
Esto de no ser madridista ni culé da una visión curiosa de este múltiple duelo entre Real Madrid y Barcelona. Curiosa y asombrada. Porque, al final, aquí de fútbol no habla nadie. Y si ante un partido de fútbol no se habla de fútbol, mal vamos. El deporte, en todo caso, no deja de ser un ajustado reflejo de la sociedad. ¿Alguien del mundo de la política habla de política? ¿Alguien del mundo del periodismo habla de periodismo? Y así pasa con tantos mundos como conozcáis personalmente. Quien no disfrute con el fútbol podrá pasar olímpicamente de estas líneas y seguir pensando que todos los aficionados a este deporte somos unos seres embrutecidos incapaces de leer un libro o de reflexionar sobre una idea, por simple que ésta pueda ser, podrá seguir ninguneando a quienes lo adoramos de una forma en que yo no podría despreciar a los fervientes religiosos que pueblan las calles estos días, los fanáticos de partido que salen a la calle tras una victoria electoral, los fans que ofrecen saltos, gritos y lágrimas ante la estrella juvenil del momento o los seguidores y detractores de Belén Esteban. Pero como me gusta el fútbol, hoy toca fútbol.
Y digo que toca fútbol porque estoy cansado de los Lama, Carreño, Relaño, Carbonero, Inda y compañía, los que se supone que tendrían que habalr de fútbol, que hablan de todo menos de fútbol. Si hablamos de la final de la Copa del Rey, no es la noticia que un pulpo prediga el resultado. No es la noticia el nivel de decibelios al que se va a poner el himno nacional o la altura del césped de Mestalla regado o no regado. No es la noticia que Shakira quiera que gane el equipo de su novio o que se abrace a él al final del partido. No es la noticia que Iker le dé dos besos a la Reina. Todo eso es el anecdotario que rodea a la final, y como tal debe tratarse en un medio de información deportiva. Pero no. Todo eso es elevado y se convierte en la noticia por encima casi del partido de fútbol. Y yo me aburro. Como me aburro de leer todas las estupideces (que no merecen otro calificativo) de los escribas juntaletras, aficionados radicales de uno y otro equipo, que tienen espacio en los medios de comunicación. Tan lamentables son los revanchistas que ahora desprecian el fútbol del Barça y todo lo que huela a blaugrana, amparados por un triunfo, como los despreciativos seres superiores que ningunean la forma de jugar del Madrid sólo porque ha ganado. El periodismo deportivo ya no existe, no os dejéis engañar.
Ahora sí, fútbol. Por favor. Justo vencedor el Madrid por casi todo, aunque su apuesta futbolística, la de Mourinho, no sea la mía en absoluto y no acabe de entender que un equipo de la talla del Real Madrid acabe usando armas de equipo pequeño y no las que realmente tiene cada vez que el rival es el Barcelona. Me asombra que haya tantas loas al técnico portugués cuando el Madrid ganó precisamente al alejarse de la propuesta inicial y apelando a su virtud histórica, la fe y el corazón. El Madrid salió a presionar como si el diablo se llevara su alma. De esta forma, y durante los primeros 45 minutos de la final, impidió que el Barcelona fuera capaz de pasar del centro del campo con su juego de toque. Las claras ocasiones de gol que tuvo el Real Madrid en el primer acto, tres o cuatro, fueron producto de esta presión a la defensa y los mediocentros culés, por lo que, con un poco de velocidad, el balón estaba ya en las inmediaciones del área de Pinto. Correr, presionar y robar. ¿Fútbol bonito? Para mí no, porque además esos 45 minutos fueron trabados, con muchas faltas, alguna que otra tangana y mucho fútbol subterráneo. Ahí el Madrid fue tan superior al Barcelona como el Barcelona inferior al Madrid. Esa es la lección táctica que se destaca de Mourinho, pero resulta que el resultado de esa pretendida paliza era de 0-0.
En la segunda parte, el Madrid pagó la factura de semejante esfuerzo físico (añadida a los 90 minutos del Bernabéu en Liga de cuatro días antes, con bastantes minutos con diez jugadores además) y el juego de toque del Barça se liberó de su único enemigo, la brutal presión madridista en la salida. Se veía venir y, la verdad, yo no hubiera dado un duro por el Madrid según pasaban los minutos. Así, como sucede siempre en los partidos del equipo de Guardiola, llegaron las ocasiones de gol. Y así sucedieron dos cosas más. La primera, que emergió un jugador que algunos, pocos afortunadamente, no saben valorar en su justa medida: Iker Casillas. A mí me parece el más grande portero de su tiempo, y me lo parece, al margen de sus debilidades (el juego con el pie o las salidas por alto), porque siempre está en los grandes momentos. En la final de la novena Copa de Europa del Madrid, en la final del Mundial, en los penaltis contra Italia y ahora en la final de Copa ante el Barça. Antológica su parada con la punta de los dedos del minuto 81. Ahí ganó el Madrid la Copa. La segunda, que al Barcelona a veces le puede su propia superioridad. Tiene tanta confianza en que el gol acabará llegando... que a veces se acaba el tiempo y no ha llegado.
Ahí se demuestra que las propuestas de Madrid y Barcelona son antagónicas. No tanto en el fútbol de toque o en el de presión, en el ofensivo o en el defensivo. El Barcelona gana porque es mejor. El Madrid gana aunque no sea mejor. Tan válida es una cosa como la otra. La primera despierta aplausos y elogios. La segunda, pura pasión. Evidentemente, la mejor propuesta sería el término medio, pero si hubiera un equipo capaz siempre de tener el 80 por ciento de la posesión, docenas de ocasiones de gol en cada partido, una capacidad de presión ilimitada, un corazón tan grande como un estadio y una ambición sin límites, los demás tendríamos que retirarnos. El caso es que la debilidad del Barcelona fue mayor que la del Madrid y por eso la Copa la ganó quien la ganó. El Madrid sacó fuerzas de donde no las había, pero también me choca que ganó el partido de la forma en la que no pensaba ganarlo. La táctica era balones largos y al centro, bien para que los bajara Adebayor, bien para que los corrieran Cristiano o Di María. Y ganó con una jugada elaborada, de toque y con una pared por la banda, con centro al segundo palo. El gol fue fútbol del bueno. No del presionante. No del físico. Curiosa contradicción. Y gol de Cristiano. Será lo que sea, pero me asombra que todavía algunos duden de su fútbol y de su capacidad de influencia en partidos importantes.
¿El debate sobre los estilos? Estéril porque siempre se hace en base a un resultado. Ahora se dice que la plantilla del Barça es corta, que le falta gol, que no tiene otra forma de jugar... ¿Qué diremos si acaba la temporada ganando la Liga y la Champions? Que es un equipo de leyenda. Marchando el resultadismo periodístico. Si el brazo de Casillas mide medio centíemtro menos, el análisis del mismo partido habría sido otro. El Barça pudo ganar con sus armas y habría sido igualmente digno de aplauso. Algunos hablan ahora de cambio de ciclo sólo por este partido. Repito la pregunta de antes. En abril no hay ganadores ni perdedores de competiciones que acaban en mayo. Por el otro lado, sacan pecho por la Liga. ¿Y la Copa? La ha perdido el Barça. Punto. No hay más. ¿Qué tendrá que ver la Liga para explicar la derrota en la final de Copa? ¿Y si el Madrid elimina al Barça en la Champions? Resultadismo, siempre resultadismo. Y así no se puede hablar de estilos. Lo gracioso es que llevamos tres días de sentencias absolutas cuando en apenas cinco días tenemos otro partido que puede cambiar los análisis. Y una semana después otro. En fin, felicidades a los madridistas, que además son mayoría entre mis amigos y me alegro mucho por ellos.