miércoles, diciembre 26, 2012

Liebster Award

Vale, confieso que soy presa fácil. Cuando veo un cuestionario de estos que abundan por Internet, caigo con sencillez. Y BkindZanks ya ha conseguido que haga de forma consecutiva dos que ha publicado en su blog... sin necesidad siquiera de nominarme. Aquí el enlace a su blog, Uno de estos días, y aquí a esa entrada en concreto por si quiere leerla alguien que no frecuente su más que recomendable espacio, que desde hace ya algún tiempo es para mí cita imprescindible.

Estas con las normas del premio en cuestión. Las pongo para que consten, pero, claro, como casi siempre me salto la mitad. No voy a nominar, que lo coja quien quiera contarnos algo de su vida.
1. Cada persona debe escribir once cosas sobre sí misma.
2. Debe responder a las once preguntas que le ha enviado quien le nomina.
3. Ha de crear once preguntas nuevas que le enviará a quienes nomine.
4. Tiene que elegir a once bloggers con menos de 200 seguidores para premiarlos.
5. Esos bloggers deberán contestar a las preguntas.
6. No se puede enviar una nominación de vuelta.

Ahí van, pues, esas once cosas sobre mí. Intentaré ser original y no repetir cosas que ya he dicho o casi todo el mundo que me conoce sabe...

1. Mi frikismo coleccionista no es tendente, por ahora, a artículos caros. Soy gastoso pero no derrochador. A mí alma friki le satisface con la misma intensidad tener la colección de latas de Pepsi que se vendieron coincidiendo con el Episodio I de Star Wars que una estatua de Darth Vader de 800 euros. Recordad que he dicho por ahora. Algún día haré un dispendio.

2. Ando mucho. Y lo hago por tres razones. En primer lugar, porque tengo tiempo para hacerlo sin necesidad de ir corriendo a todas partes. En segundo lugar, porque es un ejercicio sanísimo que no requiere grandes esfuerzos ni equipamiento adicional. Y en tercer lugar porque estoy harto de que el Gobierno de la Comunidad de Madrid me time con subidas abusivas de los precios combinadas con una alarmante reducción de la calidad y frecuencia del servicio.

3. Cada día que pasa, detesto más el tabaco. Y a muchos fumadores. No os deis por aludidos los fumadores que sois conscientes de que los demás no tienen por qué respirar el humo de vuestro tabaco. Los demás, sí, daros por aludidos porque me arruináis el día cada vez que no puedo evitar tragármelo. Lo siento, pero es así. Alabado sea el político (y sé quien es, pero no lo digo, que está mal visto...) que impulsó la Ley anti tabaco. Sobra decir que en mi vida ha dado una calada a un cigarrillo o similar.

4. No me importa que esté mal visto, que la gente me mire mal o que en algunos sitios nocturnos no me dejen pasar, mi calzado predilecto es un buen par de zapatillas deportivas. Obviamente, para las ocasiones que lo requieren, los zapatos caen, pero nunca estoy a gusto con ellos. Ni con una corbata. ¿Quién inventaría ese inútil trozo de tela y su endemoniado nudo...?

5. Me arrepiento enormemente de no haber guardado una redacción que hice con diez años en el colegio. Todos los lunes escribíamos un texto libre y la profesora escogía uno cada semana que después pasaba a un periódico que hacíamos sacando copias con gelatina o algo parecido. No sé si aquella la escogió, probablemente no, pero la recuerdo como si fuera ayer. Escribí sobre un partido de la Real en el Bernabéu que ganamos 0-4. Y recuerdo que el dibujo que acompañaba a aquel texto era el del cuarto gol, una maravilla de Bakero tirándose en plancha. Como si fuera ayer...

6. Cuando hago una entrevista o cubro una rueda de prensa, dependo en exceso de la tecnología. Me fío absolutamente de mi grabadora y apenas tomo notas. Mal hecho por mi parte, porque los accidentes suceden (solo recuerdo que me haya pasado una vez, y fue fácilmente subsanable), pero me sostengo en la grabación para poder prestar atención a quien habla, a lo que dice y a cómo lo dice. Me parece que eso también forma parte de sus palabras y es importante verlo.

7. Me pone de mal humor cuando alguien con quien estoy debatiendo tergiversa adrede mis palabras o mis argumentos. Ese es el momento en el que ya sé que la conversación está acabada, aunque sigamos hablando mucho tiempo después de eso. Para mí, hay pocas cosas peores en un debate que no querer entender lo que alguien quiere decir.

8. Tengo prohibido en las conversaciones con personas que valen la pena que ellas mismas se autoinsulten, infravaloren o se echen la culpa de lo que les sucede por circunstancias de la vida. Si vales la pena y sabes que lo pienso, no lo hagas. Porque no te dejaré.

9. No tengo ningún recuerdo memorable de profesor alguno más allá de quinto de la desaparecida EGB. En ese año y los dos anteriores tuve una maravillosa, pero a partir de ahí los he tenido mejores y peores, como personas y como profesores, pero nada que se haya quedado en mi memoria con especial reconocimiento de sus méritos. Ni en el colegio, ni en el instituto. El clásico maestro no forma parte de mi memoria.

10. Sigo disfrutando a día de hoy con cosas que me entretenían de niño. Releo los cómics que leí entonces, vuelvo a ver las series de dibujos animados que echaban entonces por televisión. Y me parecen hoy, como hace tantos años, entretenimientos tan dignos como los que he ido descubriendo según cumplía años. En su contexto, porque el contexto es importante.

11. No soy capaz de entender que la gente escriba mal a propósito. Ni falta de espacio en Twitter o SMSs, ni rapidez a la hora de escribir en Whatsapp. No me sirve como excusa. ¿Qué tiene la gente en contra del signo de interrogación o admiración de apertura? ¿Por qué nadie parece saber para qué sirve cada preposición y las usan indistintamente? ¿Tan difícil es saber qué se escribe con b y qué con v? Y ya cuando la "gente" es el "periodista", la hemos liado pero bien... Ver una falta de ortografía en un medio de comunicación es algo que tendría que ser intolerable. Pero, claro, sé por experiencia que los filtros no funcionan como deberían, así que...

Estas son las preguntas que incluyó BkindZanks para los insensatos, como yo, que decidiéramos recoger el guante, con sus correspondientes respuestas:

1. ¿Qué harías si te quedases una noche dentro de un centro comercial cerrado?
Al cine. De cabeza. ¿Quién no ha tenido ganas de trastear con un proyector? Vale, ya sé que eso es antiguo y que ahora va todo en formato digital. Pero mirar la sala desde una cabina de proyección es un pequeño sueño que algún día habría que cumplir... Como el de tener una sala entera para mí solito... Y de noche en un centro comercial me da tiempo a ver cuatro películas por lo menos...

2. ¿Si tuvieras que elegir tener un poder sobrenatural, en plan superhéroe, cuál sería?
Teniendo en cuenta que una de mis pasiones son precisamente los superhéroes y por tanto he leído historias de centenares de ellos con poderes completamente diferentes entre sí, es una pregunta realmente difícil... Y la verdad es que no creo que haya mejores secuencias en las historias de un superhéroe que cuando vuela por primera vez. Eso tiene que ser realmente impresionante.

3. ¿Qué canción pondrías ahora mismo?
Ahora mismo creo que me pondría cualquiera de los cuatro o cinco temas memorables que hay en la banda sonora de Conan el bárbaro, de Basil Poledouris. Siendo un compositor que no tiene tantas obras grandes, esta es sencillamente perfecta. Pero perfecta de verdad.

4. ¿Cuál es la mentira que no volverías a decir?
No soy una persona que diga mentiras, aunque algunos no quisieran creerme cuando lo proclamaba. Se me nota tanto, que me parece absurdo hacerlo. Puedo evitar una respuesta, pero no dar una falsa. Así que no se me ocurre ninguna mentira que no repetiría... Simplemente, es que no mentiría.

5. Descuelgas el teléfono, te ha sucedido algo, ¿a quién llamas?
Lo más normal es que fuera a mis padres. A menos que ese algo que me suceda lo pueda solucionar otra persona. Suelo ser pragmático para esas cosas.

6. Caminando por la calle, ves venir de frente a una persona de tu pasado, ¿quién te gustaría que fuese y en qué situación te gustaría que te encontrase?
Esta es buena... Hace no mucho se me pasó por la cabeza una compañera del instituto que me caía muy bien aunque tampoco tuvimos una relación muy estrecha, que no volví a ver desde que salimos de allí y de la que me gustaría saber algo... Sin pensar en situaciones especiales, simplemente por saber de ella. Y no, no he conseguido dar con ella a través de las redes sociales.

7. ¿Te han detenido alguna vez o similares?
¿A quién? ¿A mí? Con lo bueno que soy... Creo que el castigo más grande que he sufrido fue cuando tenía seis o siete años y me pusieron en el colegio contra la pared... Y creo que la causa era que estaba hablando en clase. Y, claro, ya se sabe que con esa edad los niños tienen que estar callados para escuchar las clases magistrales de sus profesores, imprescindibles a esas alturas para sacarse el doctorado...

8. ¿Cuál crees que es la solución para salir de la situación económica que angustia a este país?
Una solución doble. En primer lugar, un batallón de inspectores que acabara con todos los fraudes y gastos innecesarios. Eso sí sería ahorrar y permitiría no tocar las líneas rojas de lo que tiene que afrontar un Estado, además de que desenmascararía esos recortes "imprescindibles" que nos cuentan ahora mismo nuestros adorables gobernantes. En segundo lugar, equiparar de una maldita vez lo que ganan los ciudadanos y lo que le cuesta vivir en este país. Porque con el desfase actual me parece imposible salir de ninguna crisis.

9. Si pudieras corregir uno de tus defectos asumidos, ¿cuál sería?
Debida a mi resistencia a decir "no" cuando no tengo otra tarea apuntada en la agenda, mi excesiva disponibilidad para todo el mundo, y eso incluye a gente que no lo merece. Pero ya lo estoy corrigiendo. Poco a poco. Aunque sigo pensando que si puedo ayudar a alguien, ¿por qué no lo voy a hacer...?

10. ¿En qué película te gustaría vivir durante una semana?
Esta pregunta podría tener una respuesta diferente cada vez que alguien me la hiciera. Pero pensando en que hablamos de una semana, y dado que muchas de las películas que me venían ahora a la cabeza no abarcan tanto tiempo en su historia, me voy a quedar con siete días a bordo del Suprise, bajo el mando del capitán Jack Aubrey y con el doctor Stephen Maturin. La película, Master and Commander.

11. ¿Cuál es esa pregunta que siempre te hacen y nunca contestas?
No tengo una pregunta recurrente que no conteste por sistema. Y tampoco suelo evitar tipos de preguntas. No sé, probadme, preguntad y lo descubrís...

Y estas son las once preguntas que dejo por si alguien las quiere contestar, en los comentarios o en sus propios blogs...
1. Un personaje de ficción (película, libro, cómic, serie...) te ha enamorado para siempre, sin remedio y por encima de todos los demás. ¿Quién es?
2. ¿A quién y por qué has mandado a freír espárragos (o cualquier expresión análoga, reproducible o no) con mayor contundencia en toda tu vida?
3. ¿Qué no has hecho nunca que te gustaría probar en algún momento más o menos cercano?
4. Dejando al margen felicitaciones navideñas o de cumpleaños, ¿cuándo fue la última vez que enviaste una carta personal por correo físico y no por e-mail?
5. ¿Engañas mucho al escribir o dejas ver la persona que realmente eres?
6. ¿Cuál ha sido el mejor momento de tu vida que tenga que ver con el deporte?
7. Una manía que no hayas sido capaz de corregir a pesar de que todo el mundo te dice que tienes que hacerlo.
8. ¿Cuál es la última película que dejaste de ver y por qué?
9. Te toca un millón de euros en cualquier lotería. ¿Cuál es el primer gasto que haces con ese dinero?
10. ¿Crees en las casualidades?
11. ¿Cuál crees que es la principal razón por la que ahora mismo estás como estás en tu vida, sea bien o sea mal?

viernes, diciembre 21, 2012

Felices fiestas

Pues así como quien no quiere la cosa, resulta que nos hemos vuelto a plantar en los diez últimos días de diciembre y, obviamente, del año. 2012 se va y entramos en el peligroso terreno en el que, se celebren o no, todo el mundo se dedica a felicitar al prójimo por estas fiestas. Bueno, no, vale, no todo el mundo, que uno no tiene más que cruzarse con algunos de sus vecinos para comprobar que ni las Navidades les impide ser tan siesos. En el fondo da un poco igual. Los motivos por los que hay gente que adora la Navidad son tan comprensibles como los que tienen los que la detestan, aunque con estos últimos soy más comprensivo porque viven en un mundo sobrecargado de luces, felicitaciones y mensajes consumistas que no quieren.. Ni en uno ni en otro extremo, yo simplemente uso la Navidad como excusa para mandar buenos deseos a todo el mundo. Eso, desde luego, no hace daño, se sea creyente o no, se sea consumista o no, se sea feliz en estas fechas o no.

Esta que encabeza la entrada, con una de las miles de luces que adorna Madrid en estas fechas, es la felicitación que he mandado por correo electrónico a, creo, todo el mundo que tenía que recibirla. Igual se me ha pasado alguien porque ahora mismo el orden que hay en la libreta de direcciones de mi e-mail es, por decirte de forma eufemística, un auténtico desastre. Algunos de los que pueden pasar por aquí la tendrán ya en su bandeja de entrada, pero, como se trata de mandar buenos deseos para el próximo año que comienza en apenas diez días, la reiteración nunca está de más. Que paséis todos unos días muy felices y que 2013 os traiga todo lo que soñáis que puede suceder en los próximos doce meses. ¿Veis? Se puede decir sin siquiera pronunciar la palabra "Navidad". Y quien quiera me puede responder con un "paparruchas" que, aún siendo una palabra preciosa, la rebatiré lo mejor que pueda.

sábado, diciembre 15, 2012

Incontinencia viral

Otra vez, los medios de comunicación se han equivocado a lo bestia. Carme Chaparro lo cuenta en su blog mucho mejor de lo que yo lo haría, así que no voy a insistir en el relato de cómo durante unos interminables minutos se culpó de la horrible matanza del colegio de Conneticut a un hombre inocente, cuyo mayor delito era ser hermano del verdadero autor. Pero sí tengo claro que esa es una muestra del fracaso de los medios en esta era de Internet en la que la inmediatez se ha convertido en el único argumento a seguir, sin pernsar en las consecuencias. Se ha acabado, ya para siempre, aquello de la comprobación de la información, de la verificación de las fuentes, de asegurar que algo es cierto antes de difundirlo. Ahora lo que importa es llegar el primero y generar impacto. ¿Que no es verdad lo que se dice? Ya se desmentirá y, como mucho, se pedirán las oportunas disculpas.

Pasa en lo más anecdótico (me acuerdo ahora de Manu Carreño anunciando el pasado verano que el Málaga iba a descender a Segunda División B por deudas, cuando todos los organismos oficiales que tenían que ver con esa decisión estaban desmintiéndolo; por supuesto, Manu Carreño sigue en su puesto de trabajo, asumiendo cero responsabilidades por una metedura de pata así), y con casos como este es obvio que también pasa en lo más trascendente. Periodistas, comunicadores y responsables de medios de comunicación no se quieren dar cuenta del daño que pueden hacer. A Ryan Lanza, ese hombre acusado desde los medios primeros y desde las redes sociales después, no le pasó nada, pero imaginad que en un momento dado se llega a cruzar por la calle con el padre de un niño que va a esa escuela norteamericana. ¿Qué habría podido hacer ese hombre? ¿Qué hubiéramos hecho cualquiera de nosotros si tenemos la certeza absoluta (si lo dice la tele, será verdad) de que tenemos ante nosotros a un asesino?

Quizá el resultado podría haber sido similar al de la enfermera de la ya famosa broma de una radio australiana. Será muy divertido eso de ir gastando bromas radiofónicas, pero ¿alguien se para a pensar en las posibles consecuencias de dichas bromas? Obviamente, este caso es extremo. Poca gente se suicidará después de ser objeto de una broma, del calado que sea. Pero hay consecuencias de otra índole que podrían haber sucedido. Supongamos que esta enfermera no se quita la vida. Entonces no se habría producido revuelo mediático. Pero supongamos que la enfermera tiene un jefe severo que decide despedirla por revelar información confidencial. Supongamos que esa enfermera necesita imperiosamente ese trabajo para salir adelante, que tiene una hipoteca brutal, o familiares enfermos a su cargo, o niños pequeños que cuidar. Por unos minutos de despreocupado divertimento radiofónico, acabamos de cambiar por completo y de la forma más estúpida la vida de una persona. Por supuesto que no han cometido ningún delito. Pero olvidamos con frecuencia que muchas acciones reprobables no tienen por qué tener sanción en un código penal.

Eso sin contar con la presunción de inocencia, uno de esos derechos que todos sabemos que no existen ya en esta era de las nuevas tecnologías de la información. Carme Chaparro cita un caso espeluznante que todavía recuerdo. Muere una niña de tres años y rápidamente se informa, se confirma y se insiste en que el asesino es el padrastro de la cría. Se le detiene como sospechoso (que no como culpable). Se dice que la pequeña ha sido violada antes de ser asesinada. Y después se confirma que la muerte se debió a una caída desde un columpio, en la que la chiquilla se golpeó la cabeza. ¿Alguien puede ponerse en la piel de ese hombre? No sé si será una buena o una mala persona. Ni siquiera sé si quería a esa niña o a su madre. Pero además de perder esa vida que tenía antes del accidente porque nada es lo mismo tras una tragedia así, quedó marcado para siempre como un asesino. Lo dice la portada de un periódico. Lo dijeron en la televisión. ¿Eso cómo se repara? ¿No sería necesario tener paciencia y no llegar a conclusiones desde el comienzo?

Durante los seis años y medio que trabajé en una gran redacción, vi bastantes desmentidos de muertes. Hay un atentado de ETA y hay una víctima mortal. No, espera, no se ha muerto. A pesar del error periodístico, grave y en teoría imperdonable (obviamente, la verificación no ha sido correcta porque el hecho no se ha producido), el beneficio de la realidad es evidente. No hay muerto, todos felices. Eso pasa mucho, y los medios digitales se han sumado a esa tendencia de matar antes de tiempo a mucha gente, sean famosos ingresados por motivos de salud o anónimos en accidentes o atentados. ¿Pero qué pasa en casos como este? Vamos a otro caso. ¿Es capaz de imaginarse alguien que acabe probándose la inocencia del padre de Ruth y José, los dos niños de Córdoba que tantos minutos de televisión y tantas páginas de prensa han acaparado por su terrible desaparición? Digo probar su inocencia, no que se pueda demostrar su culpabilidad, que esa posibilidad es diferente. A ese hombre ya le hemos juzgado y condenado social y moralmente antes de que se siente en el banquillo de un tribunal. Y, sí, tiene toda la pinta de ser culpable. ¿Pero estamos dispuestos a asumir las consecuencias de haberle señalado tan claramente si es inocente?

Los medios de comunicación no entienden ahora mismo la situación que viven. Están anclados en el pasado, sin comprender las consecuencias de trabajar en un mundo con semejante inmediatez y, en ese camino, han perdido muchos de sus valores. Por eso es tan difícil ser periodista hoy. Porque al periodista se le empuja a ser el primero en dar una información, nunca a comprobarla y tener la absoluta certeza de su veracidad antes de lanzarla hacia un número incontable de destinatarios, que se multiplicarán en un tweet o un enlace que difícilmente se borrará completamente en caso de error. Tampoco se miden las consecuencias de la publicación de una información, y estoy convencido de que eso es algo que tiene que formar parte del trabajo de un medio de comunicación. Es una conducta irresponsable que, por desgracia, no creo que se vaya a detener. Y provocará episodios truculentos de esos que nos entretendrán durante unos días, unas semanas a lo sumo, y después caerán en el olvido. Hasta que se produzca el siguiente y la incontinencia viral, instigada en primer lugar desde los medios de comunicación, siga haciendo estragos.

lunes, diciembre 10, 2012

De Kevin Bacon y otros recuerdos laborales

Ha sido leer este post de Aliena y que me asalten de la manera más tonta unos cuantos recuerdos laborales. Veréis, cuando trabajaba donde trabajaba había que encontrar las formas más absurdas de convertir todo lo negativo que tenía aquel trabajo, tantas cosas que casi se merecen un libro, en algo bonito de vivir. No era fácil, no. Pero lo hacíamos, durante mucho tiempo logramos ese objetivo, porque de lo contrarios habríamos sido carne de psiquiátrico. Eramos un poblado irreductible de galos ante el asedio de esos locos romanos que nos rodeaban. Porque si nos parábamos a pensar en el raquítico sueldo que en otros ámbitos sería considerado bono basura, en la suciedad del lugar que amenazaba con devorarnos, en el escasísimo aprecio que tenía el resto de la redacción y las altas esferas hacia nuestro trabajo (porque no lo conocían) o en las nulas posibilidades de progresar en trabajo o salario, la cosa habría sido como para cortarse las venas. Y entonces, entre otras muchas cosas que nos buscábamos para entretenernos, se nos apareció Kevin Bacon. No literalmente, no, pero ahí estaba el actor en todo caso.

Encontramos una página web con una casilla en blanco en la que, introduciendo el nombre de cualquier actor que apareciera en el ingente y exhaustivo listado de IMDB (por si no lo sabéis a estas alturas de la película, toda una biblia de consulta sobre cine), te lo relacionaba con Kevin Bacon en seis pasos o menos. Es decir, tú escribías, por ejemplo el nombre de Chiquito de la Calzada y esta página en cuestión te contaba, así, para dejarte boquiabierto, que Chiquito ha trabajado con Leslie Nielsen en Spanish Movie, que a su vez ha trabajado con David Alan Grier en An American Carol, que a su vez ha trabajado en El leñador... con Kevin Bacon. Tres pasos entre Chiquito y Kevin Bacon. Impresionante. Después habrá hecho muchas películas, pero nuestra pesadilla era Mi perro Skip. Todo el mundo parecía haber trabajado en esa película o con alguien que haya salido en ella. Y sí, vale, venga, aquí tenéis el enlace para que jugueteéis con las relaciones de Kevin Bacon. Ya podéis divertiros poniendo los nombres más absurdos de actores. Y si llegáis a cinco pasos, por favor, decidme con quién lo habéis hecho.

Y ya que me he acordado de esto de Kevin Bacon, me he acordado también de la quiniela que echábamos todas las semanas y que pagaba el que menos acertara. Me he acordado de nuestro Desafío total particular, nuestra lucha por el aire (acondicionado) contra nuestros particulares Cohagen y Ironside. Me he acordado de esas brutales comidas en el desaparecido Actor's (que nunca tuvo a Robert De Niro en su decoración por mucho que lo pidiéramos). Me he acordado de los profiteroles, de la lasaña, de las hamburguesas y del helado de chocolate de las comidas. Me he acordado de los consejos de ministros, del cegepejota (qué forma tan bonita de abreviar Consejo General del Poder Judicial), de aquel narco que nos traía (sobre todo a mi mejor compañero de estos años) por la calle de la amargura... Me he acordado de las cenas de Navidad que al día siguiente tenían su particular crónica, escrita por un servidor como si fuera una de nuestras informaciones periodísticas. Me he acordado de las batallas de bolas de papel que organizábamos de vez en cuando entre crónica y crónica. No sé, me ha han venido tantos recuerdos laborales... De lo poco que sirvieron algunos y de lo mucho que sirvieron otros...

martes, diciembre 04, 2012

'Danza de Dragones', de George R. R. Martin

Price Minister ha organizado una interesante iniciativa para escoger el mejor libro de 2012 de entre una preselección de doce títulos confeccionada por tres blogs literarios. El que yo he escogido es Danza de dragones, la quinta entrega de Canción de Hielo y Fuego, la novela río de George R. R. Martin.
Entre los aficionados a la fantasía, en cualquier manifestación cultural, había pocos títulos tan esperados en 2012 como el de Danza de dragones. Canción de hielo y fuego vive su momento más álgido de admiración gracias a la serie de televisión, Juego de tronos, que mantiene el título de la primera novela y que ya ha tenido su segunda temporada. Además del éxito de la serie de la HBO, la saga ha dado el salto al cómic y triunfan los libros derivadas del original literario. Y, sin embargo, Danza de dragones no se acerca a lo mejor de la historia, que estuvo en el segundo libro, Choque de reyes, y sobre todo en el tercero, el impresionante y épico Tormenta de espadas. El cuarto, Festín de cuervos, y buena parte de este quinto libro transcurren de forma simultánea, y quizá ahí esté el primero de los problemas de este libro.

Martin ha ido configurando una expansión exponencial de su universo. Lo que en el primer libro parecía un duelo entre los Stark y los Lannister ha desembocado en una inagotable presentación de personajes, linajes y culturas diferentes. Lo que por un lado denota un descomunal trabajo de documentación y un brillante ejercicio de prosa como los ya vistos en los tomos anteriores, por otro arriesga la atención de un lector que pasa decenas, prácticamente centenares de páginas sin saber de los personajes que le han enganchado a la historia desde el principio. La minuciosidad de las descripciones es exquisita, pero se lleva por delante el ritmo de la novela. Y no es un problema de extensión, pues es ligeramente más corta que Tormenta de espadas, sino de intensidad.

Durante buena parte de la novela, y este es el problema fundamental de Danza de dragones, se pierde la salvaje capacidad de sorpresa que Martin había convertido en seña de identidad de la saga. Se echan en falta esos finales de capítulo que dejaban al espectador con la boca abierta, esos giros argumentales tan salvajes como extraordinariamente bien justificados, esos cliffhangers que impulsaban a devorar capítulos enteros hasta recuperar ese momento que había dejado sin habla ni aliento. Sí, se echan en falta... hasta el desenlace de este quinto libro. Porque Danza de dragones tiene un final espléndido y ahí radica su punto fuerte. La última media docena de capítulos recupera el pulso narrativo, la contundencia en los eventos narrados y lo más carismático de su ya extensísimo reparto de protagonistas. Ese final, al contrario de buena parte del desarrollo de la novela, sí hace desear por la pronta publicación de la sexta entrega, Vientos de invierno.

Y más aún. Ese final tranquiliza al seguidor más fiel de la saga. Porque las tres primeras cuartas partes de Danza de dragones hacían temer que lo mejor de la saga había pasado ya, que el futuro podía ser un lento languidecer hasta el final de la historia. Pero el último cuarto del libro hace renacer la esperanza con una fuerza impresionante. Es evidente que este quinto capítulo de la historia de George R. R. Martin es una lectura imprescindible para quienes sigan la saga, es una transición obligatoria para encarar la recta final de una de las narraciones más espectaculares de los últimos años, y su autor cuenta con ello. Esa es la razón de que se zambulla sin reparos en terrenos que no le habrían permitido construir la narración desde cero. Eso no oculta que haya mucho material prescindible en las más de 1.200 páginas de Danza de dragones, pero su desenlace, tan abierto como siempre en Canción de hielo y fuego, es esperanzador. Porque puede que lo mejor esté todavía por llegar.

domingo, diciembre 02, 2012

Expocómic 2012: ¡Qué grande es ser friki!

Expocómic 2012 ha cerrado ya sus puertas después de cuatro días frenéticos de firmas, charlas, visitas de autores, puestos de cómics y exposiciones. Pero me van a perdonar los profesionales, tengo que empezar hablando de los aficionados. En primer lugar, da gusto que cuando el salón madrileño del cómic tuvo que cambiar de ubicación por el cierre de los espacios municipales tras la tragedia del Madrid Arena (evitable, vergonzosa y muestra de cómo es este país... y una parte muy concreta de su clase política, pero eso es otra historia), la respuesta ha sido extraordinaria. La ingente cantidad de aficionados al noveno arte que abarrotaron el pabellón de Matadero Madrid que ocupó Expocómic ha sido una espléndida noticia. Sobre todo el sábado, la marea humana y las colas para entrar al recinto fueron considerable. Gentes de todas las edades y con gustos muy dispares, unidas por la afición a las viñetas y la defensa de un ámbito cultural que todavía sigue sin tener el mismo respeto que otras. Magnífico.
Si la presencia de gente da vida a un evento como este, que los aficionados acudan disfrazados (el famoso cosplay) es algo fascinante. Ellos se merecen un aplauso porque aportan colorido, cariño y entusiasmo a una cita que no solo va de vender cómics, sino de expresar el amor que algunos sentimos por ellos, por sus historias y por sus personajes. Es un lujo dar con gente tan abierta y simpática, charlar con una chica que llevó un disfraz diferente en cada día de Expocómic, y todos logradísimos; con otra que, vestida de Locura (de los Eternos del gran Sandman de Neil Gaiman, resignada por el hecho de que Muerte, su compañera de cosplay, sea más conocida pero no por ello menos encantadora que su compañera), me regaló un pez de papel (es la Locura, no lo olvidéis) porque fui uno de los seis primeros en reconocerla. O simplemente ver el entusiasmo que le pone la gente para hacer sus propios disfraces, independientemente de los fallos que tengan en su factura o de que no se acerquen sus dueños al imposible físico de los personajes del mundo del cómic, el cine o el videojuego. Grandes todos ellos. En este enlace podéis ver una galería de casi medio centenar de fotos de los cosplayers que han amenizado esta edición de Expocómic.

La organización, a cargo de la Asociación Española de Amigos del Cómic, se merece un gran aplauso. Cuando a tan poco tiempo del arranque se quedaron sin sede, que hasta ahora venía siendo el Pabellón de Cristal de la Casa de Campo, se temió que el salón tuviera que cancelarse o, al menos, retrasarse. Nada de eso. Y se han levantado de tan duro golpe en tiempo récord. Es verdad que ha habido imprecisiones, actividades que no han terminado de funcionar y detalles de los que siempre se queja el aficionado (la temperatura, la iluminación, el espacio...), que para eso paga religiosamente por su entrada, pero los organizadores se han ganado una mirada amable y un merecido aplauso. Sobre todo, además, por la enorme amabilidad y gran disposición de todo el staff que poblaba los pasillos del recinto para ayudar a profesionales y aficionados. Han estado de diez. Quizá lo más criticable haya estado en el siempre espinoso asunto de las firmas, muy difícil de manejar pero todavía a la espera de una fórmula que satisfaga a todos y evite problemas.

Y vamos con los autores, que es lo que da un toque personal a Expocómic para cada visitante. Junto a la convivencia entre aficionados (da gusto encontrar compañeros que se centran en difundir las bondades de Superman, tipos que quieren hacer cortos o simplemente lectores de cómic que, sin conocerse de nada, se ayudan o inician conversaciones sobre maravilloso y amplísimo mundo), los autores vienen a ser la salsa de este tipo de reuniones. Y ha habido de todo. La verdad es que no me voy a detener mucho en lo que no me ha gustado, pero procede lamentar la actitud de Simon Bisley, al menos el último día de firmas. Con síntomas evidentes de no haber llegado al domingo por la mañana en la mejor de las formas, decidió solventar con displicencia su sesión de firmas anunciando que no haría dibujos y que se limitaría a estampar un garabato en volúmenes realizados por él. Peor para él. Es muy bueno, pero no puede actuar así y no denunciarlo sería injusto. Tampoco me gustó mucho que Luis y Rómulo Royo pusieran pegas a dibujar en láminas y no solo en libros, porque la decisión la adoptaron a mitad de la sesión después de hacer algunas láminas, y que se marcharan los primeros y antes de que acabara el horario fijado para esta sesión. De nuevo, allá ellos. Así pierden seguidores, por muy buenos que sean.
En el otro lado de la balanza se situó el otro gran artista internacional, junto a Herb Trimpe (con el que no tuve la suerte de coincidir, y cuyo vuelo se retrasó, imposibilitando su presencia en la sesión de firmas del día inaugural del salón), que estuvo en el Expocómic, Tom Lyle (en la foto que encabeza este párrafo). Cierto que no muchos aficionados pudieron marcharse del salón con su dibujo por su dedicación, probablemente excesiva, a cada uno de los originales que hizo. En su primera sesión, apenas dibujó seis. Pero a todos los dio un trabajo de calidad, honesto y muy conseguido. Y les ofreció su charla y sus conocimientos, no solo a los que tuvieron la suerte de llevarse un original, sino también a los que solo pudo darles su firma en un cómic. Para mí siempre será el autor de las dos primeras miniseries de Tim Drake como Robin y fue una gozada compartir impresiones con él, por breves que fueran, sobre aquella aventura profesional. Se divirtió con los demás autores y con los aficionados. Hacía fotos de sus dibujos y se dejaba fotografiar por todos. Tom Lyle estuvo de diez y se ganó el cariño de todos.
En los stands de editoriales y tiendas también hubo muchas sesiones de firmas. El jueves y el viernes fueron días mucho más accesible que el sábado, e incluso en muchas casos el domingo, en los que la asistencia fue muy superior, pero hubo muchas y muy diversas opciones en este Expocómic. Se cayeron autores como Santiago Valenzuela o Florent Maudoux, pero a cambio aparecieron otros. Entre los más activos por días y por diferentes stands en que se le pudo ver estuvo José Miguel Fonollosa (en la foto anterior, a la izquierda). Y fue, de largo, el más puntual en acudir a todas sus citas. Tantas veces se falta al respeto al aficionado y su tiempo, que a veces se nos olvida agradecer esa disponibilidad. A Sergio Bleda (a la derecha de la misma foto) hay que agradecerle el detalle de los originales que dibujó, de entre los mejores acabados de todo este Expocómic. Y siempre dispuesto a conversar, como Víctor Santos, que mantuvo amenas tertulias con los aficionados sobre sus cómics y sobre series.
Para mí, los nombres de este Expocómic, lejos del listado de autores con los que se atrajo al aficionado con sus firmas en el escenario, fueron El Torres (en la foto superior firmando junto a uno de los brutales dibujos que me hizo su ilustrador) y Gabriel Hernández. No solo soy un entusiasta apasionado de su obra conjunta (El velo, El bosque de los suicidas; obras que recomendé a otros lectores en las esperas para las firmas), sino también de la de Torres con otros dibujantes (Tambores, Nancy in Hell). A Hernández, que me dio un original con acuarela hecho con un mimo exquisito, aún no le he visto nada sin El Torres. Pero caerá. Con ellos tuve la conversación más amena, sincera y agradable de los cuatro días de Expocómic y El Torres le puso el broche de oro con un detalle de los que hacen afición. Como también es de agradecer que Mortimer se comportara como un auténtico profesional, respetuoso con el aficionado con cuidadas ilustraciones de regalo y dándole algo que solo se le puede dar al lector en un salón del cómic. Llegó con su propio papel para dibujar y entregó a los fans chapas, pegatinas y un vistazo a bocetos de sus próximos trabajos. Así es, insisto, como se hace afición. A mí, desde luego, ya me tiene a la espera de nuevos trabajos gracias a su accesibilidad.
Con Uli Oesterle tuvo una muy agradable conversación sobre los  toques autobiográficos que esconde la psicodélica Hector Umbra. El alemán, que se comunicaba en un inglés muy fluido, pidió no una sino dos cervezas para pasar la hora de firmas y no dudó en pedirme que le hiciera llegar las fotografías que hice de los momentos en los que me estaba ilustrando el original que me llevé conmigo. En breve, en cuanto estén retocadas, las tendrá. Es grande la comunicación entre el autor y el lector. No puede faltar en un Expocómic el paso de un clásico como Azpiri, que siempre está dispuesto a hablar de proyectos futuros. Fue también una delicia tener unos minutos para ver trabajar a José Villarrubia o Daniel Sampere, dos dibujantes españoles ya consolidados en la industria norteamericana. Del segundo, por cierto, hay que decir que llegó tarde a sus últimas firmas, las del domingo por la mañana, pero retrasó también su hora de comer hasta que todos los aficionados que habían esperado su llegada se marcharan con su original. Y por apresurados que fueran, o incluso dibujando con una mano mientras hablaba por el móvil con la otra, su Joker, su Superman, su Batgirl o su Supergirl fueron sublimes.
No quiero olvidarme de dos autores más. En primer lugar, Rubén del Rincón (arriba). El autor de la magnífica Entretelas llegó tarde al horario de su firma en el stand de la tienda Comic Hunter. Uno de sus encargados (mil gracias por el trato, porque no todo el mundo se porta así) me ofreció amablemente que le dejara los volúmenes para que me los firmara, pues tenía hora en el escenario con otro autor. Cuando volví, ambos ejemplares estaban firmados y dedicados, y aunque estaba ya cercano el final de su hora de firma, Del Rincón se detuvo a hacer varios dibujos más que, encima, nada tenían que ver con su obra. A mí me regaló un Batman sin que yo le indicara nada. Telepatía, es sin duda mi superhéroe favorito. Y detrás cayeron un Joker y un Superman. Nos dijo que si veíamos por los pasillos al editor de DC le enseñáramos los dibujos. Sin duda, yo apuesto por un Batman de Rubén del Rincón, amigos de DC. El segundo autor en el que me quería detener es Jorge de Juan. Ha publicado hace no mucho Otra puta novela gráfica, que aún no he podido leer. Para mí es el dibujante de su primer trabajo, Moscas y dragones. Le hizo una ilusión tremenda ver el libro. Y más que le dijera que, honestamente, me había encantado aquel trabajo que hizo con Juan Luis Iglesias sobre el maltrato. Me encantó su cercanía y su honestidad. No paró de dar las gracias por mis palabras cuando somos los lectores los que tendríamos que dárselas a quienes nos entretienen con su buen trabajo.

Expocómic es uno de esos sitios que merecen la pena y al que lamento no haberme acercado antes. Tiene por supuesto sus fallos, pero es una cita que tiene que convertirse en imprescindible. En algún stand escuché que este salón es como los Goya y que el de Barcelona es como los Oscars. Por lo que dicen, y a la espera de que algún año me pasa por la Ciudad Condal para verlo, la comparación parece acertadísima. Así que nos toca trabajar desde la capital para que Expocómic sea cada día más grande, para que las editoriales quieran estar ahí y para que los aficionados tengan cada vez más un lugar de encuentro más bonito. Que por difusión no sea. Y, sí, ¡qué grande es ser friki!