En plena charla nostálgica con un amigo hace un par de días, salieron las clásicas batallitas universitarias. Pero hubo una que no salió, y creo que es el instante que recuerdo con más cariño de todos los años que pasé dentro de esa estéticamente horrenda facultad en la que me dieron el título de periodista. Fue en primero de carrera, cuando uno todavía podía esperar algo de esa formación (no demasiado, para qué nos vamos a engañar...). Un profesor, uno de los pocos que recuerdo con cariño, nos explicó que sus compañeros docentes solían presentarle quejas porque en sus clases se hacía mucho ruido. "¿Y qué quieren? En las redacciones se hace ruido". Sonrisa de oreja a oreja. Un profesor que hablaba de la profesión, de la vida en una redacción, del periodismo de verdad y no del aburrido libro de texto o los insulsos apuntes que tendríamos que estudiar en el 98 por ciento de las asignaturas. Fue de los pocos que lo hicieron durante los cinco larguísimos e inacabables cursos de que constaba la carrera, y por eso me suelo acordar de él.
Lo que nunca hubiera pensado es que años después tendría yo que afrontar el problema desde una óptica casi contraria. El problema del ruido, no el del periodismo, que ese es de mucho más caldado y por fuerza nos ha obligado a todos a llevarnos más de un cabreo en nuestros años universitarios y después cuando dimos el salto al mundo laboral. Una de las pocas decisiones estratégicas conscientes que pude tomar en mis años de periodista de agencia fue colocarme cerca de la televisión. La caja tonta era, muchísimas veces, mi ventana al mundo. La última hora de atentados, ruedas de prensa y sesiones parlamentarias en directo... y lo peor de todo: la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros. Una obligación que cortaba por completo el ritmo de trabajo del resto de la semana, puesto que era justo a la hora a la que solíamos bajar a comer. La de veces que me he quedado solo en la redacción (y a veces magníficamente bien acompañado...) teniendo que escuchar lo que decían los vicepresidentes y ministros de turno...
Y ahí llegamos de nuevo al comienzo de esta historia. En las redacciones se hace ruido. Y como suele haber mucho, mucho, mucho ruido, a mí no me quedaba otra alternativa que subir bastante el volumen de la televisión si quería enterarme de algo y contar en mis crónicas lo que realmente habían dicho nuestros políticos. Nada insoportable (el volumen, no lo que decían los ministros), para qué nos vamos a engañar, pero con tanta gente alrededor siempre hay alguien a quien le molesta. Siempre. Y ese alguien siempre vendrá a pedirte que bajes la televisión por los motivos más variados (me duele la cabeza, estoy hablando por teléfono con mi novio/a...; pocas veces por trabajo, eso desde luego). En una ocasión fue el subdirector quien me pidió que quitara la tele... ¡¡¡en pleno Debate sobre el estado de la Nación!!! Más de una vez, para evitar un altercado y una guerra civil dentro de la redacción, me veía en la obligación de tomar notas con la oreja pegada al televisor en una postura que, os aseguro, no es nada cómoda. Así acabé de contracturas en la espalda, claro.
Cuando nos cambiaron de ubicación en la redacción, la televisión descendió de las alturas (la teníamos encima de un armario) y se colocó en una estantería. Y yo a su lado. Esa fue mi decisión estratégica. ¿Por qué? Muy sencillo. Era el único lugar desde el que uno podía estar sentado en su ordenador en una postura razonablemente cómoda y escuchando la televisión por medio de unos auriculares (el maravilloso mundo de los inalámbricos no había llegado todavía a mi redacción... y creo que aún no lo ha hecho). Pero, claro, si yo escuchaba la televisión con los auriculares, el resto de compañeros no se enteraba de nada. Con una precisión de cirujano y gracias a los fallos del mundo tecnológico, descubrí que si se introducía la clavija de los auriculares sólo hasta la mitad del orificio de salida de audio en la televisión, el sonido llegaba tanto a sus altavoces como a mis auriculares. Eso sí, nada de movimientos bruscos o el invento se iba al garete.
Esta es una de las grandes enseñanzas tecnológicas que aprendí en mis años de periodista de agencia. Otras fueron la colocación de cartones estratégicamente diseñados para que nadie muriera con el chorro del aire acondicionado o cómo evitar que mi ratón se desconfigurara cada vez que una compañera y amiga apagaba su ordenador. No considero tecnológico el robo que sufrí de la bola del ratón (un hecho verídico que merecería adaptación cinematográfica; estoy seguro de que Woody Allen haría una gran película sobre esa base...). Si alguien os dice que en la Facultad de Ciencias de la Información no se aprende nada de periodismo, que sepáis que no es verdad. Yo aprendí que en las redacciones se hace ruido.
8 comentarios:
Creía que el descubrimiento de los auriculares a medio introducir era un hito insuperable, pero palidece ante el robo (bueno, hurto...) de la bola del ratón. ¡Eso sí que es falta de medios! ;P
¿Te robaron la rueda del ratón?? No me lo puedo creer jajaja. A ver si haces un plano de lo del aire acondicionado, que yo creo que me hubiera venido bien :D
A mi me cambiaban la silla todos los días por una rota... Mandaba cojones!!
Para mí que llegamos a la universidad con una idea del mundo universitario completamente diferente a la realidad. Algún día contaré yo cómo he salido de la facultad sin haber estudiado a Bécquer o cómo se estudian dos asignaturas troncales de literatura barroca pasando por alto la lírica de Góngora y Quevedo.
Eso sí, lo que no esperaba era el panorama de las redacciones. Sabía que el periodismo cada vez era más serio, pero que el subdirector mande apagar la televisión mientras se está trabajando con ella... O_O
espero que ahora tengas un ratón óptico, jajaja
la vida está llena de miles de anécdotas
besitos
Así que viendo la televisión en horas de trabajo. Y lo dices así, tranquilamente. Creo que eso sería motivo de despido procedente en el noventa y nueve por cien de las empresas.
Siempre he imaginado las redacciones ruidosas y eso que nunca he estado en ninguna... si es que los periodistas siempre armáis follón, jeje!!
Me gustaría visitar el vejunge de esas redacciones, tiene que ser gracioso tomar apuntes de lo que cada uno hace, caras, peinados, gestos..
Me gusta como nos cuentas las cosas, genio.
besos
C.C.Buxter, me vas a obligar a hacer una entrada un día de estos sobre el robo de la bola del ratón, je, je, je...
Mara, lo del aire acondicionado es más fácil de lo que parece. Es tan simple como colocar una tira de cartón en un ángulo de 30 grados a lo largo de toda la salida de aire y fuertemente pegada con cinta adhesiva. Necesitáis a alguien alto para colocarlas (me tocaba siempre) o una silla que no tenga ruedas, que luego hay accidentes, je, je, je... ¿Te sirve...? Sí, los cambios de silla parece que son habituales en las redacciones, je, je...
S.Dedalus, yo le suelo dar la vuelta al planteamiento porque, por desgracia, sabía lo que me esperaba en la carrera. Lo que creo es que la universidad tiene una idea equivocada de lo que nos espera en la realidad. Esa historia quiero leerla...
Muchacha, sí, tuvimos que cambiar a un ratón óptico, pero ya digo que acabaré contando la historia completa, je, je, je...
Impenitente, ya ves, si es que siempre ha habido clases, je, je, je... Bueno, a mí intentaron colarme como motivo de despido que no hacía bromas con mi compañero, con eso te lo digo todo...
Arual, sí, tiene que haber ruido, creeme, je, je, je... Y, sí, parece que es inherente a la profesión el ir dando la nota...
Leyre, es interesante ver cómo funciona una redacción, sí. Y para mí muy bonito... Gracias por los elogios.
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