Ya luce la llama olímpica. Ese emocionante e inolvidable momento que se produce una vez cada cuatro años ha llegado por fin para dar paso a algo más de dos semanas de emociones deportivas y humanas. Y lo ha hecho de una magnífica forma. Pekín 2008 se ha inaugurado a lo grande. Con una ceremonia de apertura espléndida, visual y musicalmente casi perfecta. Con un espectáculo que se inició de forma brillante (con esas decenas de tracas de fuegos artificiales que, en forma de pasos, fueron atravesando la ciudad china hasta llegar al estadio olímpico y con un recital musical a oscuras de miles de artistas) y que se cerró con la espectacularidad que requiere el punto más solemne de estas ceremonias.
El encendido del pebetero es un momento lleno de magia y hermosura, el que siempre se quedará en la retina de quienes lo vivimos, en directo o a través de la televisión. Barcelona 92 situó el listón tan alto con aquel lanzamiento de flecha que nadie ha podido desbancar aquella mítica imagen de la memoria. Ni siquiera la mejor cita olímpica de la historia, la de Sydney, pudo superar aquel instante (y eso que su mezcla de agua y fuego fue emocionante). Pekin tampoco mejora el vuelo de aquella flecha ardiente, pero la idea de los chinos fue hermosa, muy hermosa. Un atleta recorriendo las alturas del estadio olímpico, desplegando un pergamino hasta llegar al pebetero y allí dar comienzo real a los Juegos. Precioso, intenso y emocionante. Como tiene que ser.
Y ahora, a olvidarse de la hipocresía y a disfrutar con la competición. ¡Qué grandes son los Juegos Olímpicos!
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