Debo de ser de las pocas personas que le da tanta importancia a la forma como al fondo. Es decir, creo en las ideas, en los proyectos, en las reivindicaciones, en la lucha contra las injusticias. Pero también creo, y es ahí donde me da la sensación de que me muevo en fronteras que para muchos están obsoletas, que deben hacerse de una forma noble y justa. Si la respuesta es tan nefasta como aquello a lo que se responde, la reivindicación no sólo pierde sentido sino que además se gana enemigos. Hoy parece que todos tenemos algo que reivindicar, por utópico o irrealizable que sea, y son muchos los que han decidido hacer sus reivindicaciones en la esfera pública, en la calle y ante los que consideran responsables de esas situaciones de las que se quejan. Hasta ahí todo perfecto. Más o menos. Pero cuando la cosa pasa de ahí, es cuando se generan los problemas. Y comienzan las antipatías. La mía la tienen quienes sólo tienen como modo de reivindicar el insulto y la amenaza. Porque generan miedo. Y no sólo a quienes son objetivos de sus protestas. Con eso, pierden la razón. Su reivindicación se muere en esa espiral de violencia gratuita y descontrolada que uno no sabe bien cómo va a acabar.
Desprecio a quienes hostigan al alcalde de Madrid por las calles en nombre, dicen, de mantener las fietsas del Orgullo Gay tal y como han sido en los últimos años, y les desprecio tanto como a los seguidores de Bildu que silban, insultan y amenazan a concejales del PP o del PSE por las calles de los pueblos vascos. O a quienes toman espacios públicos para sus protestas sin importarles el perjuicio que causen a otros. O a quienes insultan sin medida y amenazan a veces con más armas que la mirada por vestir una camiseta de otro equipo de fútbol. O los que perjudican a millones de viajeros por una huelga sindical. Me dirán algunos que nada tienen que ver estas cuestiones entre sí. Puede que sea verdad. Puede que esté exagerando en mi juicio de valor. Pero para mí forman parte de un todo. Entre todos, entre los que disfrutan con esas tácticas, los que las han permitido y los que las defienden, hemos conseguido que en los más variados aspectos de la vida cualquier excusa sirva para levantar la mano, para lanzar un improperio, para proferir una amenaza (¿que están dispuestos a cumplir?). Hemos llegado al todo vale, porque nos vale cuando el hostigado es el contrario.
No sé por qué, pero me viene a la cabeza el famoso zapatazo que quiso darle un periodista iraquí a George W. Bush. Dada la antipatía que generaba el ya ex presidente norteamericano en todo el mundo, muy pocos criticaron el gesto del agresor. La conclusión es que como Bush es un cabrón se tiene merecido lo que le pase. Y no. Lo siento, pero no. Entonces me sentí de los pocos que censuró aquella acción violenta y ahora me empiezo a sentir un poco igual. Porque este mismo planteamiento es el que aplico a los ahora injuriados y/o agredidos (porque, sí, una agresión no es sólo que te den un puñetazo). No me gusta Gallardón. No comulgo con sus decisiones. Tampoco con su ideología. Pero la forma de colocarme frente a él no es insultarle junto a su casa, y a la vista de su hijo, cuando sale a pasear al perro con su mujer. Menos aún creo que las vías políticas que dice proclamar Bildu pasen por señalar por la calle a un concejal del PP. No creo que pedir una reforma de la Ley Electoral exija la toma por la fuerza y perjudicando a tanta gente de un espacio público tan grande y emblemático como la Puerta del Sol. Y tampoco veo provecho en animar a mi equipo insultando al rival o apedreando a los seguidores que vienen de otras ciudades para ver a sus jugadores.
Hemos llegado a un punto en que a veces conviene callar para no sufrir daño y eso, como firme defensor que soy y siempre seré de la palabra y del debate, me genera una tristeza infinita. Voy por la calle con mi cámara y tengo cuidado de qué puedo fotografíar, no vaya a molestar a alguien que decida responder agresivamente. Voy a un partido de fútbol, y me guardo mucho de vestir la camiseta del equipo de mis amores. Voy a una protesta social, y ya no siento que tenga la posibilidad de elevar una voz discrepante. Si miro a una mujer por la calle, aunque sea por casualidad, tengo la sensación de que su novio/marido/pareja/amante tiene todo el derecho del mundo de partirme la cara en respuesta. Y si escribo en un blog que algo no me gusta, ya me ha granjeado enemigos. Hemos sobrepasado los límites. Ya no respetamos nada. Lo que se nos induce a pensar es que no tiene valor ninguna idea, persona o propuesta que no sea de los nuestros. Y, en consecuencia, al no ser de los nuestros, tenemos todo el derecho del mundo de hostigarle, insultarle, vilipendiarle, perjudicarle. Todo vale. La protesta ya no tiene límites, nos los hemos cargado, lo hemos hecho entre todos. Y, con ese movimiento, el fondo de las reivindicaciones queda en nada mal que nos pese.
5 comentarios:
Las formas son muy importantes y muy delatoras. Ya lo dicen: uno empieza matando gente y acaba por no cederle el asiento a las viejitas. Arcadi Espada ha llamado a todo esto la "batasunización" de la política y el zapatazo que se ha llevado Cayo Lara intentando acercarse a los antisistema debería hacerle pensar en las bondades de que exista un sistema para todos. Si la política tiene un sentido es, precisamente, ese.
Justo ayer estaba en un seminario en Barcelona que se celebraba al lado del Parc de la Ciutadella y pude ver todo el pitoste que se formó ante el Parlament. Yo que he defendido a muerte el movimiento 15M ayer noté como la cosa se iba de las manos por momentos...
Llevo desde el quince de mayo hablando del fondo y de las formas. Me alegra mucho tu entrada. Has metido el estoque hasta la bola. No puedes dar la razón, aunque la tenga, a quien con sus formas no te representa. Las formas son tan importantes como el fondo.
Y tu último párrafo es ya fabuloso. Las cosas ya no son buenas o malas per se sino que depende de quién las haga para emitir un juicio de valor. El forofismo nos lleva a la sinrazón. Nos ponemos la camiseta de los nuestros y los que llevan nuestra camiseta no pueden estar equivocados. Los que llevan nuestra camiseta representan al pueblo. ¿Y cómo no vamos a tener razón si somos los que más gritamos?
No puedo estar más de acuerdo contigo.
No soporto la agresividad, los insultos, las faltas de respeto en general, y me pasa eso que a veces opto por quedarme callada ante algo con lo que no estoy de acuerdo por temor a que el contrario sea un energúmeno...Los que insultan, humillan o agreden más que reivindicar lo que hacen es soltar su rabia. Por suerte, espero, son una mínoría...
El ejemplo que pones de la camiseta en mi casa también ha ocurrido y aunque da mucho coraje, yo prefiero que no se lleve la camiseta del equipo a el riesgo de lo que pueda ocurrir...una pena.
Besos y que pases un buen fin de semana.
Petrarca, ya lo creo que son importantes y, como dices, delatoras. La política hace tiempo que dejó de pensar en el sentido que tiene que tneer. Algún día los políticos tendrán que pararse a pensarlo.
Arual, pues no debió de ser un espectáculo agradable de presenciar en directo, no... Hace tiempo que demasiadas cosas se nos han ido de las manos, me temo...
Impenitente, muchas gracias por tus palabras, son de esas que animan porque demuestran que uno no están tan solo en sus opiniones como se siente a veces. Qué duro es aceptar que el que más grita tenga la razón...
Claire, lo malo es que aunque sean una minoría, es una minoría que no para de crecer y de extender sus tentáculos a numerosos aspectos de la vida. Y ahí es donde está el peligro, porque esa violencia que pensamos que a nosotros no nos va a llegar, nos acabará alcanzando de una manera o de otra...
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