Por supuesto, excepciones hay siempre y conozco unas cuantas (y me refiero a gente trabajadora con menos de 26 años y gente irresponsable entre los mayores de esa edad). Con esa declaración de principios, lo confieso, espero evitarme un aluvión de comentarios indignados a esta entrada que provengan de menores de 26 años... Pero lo cierto es que el perfil encaja con muchas vivencias propias y de gente de mi generación. Hoy mismo me contaba una amiga que el nuevo empleado, sin duda alguna perteneciente a este grupo de edad, preguntaba si el viernes se entraba igual de temprano que el resto de la semana. "Es que es una putada, es viernes y como, hoy es jueves, se sale, y claro, pegarte el madrugón...", argumentaba el chaval.
Y, claro, no he podido evitar acordarme de mi ex compañero de trabajo. El gran M. era único para estas cosas. Cuando todavía era becario en otra sección y yo no tenía todavía la desgracia de verme obligado a compartir mesa con él, me contaron que un día llamó para avisar que no podía ir a trabajar. La resaca se lo impedía. En otra ocasión, se negó a acudir a una rueda de prensa porque el tema no le parecía lo suficientemente interesante para él. Ya siendo mi compañero, lo primero que hizo fue cogerse dos semanas de vacaciones que no le correspondían, con el consentimiento de mi irresponsable ex jefa y el pasotismo de mi ex director, porque ya tenía pensado hacer un viaje a Bruselas con la Facultad y, "claro, cómo va a dejar pasar una oportunidad así". Es fácil. Pasando. ¿Quieres viajar o quieres trabajar? Si no hay más que elegir... Yo tuve que elegir entre un trabajo y sacarme la carrera en cinco años. Elegí el trabajo.
Con el tiempo, el colega M. (de cuyas virtudes periodísticas ya hablaré otro día) se fue dando cuenta de las libertades que se podía tomar. ¿Que nuestro horario de entrada era las 10.30 horas? Pues él llegaba entre las 11.30 y las 12.00 (bien es verdad que lo mismo hacía la redactora jefe). ¿Que el de salida era las 19.30 horas? Pues él se marchaba antes siempre que podía. Las razones de sus ausencias iban desde que tenía que comprarse unas botas, llevar al gato al veterinario (porque, como todo el mundo sabe, los veterinarios no abren sus consultas en horas a las que pueda ir sin afectar su trabajo; y no, no era una urgencia para el pobre animal) o, simplemente, por aprovechar que su jefa se había marchado cinco minutos antes.
Recuerdo un día glorioso. Con su adorada jefa de vacaciones, M. decidió no aparecer hasta pasadas las 13.00 horas. Dada la nula relación personal que tenía con él, su número de teléfono no estaba a mi alcance. Dudamos si llamar a la jefa para pedírselo, pero decidimos esperar hasta la hora de comer. Cuando llegó, sin dar siquiera los buenos días (tardes ya, más bien), se puso a sus cosas y no fue capaz ni siquiera de decirnos por qué llegaba tan tarde y por qué no había avisado. Por la tarde, decidí hablar con él. Nos fuimos a una salita y le dije que eso no lo podía hacer, que se había pasado. Que no podía faltar al trabajo sin que nadie supiera si estaba vivo o muerto, llegar aquí casi tres horas más tarde de su hora de entrada y no dar una explicación al menos.
Pues se enfadó. Sí, el tipo pensaba que tenía toda la razón del mundo y la conversación acabó convirtiéndose en discusión. Dijo que cómo iba a dar una explicación con las caras con que le recibíamos. Y, claro, entendí que era culpa nuestra por no ponerle la alfombra roja a un tipo que, además de un absoluto irresponsable y un más que notable incompetente, no rendía cuentas ante nadie a pesar de ser un simple redactor (como yo lo era, por otra parte). Moraleja, no cuenta lo responsable que seas, no importa lo trabajador que te muestres, no tiene ninguna relevancia que estés siempre dispuesto a echar un cable a tus compañeros. Lo que importa es lo crápula, trepa, inconsciente e irresponsable que seas, que siempre habrá un jefe que te lo premie. Y el malo es quien no trata mejor que a un hermano a quien reúne todas esas características tan negativas y nocivas para el trabajo y para el ambiente laboral.
No creo que esa investigación que da pie a esta entrada sea excesivamente científica, de verdad que no. Pero ha sido leerla y acordarme del gran M., un tipo con el que espero no volver a cruzarme nunca más.