Llevo tiempo evitando hablar de la situación económica porque no soy ningún experto en la materia. Lo que yo diga sobre este asunto es lo mismo que podría decir cualquier otro que tenga un mínimo de raciocinio y ningún conocimiento especial. Mi opinión tiene poco de erudita en este terreno y no me gusta lanzarme alegremente a hablar de cosas que, en el fondo, no entiendo. Y es que ese es uno de los grandes males de la sociedad de la información en la que vivimos: todos sabemos de todo y todos nos vemos obligados a sentar cátedra sobre todo. ¿Que no sabemos nada? Qué más da, decimos lo que creemos que conviene a la parte que defendemos (porque casi siempre que habla un experto lo hace para ponerse de parte de alguien) y listo. ¿Que así confundimos a la gente? Será que nos interesa que la gente esté confundida. Por eso cada día valoro más a quien, con la suficiente humildad, admite que no tiene datos o conocimiento para emitir una opinión sobre un tema.
El caso es que a mí esto de la crisis me viene haciendo cierta gracia desde hace tiempo, porque me vienen hablando de una catastrófica situación económica desde finales del año pasado y me da (y me daba entonces) que en aquellos momentos no era para tanto. Se podía haber hablado de un futuro negro, pero esos no eran los términos que usaban los más pesimistas. Se hablaba en presente, de una crisis, allá por noviembre del año pasado, que parecía estar socavando los cimientos de la civilización (llegué a oír comparaciones con el crack del 29, y todavía me estoy riendo; en aquella época, la gente pasaba hambre de verdad, algo que no veo ahora en los países desarrollados). Y yo os juro y perjuro que no la veía. Veía sectores en problemas, como por ejemplo el de la construcción, pero CRISIS, así, con mayúsculas, yo no la veía por ningún lado. Pero sí que es verdad que la cosa se veía venir, aunque acertar la magnitud era lo difícil. Ahora sí estamos con indicadores económicos alarmantes. Pero ahora. No hace diez meses.
Desde mi óptica levemente ignorante, siempre he pensado que el verdadero problema de España radicaba en los salarios. No me parece de recibo que personas formadas con cinco años en la universidad (incluso el doble para quien tenga dos carreras) cobren sueldos que apenas llegan a los 1.000 euros. Y eso es por varios motivos. Para empezar, porque sobre todo los jóvenes desempeñan empleos para los que está sobradamente cualificado. Es decir, que su formación no se pone en valor y eso repercute en su sueldo. Pero también porque esa formación no es valorada y recompensada como se merece. Porque hay quien trabaja en aquello para lo que ha estudiado que cobra cifras similares (y eso lo puedo decir con conocimiento de causa, que la explotación que hacen los medios de comunicación a los periodistas es sangrante). Y ya me diréis dónde se va en la actualidad con un sueldo que a duras penas llega a los cuatro dígitos.
Aquí es donde entra en juego la figura sobre la que cargo buena parte de la responsabilidad de la actual situación económica: el empresario. En los últimos años, en los que la bonanza económica era evidente, el empresario se llenaba los bolsillos con sus beneficios. Batía sus récords de ganancias todos los años, si no todos los meses y la vida era maravillosa... para él, claro. Porque eso no repercutía nunca en el sueldo del trabajador, al que le subían el IPC y listo. Ahora que las cosas vienen mal dadas, el objetivo del empresario es mantener su amplio margen de beneficios a toda costa, por elevado que sea, por muchos ahorros que pueda haber amasado en los años positivos. Y como suben los costes, ¿qué es lo que hace el empresario para mantener su margen de beneficios? Subir los precios, obviamente.
Y así empieza la bola de nieve que tiene a la economía como la tiene. Si se suben los precios y el ciudadano de a pie tiene cada vez menos dinero, el consumo cae. Y si el consumo cae, las empresas quiebran. Y si las empresas quiebran, el paro aumenta. Y si aumenta el paro, el Estado tiene que pagar más subsidios por desempleo. Y si el Estado paga más por este concepto, tiene menos dinero para gastar en otros sectores que pudieran necesitarlo para reflotar la economía. Y así todo. Insisto que no soy economista ni entiendo demasiado de la materia, pero me parece un relato sensato de lo que está sucediendo. ¿Alguien cree que si los precios bajaran no se recuperaría el consumo y, por tanto, el empleo? Los ejemplos cotidianos dicen que así sería, y no hay motivo para dudar que la gran empresa podría seguir el mismo camino, con más motivo porque tiene infraestructura, fondos y recursos suficientes para aguantar más tiempo esta situación.
Hoy leía sobre un bar gallego que en 2006 decidió no subir los precios. Y sus beneficios crecen un 7 por ciento todos los meses. Normal. ¿Dónde te tomas el café? ¿Donde te lo suben 20 céntimos cada tres meses o donde no ha subido en los últimos dos años? Hace tiempo, en la Comunidad de Madrid se lanzó una campaña por la que los mayores de 65 años sólo pagaban un euro por ir al cine cada martes. El aumento de la reacudación esos días, en la campaña de 2007, era de un 25 por ciento, que sin duda se multiplicaría si la oferta estuviera más extendida a otros grupos de población y haría ganar más dinero a los exhibidores y a las distribuidoras. Pero el cine es uno de esos ejemplos sangrantes de abusivos aumentos en los precios. El cine que más frecuento ha subido la entrada reducida, desde marzo de 2007, de 4,90 a 5,60. 70 céntimos de subida nada menos en apenas quince meses. Seguro que todos conocéis más ejemplos como éstos.
Y ahora es cuando le doy la vuelta al razonamiento anterior. Si el empresario baja los precios, el consumo volverá a crecer. Si el consumo crece, más empresas volverán a tener beneficios. Si las empresas marchan bien, tendrán que contratar personal y el paro bajará. Y si el paro baja, el Estado tendrá que afrontar una carga menor por este concepto y se podrá dedicar a solucionar los aspectos de la crisis en los que el empresario no pueda echar una mano. Pero ya sabemos que el empresario puede ser de todo, menos por lo visto solidario. No hay más que echar un vistazo al precio de la gasolina. Cuando sube el petróleo, se aplica el mismo porcentaje al precio final de venta. Pero cuando baja el petróleo... ¡Ah, cuando baja el petróleo los precios no disminuyen tanto! Y luego a llorar a Papá Estado cuando un sector está en quiebra, que eso sí que funciona...
4 comentarios:
Aplaaaaaaausos!!!Sí señor,un post de lo más interesante. Estoy muy de acuerdo contigo, a pesar de que incluso tenga menos idea que tu, que menos mal que no tenías.. El cine es un abuso, a 6,60 está aquí, si no me equivoco.
Claro , luego nos animan a que seamos empresarios, ayudas, subenciones...En fin.
Besos mil Juan.
Tu idea no es mala, pero en según qué sectores.
En mi sector (proveedor de la construcción) más que por márgenes trabajamos por rendimientos. Cuando estudias una obra, estimas unos rendimientos de fabricación y montaje. Si tardas menos, ganas. Si tardas más, pierdes. Y dada la competencia, vamos a precios muy ajustados, por lo que, al final, si ganamos un tres por cien es un éxito.
Los empresarios son empresarios para ganar dinero. Y si no ganan, buscan otros sitios de mayor rentabilidad. Los empresarios tienen mala fama pero ójala fuesen más, ya que ellos son los que generan riqueza y, por tanto, trabajo para todos. Ójala ganasen mucho, muchísimo dinero. Ellos arriesgan. Yo sólo perdería mi puesto de trabajo. Ellos muchísimo más. Y arriesgar para perder o para ganar muy poco cuando el banco te da el cinco por cien no tiene sentido.
Otro tema sería la ética de los empresarios. Pero eso sería hablar de la ética del dinero.
No me hagas hablar....que como periodista ya hace tiempo que sufro en mis carnes la precariedad laboral. Pero es cierto, que este último año más que nunca.
Además, independiente de la situación económica por la atraviesa el país y el primer mundo en general, se le da demasiado margen para especular y engañar a los empresarios y encima la ley está de su lado. Pero, insito, no me hagas hablar....
Un beso
Leyre, muchas gracias. Yo es que al final creo que tantas lecciones eruditas se quedan nada y lo que importa es aplicar el sentido común...
Impeniente, tienes toda la razón. Tenía que haber acotado más. En primer lugar, es cierto que lo que digo no se puede aplicar en todos los sectores (pero creo que sí en bastantes). Y en segundo lugar, me refiero al gran empresario. El mediano y, sobre todo, el pequeño, suele merecer un aplausos. Esos sí arriesgan su dinero. El grande sólo arriesga su margen de beneficio... y no suele perder.
Vanessa, yo sólo te puedo decir que hables, que seguro que tienes muchas cosas interesantes que contar de este mundo periodístico tan devaluado que nos ha tocado vivir...
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