Hace ya unos días que vi esta historia y me apetece difundirla. El entrenador del equipo alevín del Sporting de Gijón ordena lanzar un penalti fuera. ¿El motivo? Que el penalti sólo lo ha visto el árbitro. Que el chaval se tropezó, que no había pasado nada irregular. Sabida es mi fobia hacia los árbitros, pero no voy a tirar por ahí (y mira que podría hacerlo, porque si no aciertan ni con alevines, ¿cómo van a hacerlo al máximo nivel...?). Lo que me llama la atención del caso es que el fair play, por mucho que la FIFA obligue a poner ese lema en las camisetas de las selecciones, por mucho que se hable y se defienda, ya no existe. Salvo en pequeños detalles como éste. En los comienzos del siglo XX, cuando el fútbol llegó a España, la imagen de ese chaval del Sporting alevín era incluso corriente en los partidos, que entonces eran amateurs. Cuando un penalti no era y todo el mundo había visto claramente que se había pitado de forma injusta, el balón iba fuera. Así de sencillo.
Hace unos años, en la Premier inglesa (¿dónde si no?), un árbitro señaló un penalti tras una caída de Robbie Fowler ante David Seaman, y el delantero se levantó diciendo que no se había producido infracción alguna. Pese a todo, el árbitro no reculó en su decisión y ordenó lanzar desde los once metros. Fowler lanzó y Seaman lo paró. ¿Falló adrede? Nunca se sabrá. Me gusta pensar que sí, porque un jugador que tiene la valentía suficiente como para decir que no ha sido objeto de penalti no puede irse tan contento a casa marcándolo y aprovechándose de esa injusticia. Sí, ya lo sé, es una ingenuidad por mi parte. Pero es que tengo grabada una jugada de hace un par de años que, por desgracia, no acabó igual. Aduriz, jugador entonces del Athletic de Bilbao, marca un gol de penalti a mi Real Sociedad. La infracción había sido una mano dentro del área. Y esa mano no fue otra que la de Aduriz. Él hizo la trampa, él se aprovechó de ella.
Esa es la realidad del fútbol. Lo que para algunos es picardía, para mí es una trampa. Lo que unos califican de pillería, a mí me parece deleznable. Todo no puede valer. Pero parece que vale. Hoy leo en el diario Marca que en el partido Recreativo-Almería de ayer el portero del equipo visitante, Diego Alves, fingió una lesión para parar el partido en un momento de agobio para su equipo. Si es el guardameta, el juego debe pararse obligatoriamente. El preparador de porteros del equipo almeriense, Mikel Insausti, fue quien impulsó el plan desde la grada comunicándose con un teléfono móvil con el banquillo. El periódico cita incluso un entrecomillado que atribuye a Insausti: "Decidle a Diego que saque al doctor al campo. Ahora es el momento, como hicimos la pasada semana contra el Valladolid".
Todo esto se suma a las trampas con los recogepelotas, que siempre que el equipo local va ganando desaparecen de la banda. A los jugadores que se tiran, dentro y fuera del área (hace no mucho, Luis García, del Espanyol, reconoció abiertamente que en cuanto tiene la oportunidad intenta engañar al árbitro). A los que fingen lesiones. A los que exageran las faltas para forzar tarjetas amarillas y rojas. Cuánto daño le hizo al fútbol un tal Bilardo, que de jugador saltaba al campo con alfileres para pinchar a los contrarios y provocar sus expulsiones y que de entrenador nos dejó aquella perla inolvidable de "al contrario, písalo". Y porque no me pongo a hablar de la compra de partidos, eso que durante tantos años era una verdad aceptada por todos, que el año pasado se reveló en Segunda como una mafia más en este país y que nadie quiere revolver por motivos que se desconocen.
¿Fair play? ¿Dónde? Qué difícil de encontrar en estos días. No imposible, sin duda, pero cada vez más difícil. Hace unos años, en la temporada 2004-2005, el Eibar estaba en condiciones de luchar por el ascenso a Primera. David Silva estaba cedido en el conjunto guipuzcoano por el Valencia. En el minuto 92 del partido que estaban jugando los eibarreses en Lleida, con 1-1 en el marcador, Silva se queda sólo delante del portero gracias a que el lateral que debía cubrirle estaba tendido en el suelo, lesionado. Y en lugar de buscar el tiro a portería, lanza el balón fuera para que atiendan al jugador rival. "Tuve la ocasión porque el lateral, Bruno, no estaba en su sitio, por lo que creo que hice lo correcto. El público entenderá que jamás puedo tirar estando el rival en el suelo", dijo entonces Silva. El Eibar empató aquel partido. Y no subió.
Me diréis que está muy bien lo de apostar por el fair play pero que seguro que si mi equipo marcara un gol aprovechándose de una acción irregular no lo diría tan alto. Puede ser. Pero el trabajo hay que hacerlo desde abajo. Si ya es triste ver a un profesional perjudicar a un compañero con estas artimañas, mucho más ver a chavales pequeños. Hay que enseñarles a que sean sus cualidades deportivas las que marquen la diferencia en un terreno de juego, y no estas acciones innobles. Como en casi todo, es una cuestión de educación. Yo tengo claro que me quedo con Fowler, con Silva y con lo que hizo el entrenador y el jugador alevín del Sporting. Porque eso también es fútbol. Mejor dicho, eso es, sobre todo, la esencia del fútbol. Lo demás es una perversión de un noble deporte que pasa por horas bajas.
7 comentarios:
Me ha gustado el post, si señor. Que me parece perfecto la decisión del entrenador y la acción del chaval, que ciertas cosas hay que empezar a inculcarlas desde que somos bien pequeños.
La verdad es que es una pena que tanto en el deporte, como en la mayor parte de los aspectos de nuestras vida, el todo valga... es una pena, pero es así.
Gracias por el video y la noticia Juan, porque estás cosas son las que nos hacen a todos un poquito más grandes!
Un besote
En una carrera disputada recientemente por Valencia marchaba destacado un marroquí con un valenciano segundo a cien metros. Alguien de la organización equivocó al primero y le metió por un trayecto equivocado. El que iba segundo se encontró, de repente, primero. Poco antes de entrar a meta el valenciano paró y esperó aque le adelantase el marroquí. Perdió dinero, pero dio una lección a muchos.
Lo malo es que esto sea lo anecdótico y llame la atención. Prima la trampa sobre la ley. Es lo que tenemos.
Princesa, es que a veces hay que intentar buscar historias positivas, porque nos recreamos sólo en lo malo y no es plan...
Impenitente, preciosa historia, sí señor. Pero ya sabes, como no es fútbol tampoco trasciende todo lo que debe... Qué lástima que prime la trampa en algo tan bonito como es el deporte.
Recuerdo en cierta ocasión que el 7 veces ganador del Tour de Francia, Lance Armstrong, se enganchó en la bolsa de un espectador cafre que se le arrimó demasiado. Se fue al suelo en plena subida. Su máximo rival, el alemán Jan Ulrich, pudo aprovecharse. Pero bajó el ritmo y esperó a que se incorporara. Después, en igualdad de condiciones, Armstrong atacó y venció la etapa. Ulrich afirmó que si había cometido errores en la etapa, no fue aquel gesto.
En Sydney 2000, en Mountain Bike, la italiana Mezzo hizo un temerario e inverosímil intento de adelantamiento a la mallorquina Fullana y, en consecuencia, las dos acabaron en el suelo. Fullana, incluso, cayó por un barranquillo. Su rival, lejos de preocuparse se lanzó en búsqueda de su (lógica) victoria, y cuando le preguntaron si se avergonzaba de haber logrado el Oro de esa manera, simplemente dijo: "cosas de la competición". Los jueces, a pesar de aquella falta flagrante de deportividad (primero tirar a un rival y después aprovecharse de su caídA), desestimaron la protesta española. Un "inestimable" ejemplo de hipocr.. digo... de espíritu olímpico.
Dos caras de la misma moneda.
Yo recuerdo algo parecido en un partido con un equipo británico, no sé si inglés o escocés, en el que se pitó un penalty que no era y el entrenador le dijo a su jugador que tirase fuera. Y estoy hablando de profesionales. Pero estas cosas son excepcionales.
Lo que hace verdaderamente grandes a los jugadores es saber perder y jugar limpio, aunque siempre se pueda tener algún desliz. Me entristece ver imágenes como la de David Villa en la jornada de la semana pasada, cuando alguien de su banquillo le dijo que se tirase al suelo simulando una lesión... y él lo hizo. Por suerte le vió el cuarto árbitro, le enseñó la segunda amarilla y se fue al vestuario. Peor es el caso de Maradona, que hace poco se jactaba de que, en un partido contra Brasil (no sé si en México 86 o en Italia 90), habían dado a sus rivales botellas de agua con sustancias que hacían que se encontrasen mal...
Reverendo, recuerdo ambos casos. Obviamente, con el primero aplaudí y recuerdo algún que otro insulto tras el segundo... Lo malo es tener la sensación de que prima lo negativo.
C.C.Buxter, efecitvamente, son casos excepcionales en el deporte profesional. Y no tendría que ser así. Las botellas drogadas fueron en el Mundial de España en 1982. Recuerdo haber leído mucho sobre ese caso, sí...
Chapeau, gran post!
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