Los comentarios a mi anterior entrada me han sugerido la posibilidad de seguir escribiendo sobre el dopaje deportivo. Está claro que es un asunto que genera controversia, que no todo el mundo lo ve de la misma forma y que es prácticamente imposible llegar a un consenso sobre la definición, los peligros y las consecuencias del dopaje. El problema que le veo a este debate es que muchas veces abarcamos cuestiones muy diferentes para dar una sentencia. Cuestiones que incluso entran en conflicto. Creo que son tres los aspectos que debemos diferenciar para tener claro qué pensamos del dopaje y que se puede hacer para luchar contra él.
En primer lugar, está la cuestión física. Es evidente que el hombre ha ido creando o desarrollando muchas sustancias que potencian su desarrollo físico más allá de la evolución física del ser humano (que existe, pero ¿a los niveles que permiten batir récords del mundo todos los años?; cuanto menos, dudoso). Es evidente que la mayoría de ellas no son demasiado beneficiosas para la salud (aunque no voy a entrar en detalles, porque no soy médico). Y es evidente que sólo con la dieta no se consiguen las hazañas deportivas que aplaudimos a los atletas de élite, que hace falta algo más para entrar en el olimpo moderno del deporte. No se sube el Alpe d'Huez tomando una solución vitamínica o que no se corren maratones de 42 kilómetros con un zumo de naranja. Eso seguro.
En segundo lugar, está la cuestión ética. ¿Se pueden o deben tomar sustancias para mejorar marcas? Es aquí donde se presentan los mayores interrogantes. Hay quien cree que introducirse cualquier sustancia que potencie el rendimiento físico y deportivo es inmoral. Hay quien piensa que mientras dichas sustancias no conlleven riesgo para la salud el atleta no tendría que haber problema alguno. Y hay quien piensa que todo vale para triunfar en este mundo del deporte que ya es también el mundo de los negocios y, por qué no decirlo, del espectáculo. Las instituciones deportivas hacen una lista de sustancias prohibidas. Sus criterios serán seguramente discutibles y es ahí donde entra la (indiscutible) doble moral con la que se juzga a los atletas. Queremos que rompan las barreras del ser humano y les forzamos a ello, pero en muchos casos preferimos cerrar los ojos a sus métodos o no somos capaces de adelantarnos a sus maniobras.
Y en tercer lugar está la cuestión legal, que es el matiz que casi nadie suele emplear en este debate y que me parece el más importante de los tres. Cuando un atleta se inscribe para una competición, conoce sobradamente las normas y reglamentos que lo rigen. Igual que un velocista de 100 metros sabe que no puede invadir otra calle que no sea la suya o que lo que marca el tiempo final es el paso por meta del pecho del atleta, sabe que hay sustancias que no puede tomar. Todos los atletas conocen que existe una lista de medicamentos prohibidos. En los Juegos hacen incluso un juramento para garantizar que no se saltan esas normas. Pero resulta que lo hacen para ganar, para ser mejores que los demás, para colocarse por encima de ellos. Y voluntariamente. Eso se llama hacer trampa. Son atletas que deliberadamente se colocan por encima de los demás. Que se saltan el reglamento. Que hacen algo ilegal (la injusticia de la ley no es algo que se deba considerar en este punto, y a esto voy en el siguiente párrafo). Es eso lo que les sitúa fuera del espíritu deportivo.
Con frecuencia, se mezclan estas tres cuestiones y así es imposible llegar a acuerdos. Para mí, insisto, la más importante es la tercera. Cuando se habla de las primas a terceros en el fútbol, se suele decir aquello de que las primas por ganar están bien. Perfecto, estarán bien, pero son ILEGALES. Si nos parecen bien, legalicémoslas. Pero, mientras tanto, serán ilegales y, por tanto, sancionables. ¿Qué nos da derecho a saltarnos la ley que nos apetezca? ¿Incumplirla por motivos egoístas es la mejor forma de luchar por la justicia? Estoy convencido de que no. ¿Deportistas y médicos están de acuerdo en que una sustancia determinada debiera aceptarse? Que se acepte. Pero si está en una lista de medicamentos prohibidos no se puede utilizar. Ahí no hay doble moral. O es legal o no lo es. La doble moral está en si tiene que serlo o no, es decir, en el paso previo a la competición deportiva. Una vez suena el pistoletazo de salida, unos cumplen la ley y otros no. Los primeros, para mí, son deportistas. Los segundos, por mucho que su trampa pueda ser aceptable de alguna forma, son simplemente tramposos.
4 comentarios:
¿Y qué hay de los deportistas que cumplen la ley tomando drogas que hoy no son ilegales pero que sí lo serán mañana? Es evidente que una vez más la ley va por detrás de la ciencia. Estos señores ¿Qué son: tramposos, avispados o deportistas?
Deportistas, porque por mucha ayuda que generen ciertas moléculas es evidente que son necesarios igualmente años de entrenamiento.
Avispados, porque entran dentro de una ley que se queda siempre atrás.
Y tramposos, porque al fin y al cabo consiguen sus marcas con sustancias que un laboratorio privado ha conseguido generar para ellos. ¿Están en igualdad con los demás porque el resto también podrían tomarlo? Lo dudo bastante, pero bueno, ese sería otro debate. Desde luego para mi, tramposos también.
De cualquier forma me ha encantado este post Juanillo, muy bien explicado y muy bien separados los problemas. Ciao!
Te ha faltado la cuestión política. Los atletas participan en las grandes competiciones representando a sus países. Existe en cada competición un medallero. A ese medallero se le da una importancia capital. Sólo quien no tiene ni puta idea de deporte cuenta medallas, pero es que nadie tiene ni puta idea de deporte. China este año ha reventado el medallero. ¿Esta nueva generación de chinos ha resultado de una calidad excelente o pocos llegarán a los cuarenta años? ¿Cómo es que ninguno dio positivo?
Desengáñate, Juan. El deporte ya no es deporte. El deporte lo practicas tú con tus amigos jugando al fútbol o yo saliendo a correr cinco días a la semana con mis amiguetes. Eso es deporte. Lo de Usain Bolt, Alberto Contador, Roger Federer o Lewis Hamilton es otra cosa: Un negocio. Dinero. Publicidad.
Yo sinceramente pienso en esa tercera que dices tu.
Porque no es como los coches de formula uno que poniendo cuatro piezas o arreglando algo, mejoras una maquina.Aparte de que trabajamos con personas, si tu sabes que las reglas d un juego son las que son, tienes que acatar a ellas. Porque si a un saltador que pisa la raya se que invalida el salto es porque asi son las reglas. no?
Me estoy liando un poco en lo que quiero expresar.
Para mi el dopaje esta condenado en cualquiera de las maneras. Por mucho rendimiento que se suba, ya no hablamos de deporte, hablamos de ciencia.
Roi, tienes razón, la ley va por detrás de la ciencia. Ojalá la distancia se acortara, pero parece difícil...
Impenitente, la cuestión política, afortunadamente, sólo se pone sobre la mesa en los Juegos. Pero desde luego que cuenta. Y no sólo para el dopaje, que los jueces hacen lo suyo. Puede que ya no sea deporte. Pero cuando lo parece, cómo hace disfrutar...
Mon, yo es que creo que hay está la clave. Si hay unas normas aceptadas por todos, saltárselas es hacer trampa. Lo demás es discutible, pero eso no.
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