Ni el Madrid-Barça, ni el Masters de Tenis de Madrid (un año más, y a pesar del arrollador Federer, la noticia parece que no fue el deporte, sino esas modelos recogopelotas que tan poco me interesan). La noticia deportiva del fin de semana estuvo en Brasil. Fernando Alonso ganó por segundo año consecutivo el Mundial de Fórmula 1. Y lo ha hecho de una forma tan impresionante, que es justo que se lo reconozcan todos, incluso aquellos que piensan que el asturiano es un arisco, un borde o incluso un imbecil. Y hay que reconocérselo porque Alonso ha demostrado que es el mejor piloto del momento, por encima incluso de Michael Schumacher, quien, no lo olvidemos, ha ganado siete veces el Mundial.
Visto el último gran premio se pueden sacar muchas conclusiones.
Primero, que en el mundo del deporte las alegrías esconden siempre las penas. Renault no se ha portado del todo bien con Alonso durante este año, o al menos esa ha sido la sensación que ha tenido el aficionado. Su compañero de equipo no ha estado a la altura en ninguna carrera del año, y menos aún en la última, donde apenas fue capaz de contener a Schumacher. Y a pesar de todo, al final todo eran sonrisas, todo eran felicitaciones, todo eran abrazos y celebraciones. De todo este largo y difícil año quedarán estas últimas imágenes y no las noticias que hablaban incluso del boicot que algunos fans de Alonso le querían hacer a la marca francesa después de los incidentes de las tuercas de la rueda.
Segundo, y a pesar del final feliz, que el deporte es ya un mundo demasiado adulterado. Alonso debió ganar este Mundial mucho antes, pero sanciones absurdas, decisiones incomprensibles de las autoridades de este espectáculo, hicieron pensar que el título estaba adjudicado a la escudería con más poder y nombre, Ferrari, y al piloto que iba a decir adiós, el kaiser. Todo esto da un mayor mérito al título de Fernando Alonso. Schumacher dijo que en Brasil tenía un coche capaz de doblar a todos sus competidores. Y aún así el campeón es el español. Pero la larga mano de los que mandan cada vez es más alargada. Los intereses económicos demasiado jugosos como para dejarlos en manos de la capacidad de los deportistas, que a lo largo de toda la historia se han revelado siempre contra los finales escritos de antemano.
Tercero, que el deporte español está en un nivel impresionante. Cuando España conquistó el Mundial de baloncesto, parecía que era el primer entorchado de este tipo que se lograba (gran culpa de todo eso la solemos tener precisamente nosotros, los informadores), y nada más lejos de la realidad. Estamos en la élite mundial de muchísimas disciplinas, tanto de equipo (balonmano, baloncesto, fútbol sala, hockey hierba...) como individuales (tenemos al campeón del Tour de Francia, a dos pilotos a punto de terminar una gran temporada en motociclismo, atletas como Marta Domínguez...). Y este piloto asturiano ya tiene dos mundiales. Nadie a su edad había sido capaz siquiera de ganar uno y ya ha igualado a leyendas como Fitipaldi.
Alonso tiene mi admiración. Ha conseguido devolverme la fe en una disciplina que no contaba con ella desde hace muchos años, desde que el mejor piloto de todos los tiempos, Ayrton Senna, se mató en aquel trágico accidente. Desde entonces, la Fórmula 1 era para mí una página a saltarme en los periódicos, un espacio a ignorar en televisión. Pero cuando uno ve a español luchar por la victoria teniendo rara vez el mejor coche, dispuesto a ganar títulos mundiales sin rendirse al imperio de la escudería más poderosa, triunfar incluso con una leyenda como Schumacher en la pista, sólo hay un camino: seguir las carreras como si nunca las hubiera dejado de ver. Fernando, muchas gracias por lo que has hecho.
Y aunque esa declaración podría ser un bonito final, no me resisto a escribir algo políticamente incorrecto sobre Schumacher. Tenemos la manía en este país (seguramente en casi todos) de estar obligados a hablar bien de alguien que se retira. Y no me apetece hablar bien de Schumacher. Es un grandísimo piloto, uno de los mejores de la historia, pero para mí nunca será un gran campeón, siento decirlo. Los grandes campeones no tienen el polémico historial que tiene el alemán (entre otras cosas, se le impuso la sanción más dura de la historia de la Fórmula 1, su expulsión del campeonato, por intentar ganar un Mundial en la última carrera echando de la pista a su rival). Los grandes campeones no disfrutan ganando con ayudas ajenas (y Michael se ha sentido como un niño con zapatos nuevos mientras Alonso era sistemáticamente perjudicado este año). Los grandes campeones lo son porque vencen a pilotos que están a su altura, y el paseo que Schumacher se ha dado en los últimos años ha sido también en parte por la ausencia de esas figuras. Pese a todo, su última carrera es un buen legado para todos los que sí han disfrutado con la leyenda de Schumacher.
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