La coherencia se ha perdido para siempre en la política española. Seguro que nadie se escandaliza al leer esta frase (la situación es gravísima, pero nos hemos acostumbrado a todo), pero quiero ponerlo de manifiesto con un ejemplo concreto. El portavoz del PP en el Congreso de los Diputados, Eduardo Zaplana, contestó al fiscal general del Estado, Cándido Conde-Pumpido, quien no había dudado en decir que trabaja para "que no haya más muertos en el futuro aunque a algunos se les pueda notar las ganas de que los haya". Esta frase no se la puede permitir alguien que ostenta un alto cargo en la Administración del Estado, que quede muy claro. Conde-Pumpido no tiene que velar por los intereses del Gobierno, ni del PSOE, sino trabajar en lo suyo.
Dicho esto, Zaplana ha elevado la controversia a un nivel realmente exquisito para cualquiera que tenga un poco de memoria. Ha dicho el portavoz popular que es una "barbaridad impropia de cualquiera y mucho más del fiscal general del Estado". ¿Y de un presidente del Gobierno, señor Zaplana?. Lo digo porque quizá recuerde usted lo que dijo José María Aznar cuando mandó a los soldados españoles a Irak. Dijo que "algunos" (otra alusión indirecta pero clarísima, como la de Conde-Pumpido; ¿nadie se atreve a hablar claro en España?) estaban deseando que volvieran "en ataúdes". Otra barbaridad. Pero desde la óptica de uno de los líderes políticos más importantes de nuestro país, la primera es inadmisible y la segunda una defensa legítima de la política de su partido. Doble moral, doble rasero, nula credibilidad.
Zaplana debería ser un asiduo en las antologías del dispparate, aquellas que reúnen a personas con esa extraordinaria capacidad de defender una idea y al mismo tiempo la contraria, de decir que lo que hace un oponente político es gravísimo y cuando lo hace un afín la mejor estrategia del mundo. Al señor Zaplana sólo cabe pedirle que tenga un mínimo de coherencia, aún a sabiendas de que no la va a tener.
Y que este ejemplo no sirva para esconder la triste realidad. Nadie (insisto: nadie; ni socialistas, ni populares, ni nacionalistas, ni comunistas; NADIE) es ya coherente en la política española, y no lo es porque decir una cosa y la contraria al poco tiempo no tiene consecuencias de ningún tipo. En otro terreno menos trascendente, Luis Aragonés nos ha demostrado que la palabra ya no sirve de nada. En otro tiempo, lo que una persona decía era muy valioso. Hoy sólo llena las páginas de un periódico, una web, un blog, o unos minutos de radio o televisión. Detrás de todo eso, la nada más absoluta.
2 comentarios:
Sí señor, bordado, oiga. Y tirando de memoria, como se debe hacer, para que no nos coman los fantasmas: el olvido del pasado es la mejor receta para alentar el impulso siempre del presente, siempre acogotado, del populismo, el aquí y el ahora entusiasta y excesivo para pisar cabezas y crecer. Zaplanismo en estado puro.
Pedir coherencia es casi antipolítico.
Cuando en el partido contrario varias personas opinan en público de forma distinta, se dice de él que "es una jaula de grillos", "cada uno va por libre", "no hay proyecto ni liderazgo"; mientras que cuando eso pasa en el propio partido, se dice que "somos un partido plural", "tienen cabida todas las opciones", "hay libertad de expresión".
Con las manifestaciones pasa lo mismo: si son a favor de lo que pide un partido, "hay que escuchar la voz del pueblo"; mientras que si va en contra, "también hay que respetar las opiniones de quienes no se manifiestan, que son más."
Si sólo fuese un político o un partido, aún se podría solucionar, pero por desgracia creo que es algo más "estructural", y no sólo de España.
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