamiento, el interior y los entresijos de las instituciones, y por eso acudo de vez en cuando a estas jornadas.
Me gusta ir para ver el Congreso, para salir al hemiciclo (no importa cuántas veces vayas, siempre oyes a alguien el comentario de "me ha decepcionado, es más pequeño de lo que se ve en la tele"), para buscar los agujeros de bala del intento de golpe de Estado de hace dos décadas y media, de ver el interior de uno de los lugares donde trabajan los políticos que a diario escuchamos y vemos en la televisión.
Me gusta por ver a la gente buscar el escaño de su político preferido. Este año, y según me cuentan desde hace ya algunos, no se podía acceder a los escaños del Gobierno. Bromeé con una de las personas encargadas de atender a los visitantes. "Nos habéis mandado a todos a la oposición", le dijo. Me contestó que era para evitar el problema que surge cuando todo el mundo quiere sentarse en el sillón del presidente del Gobierno. Que así había más de 300 para elegir. Pasé junto al de Rajoy y, desde luego, no me senté en él.
Pero sobre todo me gusta ir al Congreso para ver qué piensa las personas, qué dicen los ciudadanos cuando están allí. Me encanta ver que hay muchísima gente que se pasa tanto tiempo haciendo cola (yo estuve sólo media hora y eso que llegué casi a la entrada posterior del Congreso; cuando entré por la puerta de los leones la cola ya llegaba casi hasta Neptuno). Me parece muy bonito que la gente vaya con sus críos. Había muchos niños, que miraban interesados todo lo que les señalaban sus padres y algunos que no dejaban de hacerles preguntas (¿habrá cantera de políticos en España? Ojalá que sí, y que sea mejor que la actual hornada...).
Y me gustó mucho ver que había gente joven, esa que normalmente presume de pasar olímpicamente de la política (con contadas excepciones; a alguna conozco y algún blog frecuento que es demuestra lo equivocado que es generalizar esta afirmación). Me gustó especialmente ver a jóvenes (como la chica de la foto de abajo, que a la salida se paró a hacerse una foto en la puerta de los leones; sobra decir que yo también me hice una) especialmente interesados en la exposición que cerraba la visita, centrada en las elecciones de hace 30 años, las primeras que vivió la democracia. Titulares de prensa que todos leían con atención (lo que agradezco por mi devoción profesional) y carteles electorales que se miraban con sonrisas y curiosidad.
En la exposición final, me hizo mucha gracia escuchar una conversación. Pasaban un vídeo sobre aquellas primeras elecciones y escuché por detrás a una mujer de unos 70 años: "¡Fuimos a votar con tanta ilusión!", dijo. Me di la vuelta para ver cómo era esa persona, y lo hice sonriendo. Me pareció un comentario precioso, propio de otra época, ya que ahora hay demasiada gente que no va a votar o que lo hace casi obligado. Y no es así. Votar es un derecho, es un orgullo y es un placer. Lo fue hace 30 años para personas que no lo habían podido hacer nunca antes. Lo es ahora para todo el mundo, lo aprecie o no.
Por cierto, al volverme a ver a esa mujer, se me escapó una sonrisa de complicidad. La hija de esta mujer, que debía rondar los 50 años, me pilló y me devolvió la sonrisa. Y es que no puedo evitar sentirme muy a gusto cuando visito el Congreso, o cuando voy al Senado, donde estuve en diciembre. Son nuestras instituciones y ni siquiera los políticos más torpes, con las estupideces que cometen año tras año, nos podrán quitar la satisfacción de visitar la casa en la que reside la soberanía del pueblo.
2 comentarios:
Yo todavía no he podido ir, por obvias razones geográficas y monetarias, pero espero hacerlo no dentro de mucho. De hecho, cuando fui a Madrid en noviembre para hacer mi examen, uno de los sitios a los que fui en los escasos dos días que estuve fue el Congreso de los Diputados. A mí lo que me llamó la atención es que está casi como un edificio más, en medio de la calle; esperaba que estuviese aislado, resaltando más su importancia.
Pues yo siempre he querido acercarme al Congreso de los Diputados. Pero no sé como hacerlo,es decir, cuando son los días en los que se puede visitar y cuales son los pasos a seguir para que te den la autorización.
Me ha gustado mucho leer tu experiencia porque aunque sea marroquí aprecio este país como fuera mío y cuando leo sobre la transición española, la manera en que se hizo y la satisfacción que produjo en la gente abrazar la democracia me entra un halo de alegría al igual que de tristeza, al ver que Marruecos, vuestro vecino del sur, sigue anclado en unas instituciones corruptas y poco abiertas a la sociedad. Espero que yo algún día pueda ayudar con mi granito de arena.
Un saludo.
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