
Dejando de lado la interesantísima y colateral cuestión a debatir sobre el nulo efecto de hacer publicidad de algo de lo que no se puede sacar beneficio y de quién y por qué la está pagando, que podría dar para líneas y líneas, me voy a quedar en ese matiz que decía antes de la inauguración. Y es que resulta que el Aeroport de Castelló, que ha costado nada menos que 150 millones de euros, no es todavía un aeropuerto como cualquier persona normal podría entenderlo. De nuevo dentro de mi ingenuidad, yo tenía claro que un aeropuerto era un lugar en el que despegaban y aterrizaban aviones que llevaran en su interior personas o cargo, un centro de comunicación que facilitara la vida a la gente y permitiera el comercio entre puntos lejanos. Esos son los aeropuertos que yo he utilizado en mi vida y los que salen en las películas también. Pero no. Resulta que ahora un aeropuerto no necesita esos pequeños detalles para ser un aeropuerto. En el de Castellón no hay aviones ni, por tanto, pasajeros. ¿Sabéis por qué? Porque no tiene permiso de navegación. Pero se inaugura, porque no hace falta ya que algo entre en funcionamiento para que sea inaugurado. Detallito sin importancia, claro.
¿Por qué se inaugura entonces? Sencillo. En la placa que ya presidirá este aeropuerto para siempre (siempre me ha encantado el contradictorio dilema de saber cuánto dura un "para siempre" y confío en que algún día alguien le ponga fecha de caducidad a este "para siempre" concreto) aparece el nombre de Carlos Fabra, presidente de la Diputación de Castellón, un tipo que abandona la política con las próximas elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo de este mismo año. Qué cosas. Se acerca un llamamiento a las urnas y se dispara la inauguritis política a un ritmo desenfrenado que estos días alcanza su cúspide en tierras valencianas y madrileñas, dos de las tres piezas de aquel eje del bienestar en el que se autoproclamaron reyes los dirigentes del PP (cuya tercera pieza era Baleares). Y bienestar hay, ya lo creo que sí. Pero en este aeropuerto no para los pasajeros. Veréis, si este Aeropuerto de Castellón por el que no pasan aviones registra pérdidas en los próximos ocho años, las pagará el Gobierno valenciano. O, lo que es lo mismo, las pagarán los valencianos y los españoles. Los de a pie. Los que tienen nómina. Los que pagan impuestos. ¿Por qué? Eso ya sí que no lo puedo explicar.
El caso es que a la fiesta de inauguración acudieron unas 1.500 personas, llevadas hasta el lugar de la fiesta en decenas de autocares (¿quién los pagó?). 1.500 personas que, según presumo por las imágenes y declaraciones que se vieron en televisión, serán enfervorizados seguidores y votantes de los maestros de ceremonias, el propio Fabra y el presidente valenciano, Francisco Camps. Ellos mejor que nadie describieron la situación. Fabra aseguró que la inauguración de las instalaciones en estos términos se hacía para que "cualquiera ciudadano que lo desee pueda visitarlas y pasear por ellas, cosa que no podría hacer si fueran a despegar aviones". De perogrullo. "Eres un visionario", le dijo Camps a Fabra. Cuánta razón. ¿Quién, si no un visionario, podría construir un aeropuerto de 150 millones de euros, sin permisos de navegación, sin aviones y con pérdidas sumadas a las cuentas públicas durante casi una década? "Dicen que la semana que viene hay un avión", decía una de las mujeres que asistió a la fiesta. Si lo dicen, será verdad. Y si no, la culpa será sin duda de Zapatero.