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Pero no la tengo. Ni la tendré nunca, al menos no una foto hecha por mí. Primero y fundamental, porque nunca he estado en Nueva York. Sigue siendo mi sueño, ir a la Ciudad con mayúsculas, a la capital del mundo, a Wall Street, a la Quinta Avenida, a Liberty Island... A tantos y tantos sitios con los que he soñado una y otra vez. Algún día, seguro que más pronto que tarde, visitaré esta ciudad.
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Pero si por algo no podré sacar nunca esta foto es porque hace seis años el fanatismo estalló en una de las jornadas más tristes que recuerdo. Esto fue lo que sucedió.
Y entonces, como ahora, me quedé sin palabras. No hay nada que yo pueda decir para expresar el torrente de sensaciones que viví cuando vi en directo al segundo avión estrellarse contra las Torres. Cuando vi caer la primera como si fuera un castillo de naipes. Cuando no me podía creer que la segunda también se derrumbara y me aferré durante un segundo a que fuera una imagen grabada de la primera. Cuando iba subiendo el número de muertos y desaparecidos. Cuando no era capaz de apagar la televisión e irme a dormir porque necesitaba seguir teniendo una pequeña ventana abierta con Nueva York.
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Aquel día, la solidaridad fue mayor que la ira, en todo el mundo, a todos los niveles. En los seis años que han pasado, aquella lección no sirvió para nada. Hoy la ira es mayor que la solidaridad y el entendimiento. A quienes perpetraron aquella monstruosidad habría que preguntarles si hoy están mejor que hace seis años. A quienes ofrecieron una respuesta bélica a esta masacre, habría que preguntarles lo mismo. Y la respuesta es sencilla: NO.
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Ni la violencia ni la guerra sirven para nada. Fácil de decir, me imagino, pero las consecuencias están aquí. El terrorismo golpeó después Madrid y Londres, y lo sigue intentando en muchos otros sitios, el último Alemania. La guerra sigue devastando países y no hay un Irak más seguro, el que nos prometieron desde el poder en el mayor error de cálculo militar de la historia moderna, como espero que lo reflejen los libros de historia. Nada de todo esto ha servido absolutamente para nada. Aunque bien pensando, sí ha servido. Ha servido para que mueran tantos miles de personas que ya nadie se molesta en llevar la cuenta.
2 comentarios:
No sé qué decir ante tus palabras tan bien dichas.
un abrazo.
Muy buena entrada, felicidades. Yo también recuerdo perfectamente ese día: al día siguiente tenía un examen de filosofía del Derecho, pero no pude despegarme del televisor ni un instante...
Ese día, además de lo terrible de los sucesos, también recordaré que fue el día en que fui verdaderamente consciente de qué es y qué no es noticia; de que aunque estemos en la época de la globalización, en la que todo lo que pasa puede saberse al instante en cualquier parte del mundo, también es necesario que alguien crea que eso es noticia para que el resto nos enteremos.
La anécdota es bastante banal, pero significativa. Estaba viendo el informativo de la televisión autonómica a altas horas de la madrugada (recuerda que tenía examen y no había estudiado en todo el día, jeje), cuando conectaron en directo con la CNN, porque ésta estaba mostrando imágenes de un Kabul en pleno bombardeo; todo el mundo creía en esos momentos que la respuesta militar estadounidense no se había hecho esperar.
Sin embargo, pasado un cuarto de hora, informaron de que era una falsa alarma: se trataba de "un bombardeo rutinario" de los muchos que la Alianza del Norte hacía para hostigar a los talibanes. Las bombas sobre Kabul dejaron de ser, "ipso facto", noticia. ¿Bombardeo rutinario? Yo al menos no había visto nunca en la televisión imágenes de bombardeos en Afganistán hasta entonces. ¿Cuál era entonces la noticia, que hubiese un bombardeo en Afganistán o que el bombardeo lo hiciera EE.UU.? Estaba claro que lo segundo...
Así que desde entonces miro con bastante escepticismo las "noticias"...
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