La semana pasada se conoció que Martina Hingis dejaba el tenis. La decisión la toma después de ser informada de que dio positivo por cocaína en el último Wimbledon. Recuerdo que una de las primeras entradas que escribí en este blog fue para congratularme del regreso de Martina a las pistas. Siempre me encantó su tenis, sigo a esta deportista desde que empezó, desde que comenzó a deslumbrar con 16 añitos, plantándole cara a la todopoderosa Steffi Graf. Y por eso la noticia me ha dejado algo desconcertado.
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Siempre he creído que un deportista, y más del nivel de Martina (43 títulos individuales, cinco de ellos del Grand Slam), tiene la responsabilidad añadida de ser un modelo para sus seguidores. Consumir drogas, desde luego, no forma parte de ese modelo de conducta, y mucho menos en los momentos previos a la competición. Ella dice que es inocente, que un segundo control privado (y por tanto no válido ante las autoridades deportivas) dio negativo, pero sabe que la batalla legal puede durar años. Dice que por eso se retira ahora del tenis, por el tiempo que puede durar este asunto y porque ya tiene 27 años, una edad que ya empieza a ser alta para este deporte profesional.
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No voy a caer en la demagogia y en el forofismo de decir que Martina tiene que ser inocente, por mucho que quiera que lo sea, sólo porque me encantaba su tenis. No tengo ni la más remota idea de si ha consumido cocaína, si el análisis es un error o si hay algo más. Pero sí confieso que me entristecería muchísimo que al final de todo este proceso se supiera sin lugar a dudas que Martina consumió drogas. "Personalmente me aterraría consumir drogas. Cuando me informaron me quedé impactada", ha dicho la ya ex tenista en la rueda de prensa en la que anunció, entre lágrimas, su adiós al deporte profesional. Ojalá sea así, de verdad. Si no, Martina será un ídolo caído más, uno de los ya demasiados que pueblan el deporte de élite.
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Corren malos tiempos para el deporte. El ciclismo anda metido en escándalos continuos de dopaje. El tenis vive ahora esta noticia y las informaciones sobre amaño de partidos. Árbitros de la NBA han sido sancionados por apostar. La Fórmula 1 está viciada entre espionajes y decisiones de la FIA. Italia vivió hace no tanto un enorme escándalo de compra de partidos de fútbol, el escándalo que dio con los huevos de la todopoderosa Juve en la Serie B del Calcio. Y podríamos seguir. No es que éste sea un fenómeno nuevo, que los que siempre hemos tenido ilusión por el deporte podemos hablar de aquel dopaje de Ben Johnson en los juegos de Seul de 1988, hace ya casi 20 años. Pero no deja de ser triste que el deporte se convierta en un cementerio de ídolos caídos.
2 comentarios:
Yo también me he quedado muy mosca con esta historia. A veces no es conveniente indagar en las vidas de nuestro ídolos, porque normalmente acaban decepcionándonos.
Bss.
Lo que supone la necesidad de tener ídolos comporta la creación de ellos. Muchas veces suelen ser deportistas que comienzan muy jovenes, emocionalmente faltos de madurez, que quizá alcanzan demasiado pronto el éxito en la vida (que luego desaparece con su juventud) y a los que se les suma la obligación de preocuparse más de sus fans o de sus compromisos que de si mismos. En cierto modo, me da la sensación, deja de pertenecerles una parte de su vida en un intenso periodo todavía de "crecimiento". Y cuando se dan cuenta, su vida deportiva va cuesta bajo, han perdido la ilusión de la juventud, se han acostumbrado a un ritmo de vida por debajo del cuál no se ven capaces de vivir y se sienten olvidados. ¿Qué fue del otrora mejor portero del mundo de Waterpolo, Jesus Rollán? ¿Cómo acabaron los Pantani y Jiménez cuando se apagaron los vitoreos de las cunetas? ¿cuántos futbolistas, que no son Maradona, han visto el final de trayecto lanzándose al vacio o con los riñones destrozados por el alcohol y las drogas?. Los deportistas de élite a veces parecen juguetes: cuando el público se cansa, se tiran y se compran unos nuevos. Se recuerda al deportista, pero no a la persona que hay detrás. Y debe ser muy duro creer que tu vida, con sus alicientes e ilusiones, se ha acabado antes de los 30 años.
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