jueves, marzo 19, 2009

El político parásito

Hay una faceta del personaje que se dedica a la política que cada vez detesto más. Es la personalidad del político parásito, ese que aprovecha cualquier acontecimiento, evento, festividad o reunión simplemente para estar allí o para cumplir con un objetivo personal y partidista. Ese que se aprovecha de su responsabilidad política, por nimia que sea, para colarse allí donde el común de los mortales no podrá estar nunca o, si llega a estar, de una forma mucho más sacrificada. Para conseguir privilegios, vaya, aunque no sean coches, trajes o millonarias comisiones. Un ejemplo perfecto de esta modalidad de político (en este caso tan legal y respetable como criticable; que nadie confunda mi mensaje de lamento con uno de denuncia pseudolegal) podría ser el secretario de Estado para el Deporte, Jaime Lissavetzky.

El amigo Lissavetzky tiene, sin duda, el mejor trabajo del mundo. Viajar a los Juegos Olímpicos, viajar con Nadal, viajar con la selección española de fútbol, de baloncesto, de criquet, de petanca... Conoces el mundo entero a gastos pagados y te haces fotos con tus ídolos deportistas. De acuerdo, a cambio tienes que pasarle el teléfono al deportista en cuestión para que Zapatero sea el segundo (primero siempre va el Rey) que le felicite por su éxito, pero creo que es un peaje barato para lo que consigue. Otro notable ejemplo, aunque es verdad que más modesto, es el Defensor del Pueblo, Enrique Múgica. No sé si trabajará algo o todo lo hará su oficina, pero su abono al palco del Bernabéu es un privilegio interesante que no está al alcance del ciudadano de a pie.

Esa modalidad, con parecerme aborrecible (será la envidia, claro...), no es lo peor que puede hacer un político en su función de político parásito. Mariano Rajoy me ha descubierto esta semana (perdón por la dramatización, que seguro que hay precedentes e incluso de mucha mayor gravedad...) que puede haber algo peor. Que un político convierta una celebración ajena en un akelarre propio me parece vomitivo y deleznable. El líder del PP se fue a Valencia para hacer, dicen todos los analistas políticos, un nuevo gesto de apoyo al presidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps. ¿Dónde lo hizo? ¿En la sede del PP? ¿En un hotel? ¿En la puerta de su casa? No, lo hizo en el balcón del Ayuntamiento cuando se estaban inaugurando las festividades falleras de los valencianos. De todos los valencianos.

Pongamos por caso que soy valenciano (no lo soy). Pongamos por caso que a ese rasgo añadimos uno más, a elegir entre los dos siguientes: a) soy votante del PSOE; b) soy un firme convencido de que Camps tendría que dar más explicaciones de las que está dando sobre acusaciones de corrupción (y ahora mismo cumplo los dos). Si soy valenciano, difícil será que no sienta las Fallas como algo propio. Si añado una de las dos características opcionales, lo vivido en el balcón del Ayuntamiento se convierte en una tomadura de pelo. Si quiere defender a Camps, hay muchísimos ámbitos donde puede hacerlo. Ámbitos propios de su partido, porque, recordemos, Rajoy no es nada en la política valenciana y no tiene un lugar reservado en ese balcón. ¿En las Fallas? No lo entiendo. No soy capaz de comprender por qué han hecho que la foto de las Fallas en el resto de España sea esa y no la celebración de la gente. A mí, de ser valenciano, me habría dolido mucho. Como no lo soy, sólo me provoca asombro y cierto malestar.

Lo cierto es que me fastidia sobremanera que los políticos asuman como propias cosas que son de todos. Es lo mismo que vengo pensando desde hace muchos años con la Constitución, cuando algunos decían defenderla a capa y espada frente a aquellos que iban a romper España en no sé cuántos pedazos. No se habían leído la Carta Magna, pero daba igual. Es también lo que hace el PNV en demasiadas situaciones de la vida en Euskadi con un mensaje de poco aprecio a los vascos no nacionalistas (sí, los hay, y Patxi López nos lo acaba de demostrar sin lugar a la duda). Ni los políticos ni los partidos son dueños de las celebraciones de la gente, de las costumbres, de los grandes acuerdos, de las fiestas y de los lugares que todos queremos. Pero hay políticos que sólo quieren fotos y más fotos. Y con ellas distorsionan y pervierten las cosas que todavía son capaces de unir a las personas por encima de los apocalípticos mensajes pseudopolíticos que algunos se empeñan en convertir en una forma de vida. La suya, desde luego.

4 comentarios:

Camilo dijo...

Desde el momento en que la política dejó de ser el "arte referente al gobierno de los Estados" (DRAE) para transformarse en el arte referente a la captación de votos, el oficio de gobernar empezó a compartir su tiempo con actividades complementarias que acabaron dejando al gobierno como complemento y al complemento como oficio. De modo que las frases ingeniosas, las sonrisas estudiadas, los gestos calculados y los golpes de efecto, se impusieron a la que debía ser metódica, aburrida y fastidiosa tarea de gobernar. Con la democracia los políticos (hombres y mujeres del espectáculo) deben agradar a todos sus potenciales votantes y los besos a los bebés durante las campañas son, en realidad, incontinentes cópulas a sus padres. Ya no son los bolígrafos, los papeles y las calculadoras las armas de la política, sino el cortejo del cuerpo y de la palabra, de la apariencia y del sentimiento.

¡Ah, la política del sentimiento! No pertenece a la oficina (bolígrafos, papeles y calculadoras) sino al balcón (besos, discursos y banderas). Su voz llega a todas partes, a todas las personas, aludiendo directamente al corazón y no al cerebro, órgano antidemocrático por excelencia. Es tanta su fuerza, tanto su atractivo, que hace del mundo una casa de muñecas al amparo de los elementos y al gusto de su anfitrión. Sólo hay que estar invitado a ella, acudir y comportarse como marcan los cánones. El partidismo es el protocolo.

Silvia dijo...

No sé cuanto tiempo hace que no estoy de acuerdo con algo de lo que escribes, siempre das en la diana, jaja. Lo de Rajoy el otro día es de juzgado de guardia, sin más. Y ya para terminar de hacer el ridículo, no se les ocurre hacer otra cosa, que ponerse a botar en el balcón, Rita incluída. No tengo palabras...

Y lo de los políticos, lo de apropiarse de todo como si fuera suyo, me pone enferma. Es como cuando dicen, porque todos los españoles piensan esto o piensan lo otro, ¿que sabrás tú lo que piensan todos los españoles??? En fín, habrá que tomarlo con paciencia.

Te voy a robar un meme que hiciste el otro día...

Bss.

El Impenitente dijo...

El otro día leí algo así como que había más de mil cargos autonómicos con chofer y coche oficial.

Lizavetski es el paradigma perfecto de aquello de dame pan y dime tonto.

Durante las mascletaes, siempre hay políticos parásitos en el balcón del ayuntamiento, y no siempre peperos.

Con todo, lo que más me ofende a mí no es que estuviese Rajoy sino que hiciese el gesto de taparse los oídos. Una mascletá es una mascletá, un verdadero espectáculo. La gente se hubiese escandalizado si se hubiese tapado los oídos en la ópera o escuchando un himno. A mí me molesta que se ridiculice a una mascletá.

Juan Rodríguez Millán dijo...

Petrarca, si ya sé que sueno ingenuo cuando digo estas cosas, pero es que eso de que el gobierno sea el complemento y el complemento se convierta en el oficio me sigue pareciendo algo escandaloso...

Silvia, pues tendré que ser más polémico, je, je, je... Sí, esa costumbre de hablar en nombre de los españoles también se podría tratar algún día de estos...

Impenitente, leí ese dato y todavía estoy en estado de shock, sí... No pretendía decir que sólo lo hacen peperos, pero me fastidia que un acto de partido se haga en una fiesta pública. Y si encima, como recalcas, se tapa los oídos, es que no ha entendido nada de lo que ha ido a ver, desde luego...