
La cosa no queda ahí. Dimite el ministro de Justicia. La reacción lógica es que ya era hora, que se lo merecía, que si no se marchaba él hay que echarle. 11-M, Prestige, armas de destrucción masiva inexistentes, huelga general por el decretazo, Gescartera... Todos esos asuntos, acontecidos en las dos legislaturas en las que el PP estuvo en el Gobierno (y eso por no bucear en los años del Gobierno socialista de Felipe González, donde, también es verdad, sí se produjeron dimisiones, incluso la de un vicepresidente), no provocaron la dimisión de ministro alguno. Una cacería en la que no se ha probado (sólo insinuado maliciosamente) la comisión de un delito o una falta sí se ha cobrado la cabeza de un ministro. Bermejo no se va por hacerlo mal (aunque lo pueda haber hecho mal) sino por evitar críticas al Gobierno, por una cuestión de imagen. Es como para pensarlo detenidamente. Pero la cosa sigue adelante. Se publican nombres de personas que podrían estar imputadas. La reacción del PP es... ninguna. Lo que piden para el Gobierno no se lo aplican ellos mismos. Eso lo que demuestra es que la estrategia anterior es equivocada, porque hasta ahora han ignorado la presunción de inocencia.
Durante estos días, lo que hemos vivido es una ceremonia de la confusión. Lo que genera todo esto no es otra cosa que un caso de corrupción. Punto. Todo lo demás es colateral y se saca o se infla de forma interesada. Lo que hemos visto es una sucesión de ataques no a los corruptos, sino a todos los demás: al ministro, al juez, a la prensa, al Gobierno, al PSOE... A la larga eso va a ser la ruina para el PP. Del PSOE de Filesa no quedó títere con cabeza, y lo mismo pasará con ellos si se acaba descubriendo que este caso supone una financiación ilegal del principal partido de la oposición. Si no llega a tanto, en todo caso será obligado depurar responsabilidades y cesar a unas cuantas personas (aunque, quién sabe, hay aguanta Fabra imputado en no sé cuántos casos y reelegido con mayorías absolutas continuas...). Pero la postura del PP de Mariano Rajoy, como en todos los asuntos de cierta trasdencencia que se han producido en los últimos seis años, es el enroque. El 11-M ha sido ETA, España se rompe y ahora hay una conspiración contra el PP. La autocrítica es cada vez más necesaria y no llega.
Pero autocrítica de todos. Porque una vez entendamos que el asunto de fondo, el trascendente, es la investigación de una trama corrupta, hay que atender a otras muchas cosas. Por ejemplo, la continua filtración de datos de un sumario sobre el que pesa secreto. Eso pasa con tanta habitualidad en España que ya ni nos lo planteamos, y es muy grave. Pero, claro, esto también pasa por el frentismo en el que tenemos que instalarnos de forma casi obligtatoria. Lo que hemos vivido en los últimos años es que Garzón era un gran juez cuando actuaba contra la corrupión en el PSOE pero ahora es un prevaricador cuando actúa contra la corrupción en el PP. Escuchar a Rajoy escudarse en que "Garzón es socialista" sólo puede provocar risa y sonrojo a quien desea que todos los corruptos, todos, acaben en la cárcel y pagando por sus demanes. Como en todo, hay una doble vara de medir muy clara y una artificial obligación de posicionarse en un bando. Y no, no tengo por qué defender todo lo que haga Garzón o todo lo que haga el PP. Ambos han cometido errores y por ellos se les evaluará.
Quizá sea esa doble ligereza con la que se valora y con la que se filtran datos lo que provoque que en las informaciones periodísticas se cometan errores tan brutales como los de llegar a difundir (como hizo El País) que el aforado al que iba a imputar Garzón era Esteban González Pons. A eso no hay derecho. No se puede relacionar alegremente un nombre con una trama de corrupción, aunque llegue una rectificación temprana. Constratar noticias empieza a ser algo que no existe (y que ayer mismo llevó también a Europa Press a difundir un accidente de tráfico sin consecuencias de Anxo Quintana, accidente que no se produjo nunca). El periodismo de investigación es necesario. La trama de espionajes en Madrid no se habría descubierto si El País no hubiera levantado la liebre. Y a pesar de que el PP está haciendo lo indecible (como ya hizo con el tamayazo) para retrasar hasta después de las elecciones (¿eso no es influir en el resultado de las urnas?) y desvirtuar la investigación parlamentaria sobre este asunto, sólo nos queda esperar que se llegue a saber la verdad.
La madurez democrática en España no ha llegado todavía. Las dimisiones no se producen por incompetencia o por errores derivados de un mal trabajo, sino por imagen. Las informaciones no se publican por interés público, sino por el de alguien muy concreto. Los partidos políticos no quieren hacer política, sólo defenderse y mantenerse en sus sillas. Todo es tristísimo. ¿Alguien nos puede dar un rayo de esperanza...?