No sé si 30 años no son nada o si es una vida, pero lo que sí sé es que la Constitución ha cumplido años. 30 nada menos. Vaya, los mismos que un servidor, aunque la Carta Magna sea unos meses menor que yo. Tendré que empezar a considerarla como una hermana pequeña que comparto con mucha gente. Y aunque no estaba allí para ver cómo se gestó la Ley de Leyes que nos rige en este momento histórico, lo cierto es que me da vergüenza ajena trazar comparaciones con la España de hoy. En aquellos convulsos días (convulsos porque había mucho en juego entonces, no convulsos como son ahora, que hay mucho idiota suelto convirtiendo tonterías en problemas) había altura de miras. Claro que habría políticos que pensaban en sus propios intereses personales y partidistas, de eso habrá siempre, pero la conciencia generalizada era que había una tarea importante por realizar.
Y eso contagia siempre al pueblo. La gente que votó la Constitución (o contra ella) lo hizo con sentido de la responsabilidad, con orgullo, con deseos de que su presencia contara para algo. Hoy eso se ha perdido. Ilusiona cuando vas a votar a los 18, pero después esa ilusión se va diluyendo. Hoy la gente no vive la política, no siente que el Congreso de los Diputados (como hablemos del Senado seguro que escucho alguna carcajada de fondo...) sea un lugar en el que suceden cosas importantes, no cree en sus representantes electos y el desánimo es palpable. Los partidos dicen que no, que la gente está mucho más movilizada que todo eso, que se preocupa por la política, que forma una sociedad madura y todos esos tópicos y frases hechas que se dicen con tanta alegría y desconocimiento. Pero no es así. He tenido multitud de conversaciones con personas que me dicen que esto les da igual, que no sienten que su voto sirva para algo, que no encuentran diferencias reales entre uno y otro partido, que no se creen las promesas y que lamentan la falta de consecuencias de los errores. ¿Les importa a los políticos? Me da que no.
Hay un episodio de la Transición que siempre me ha conmovido profundamente y que es un ejemplo perfecto de cómo han cambiado las cosas. El 27 de octubre de 1977, Manuel Fraga se plantó en el Club Siglo XXI para presentar una conferencia de Santiago Carrillo. El primero había formado parte del Gobierno de Franco y fue la cara de la derecha de este país durante la primera etapa de la Transición. El segundo era el secretario general del Partido Comunista de España, había pasado años en el exilio y su partido había sido legalizado apenas seis meses y medio antes de aquella histórica noche en Madrid. Todos sabían que todos tenían que encontrar un hueco en aquella nueva libertad democrática, por doloroso que pudiera ser. Y Fraga presentó a Carrillo. Fraga nunca ha sido precisamente santo de mi devoción, pero aquel acto de generosidad política y personal, aquel gesto de concordia y libertad, siempre ha estado y estará en mi memoria. No todo el mundo lo entendió en su día, ni mucho menos, pero hoy es todo un símbolo del respeto entre diferentes.
Ahora se ven las cosas de otra forma. Ahora la presidente de la Comunidad de Madrid me cercena mi libre derecho a criticar lo que haga en el desempeño de su cargo porque si lo hago soy "mezquino" y "bellaco". Ahora el presidente de la Federación de Municipios y Provincias y alcalde de Getafe por el PSOE dice que el que vota a la derecha es "tonto de los cojones" y lamenta que haya tantos que todavía lo hagan. Ahora un diputado de ERC grita alegremente en un mitin "muerte al Borbón" y no sé yo qué deseará a todo aquel incauto que se declare monárquico. Ahora pasan cosas así. El respeto al diferente no tiene sentido. Y proclamas como esas no tienen importancia alguna en realidad. No son esos los problemas de los ciudadanos, aunque sean los únicos asuntos que mueven a nuestros políticos a pedir dimisiones y la revocación de pactos de gobierno. Son anecdotillas. Pero la degradación de la política es tal que esos son los problemas de hoy, la carnaza en la que caen los medios, las críticas que se lanzan unos y otros (pero sólo al del partido opuesto, claro).
¿Que 30 años no son nada? Pues sí, creo que sí van a ser algo...
6 comentarios:
El tercer y el cuarto párrafo son una patada en la nuez a muchos. Y una patada bien merecida. No se podría haber dicho nada más cierto, ni una verdad más triste que la que se percibe en esa falta de respeto en la que hemos caído en estos tiempos.
Suscribo lo que has dicho salvo (una vez más) lo de Esperanza Aguirre. A mí también me parecieron bellacos, mezquinos y algo más quienes la criticaron por tratar de sobrevivir a un atentado terrorista con balas silbando por encima de su cabeza. En este país hay demasiado valiente retroactivo.
Pues debo ser una ingenua, me encanta sentir la utilidad de mi voto, y pase hace algunos los 18. Y aunque reconozco muchisimas cosas y todo lo que has dicho son verdades como puños, intento no hacer caso al pesimismo general en estos temas. Pues eso, una ingenua. Un beso gordo Juan.
Es lo que diferencia a los grandes políticos, de los poíticos de medio pelo. El respeto.
Cuanto politicucho local suelto. Cuántos egos. A veces olvidan que les votamos, que nos votaís, vosotros.
Leithient, gracias por tus palabras. Es cierto, es muy triste.
Petrarca, ya sé que en cuanto a Espe no nos vamos a poner de acuerdo. Cambiálo si quieres por aquella convocatoria del PP a la "gfente de bien" y la "normal" a manifestarse con ellos y contra el Gobierno o al deseo de Fraga de "colgar" a los nacinalistas. Ejemplos hay muchos. Demasiados.
Críptica, yo todavía mantengo cierta ingenuidad, sobre todo cuando hay que ir a votar, un día que adoro por encima de todo. Hay que intentar mantener el optimismo, sin duda.
Victoria, es que eso es lo importante. Que son los ciudadanos los que votan. Me alegra mucho saber que lo tienes presente. Es la pequeña rendija a la que nos asomamos para mantener ese optimismo del que hablaba antes.
Lamento decirte que coincides con Esperanza Aguirre en tu crítica a las palabras de Fraga. ^^
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