La suspensión de las actividades de Air Madrid me parece un escándalo gravísimo. La aerolínea, después de sufrir severos problemas de seguridad (que todos hemos podido ver en televisión y en Internet), ha dejado en tierra a decenas de miles de personas, lo que todavía es más sangrante en las fechas en las que nos encontramos, en las que miles de personas viajan a sus países de origen para ver a sus familiares. Sudamérica y Rumanía estaban entre los destinos de esta aerolínea, y no hace falta ser un genio para darse cuenta de que España cuenta con grandes colonias tanto de sudamericanos como de rumanos.
Lo primero que me provoca indignación es no haber escuchado todavía a la ministra de Fomento, Magdalena Alvarez, dar explicaciones sobre este asunto. Ella es la responsable de estas cuestiones y el drama es de consideraciones muy importantes como para no haber aparecido. Bien es verdad que en la tarde del sábado se reunió con las principales compañías aéreas y que eso sirvió para facilitar a los afectados unas 3.000 plazas de avión, una cantidad importante aunque insuficiente. Eso no quita, sin embargo, la indignación que sentí horas antes de saber de esta reunión, cuando vi a la señora ministra inaugurando con el presidente del Gobierno un tramo de AVE. ¿Canapés o problemas? Y los ministros suelen elegir los canapés... Hemos votado a nuestros dirigentes para que solucionen nuestros problemas, y uno de la magnitud del que hay con Air Madrid quizá hubiera requerido de algo más que la presencia en el Aeropuerto de Madri-Barajas del secretario de Estado de Transportes, Fernando Palao, que capeó el temporal bastante bien. Den la cara, señores ministros, que su puesto lo exige.
Pero el caso me lleva a la reflexión de siempre en casi todas las materias, pero sobre todo cuando hablamos de problemas en los aeropuertos. Da igual lo que ocurra, siempre paga el consumidor. ¿Que a los trabajadores de un aeropuerto se les ocurre invadir una pista? Paga el pobre ciudadano que necesita coger un avión por una causa a veces vital. ¿Que los pilotos deciden convertirse en seres aún más privilegiados de lo que ya son y hacen una huelga en las fechas más dañinas posibles? Paga un tipo que sólo tiene una semana de vacaciones en todo el año y se la arruinan por no poder viajar. Y ahora esto. ¿Qué ocurre en este país que el consumidor siempre está indefenso ante las atrocidades que comete cualquier persona?
Afortunadamente, la Ley ampara a los afectados, que recuperarán el dinero de sus billetes y cobrarán al menos algún tipo de indemnización por el daño que hayan podido sufrir con esta lamentable historia. Pero no es suficiente. No debería serlo. Lo decían muchas de las personas afectadas en los aeropuertos. Ellos no quieren el dinero, quieren hacer el viaje por el que han pagado, el viaje por el que a lo mejor se han pasado meses ahorrando, con el que llevan soñando a lo mejor toda la vida (qué pena me daba esa pareja que iba a irse de luna de miel a Buenos Aires y no ha podido hacerlo; es sólo un caso y seguro que no es el más grave, pero me llamó la atención...). Qué asco me da que los poderosos, incluso los poderosos de medio pelo, puedan seguir haciendo lo que quieren...
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