jueves, junio 27, 2013

Ser crítico de cine

Después de la anterior entrada, en la que me quejaba de los inconvenientes que uno se puede encontrar en un photocall, y aún a riesgo de parecer que el mundo de la información está lleno de crápulas, toca habla del crítico de cine. Vaya por delante la advertencia: en este mundo, como en cualquier otro, hay profesionales como la copa de un pino. No pretendo aquí demonizar una profesión, censurar a unos compañeros trabajadores (cobren o no por ello, que a mí eso me da igual), ni generalizar hacia lo negativo la experiencia. Y es que ser crítico de cine mola y está lleno de ventajas. Cine gratis, pensarán algunos. Y sí, es cierto, el crítico de cine no paga por ver las películas que después evalúa. ¿Soy crítico de cine por no pagar? En absoluto. Llevo ya casi siete años escribiendo sobre cine en mi blog, La Sala de Cine, y de vez en cuando también lo hago en Suite 101 y lo hago porque no entiendo mi vida sin el séptimo arte. Desde crío ha sido parte de mi experiencia vital. Idolatro la sensación de sentarme en una sala y ver una película.

Por eso no doy crédito al comportamiento de algunas personas que se dedican a lo mismo que yo, algunos de ellos incluso ganando un buen dinero por ello. Insisto, va en las siguientes líneas lo peor del gremio. Porque ¿de qué otra forma puedo calificar a alguien que va a los pases de prensa a dormir? Si nos ponemos a bromear, me diréis que seguro que la película era malísima. Pero, claro, viene a darme un poco igual la calidad de la película que estemos viendo. Dormirse no es una opción aquí, como no lo es en cualquier trabajo. ¿Cómo me vas a contar qué puedo esperar de un filme si no lo has visto en su totalidad? Dado que desconozco la vida, los esfuerzos y las circunstancias de la gente que me rodea en un pase, puedo llegar a entender un caso puntual. Pasa a ser algo inexcusable cuando se repite o cuando incluso se bromea sobre esa posibilidad antes de un pase con otro compañero ("si ronco puedes darme un codazo"; y sí, ronca y bien alto) y de que se haga realidad, claro.

Pongamos un pase cualquiera, que podría haber sido hoy, hace dos días o la semana pasada. Hasta cinco compañeros han entrado tarde en la película. Una de ellos... una hora tarde. Siempre he entendido la puntualidad como algo esencial y este caso, obviamente, no es una excepción. Al contrario, me parece un requisito. Sé que no sucederá nunca, pero soy un firme defensor de que el cine cierre sus puertas en el momento en que empiece la proyección y nadie pueda entrar. ¿Pero una hora tarde? ¿Para qué entras entonces si ya te has perdido la mitad de la película que venías a ver? Igual pensaba que ver un ratito basta para hacer una crítica. Al menos al entrar en la sala esta compañera decidió agacharse al cruzar la pantalla. Y lo digo porque alguno de los otros cuatro no lo hizo. ¿Que molesta a los demás? Pues no nos queda más remedio que aguantarnos.

Uno tiende a pensar que un pase de prensa tiene que ser diferente de una proyección usual. Que tiene que haber un respeto mayor entre la audiencia precisamente por el hecho de esta trabajando. Suele darse, sí, pero por ejemplo los móviles son tan enemigos del disfrute de un pase de prensa como lo es en una visita cualquier al cine. Lo raro sigue siendo el pase en el que no suene uno. Y lo siento pero me sigue asombrando. Me asombra esa falta de respeto de la gente en general, pero mucho más de profesionales. La explicación benevolente es que son llamadas que tienen que atender estén donde estén. De trabajo, de familia, de lo que sea... Perfecto, eso lo entiendo. ¿Pero tan difícil es hacerlo de una forma en la que no moleste a nadie más? Llamadme sibarita si queréis pero, al margen de no silenciarlo, cuando tengo la atención puesta en la película me parece una molestia más que evitable estar viendo la pantalla del teléfono a quien se sienta a mi lado o en la fila anterior. Por desgracia, el hecho de ser profesionales no altera esa conducta en muchas personas.

En vista de que el spoiler se ha puesto a la orden del día y forma parte del trabajo cotidiano (de eso ya me quejé aquí; qué le vamos a hacer, estoy últimamente muy quejica...), suelo ir a los pases de prensa con la menor información posible, la imprescindible para poder hacer bien mi trabajo. En ocasiones, hay compañeros que ni eso y no deja de sorprenderme. Una muestra con títulos: Monstruos University. La película tiene una broma final después de los títulos de crédito. Forma parte de nuestro trabajo saber que Pixar suele incluir guiños durante o al final de los créditos de sus películas. No era, por tanto, algo inesperado. Pues bien, de todos los periodistas presentes en el pase en el que yo estuve sólo dos nos quedamos a verla. Recuerdo una desbandada parecida cuando vimos Capitán América, película en la que era algo más que previsible que hubiera una escena al final, como la hay en todas las películas que forman parte de la producción de Marvel Studios que desembocó en Los Vengadores. Aquel día la mitad de la sala también se la perdió.

Claro que podría ser peor. Pongamos que en una película cualquiera, sin poner su título ni ubicar la fecha de su pase precisamente para no caer en la trampa del spoiler de la que me quejaba, acontece la muerte de uno de los personajes principales. Ya sabéis, una de esas escenas clásicas en las que el héroe caído consigue despedirse de su amigo/amada/alumno/mentor con un enorme dramatismo. Ahora pongamos que eres un crítico conocido. No de esos cuyo todo el nombre conoce (de los que hay pocos, la verdad), pero sí con un currículum largo en medios importantes. Pongamos ahora que ese crítico se marcha de la sala instantes antes de esa escena y vuelve a aparecer en su interior apenas unos segundos después. Poco tiempo pero suficiente para perderse la escena en cuestión. ¿Qué clase de crítica escribirá ese afamado crítico sobre la película si le falta semejante instante para poder evaluarla? Supongo que la respuesta es que da igual. La moraleja es que viene a ser imprescindible ver toda la película para poder evaluarla, ¿no?

Lo dicho, estoy en plan quejica. Pero como valoro la profesión son cuestiones que de vez en cuando no viene mal soltar.

martes, junio 18, 2013

El photocall, la pesadilla del fotógrafo

Me encanta la fotografía. No soy ni aspiro a ser un genio en este campo, pero me gusta buscar luces, ángulos e imágenes bonitas. Mi cámara va siempre en la mochila, porque nunca sabes cuándo y dónde vas a encontrar una foto que merezca la pena. Incluso tengo mi blog de fotografía, A través del objetivo, donde voy colgando cosillas de vez en cuando. Más eventos que imágenes artísticas, aviso. Y, a pesar de eso, como fotógrafo tengo una pesadilla: los photocalls. Me gusta el evento como tal, me da la oportunidad de acercarme a profesionales (del cine, más que de otros campos) que de otra manera serían mucho más inalcanzables. Pero es un momento terrible para conseguir buenas fotos y salir satisfecho. Mi admiración hacia los profesionales que hacen allí su trabajo y lo disfrutan. Yo cada vez soy más incapaz, porque salgo cabreado en demasiadas ocasiones. Pero sigo yendo. Masoquismo puro.

No es que yo sea demasiado exigente, no (eso se puede ver, insisto, en mi blog: no soy un genio de la fotografía, aunque cada día intento defenderme un poquito mejor), aunque a veces lamento las condiciones de luz que nos ofrecen para sacar las mejores imágenes en apenas unos segundos. Es, simplemente, que me asombra lo que puede llegar a suceder en un photocall. Para el que no conozca estos eventos, su funcionamiento es tal que así: uno se acredita ante el organizador, que pone una hora para la celebración del evento y otra (suele ser una hora antes) para poder acceder al recinto. Es decir, que hay que guardar una cola antes de entrar y una vez dentro buscar el mejor lugar posible para colocarse, sin ningún orden establecido ni separación de ninguna clase más allá de la distancia entre la jauría de fotógrafos y el protagonista del evento. Guardar cola para conseguir un mejor sitio está muy bien, pero se va al garete cuando te das cuenta de que siempre hay un grupo cerrado que se guarda sitios cuando el colega llega tarde. ¿Para qué entonces la cola? Pues eso. Pero como no somos (no soy) nadie en este mundo, veo y callo.

Como callo cuando, una vez colocado en mi sitio, resulta que al que le han guardado el sitio que hay delante de donde yo me he situado saca su taburete plegable y se sube en él. A su metro ochenta (siempre, siempre, siempre será el más alto de todos los acreditados) suma con el dichoso taburete una barrera insalvable para que yo, desde atrás, pueda tomar fotografía alguna. Él podría tomar buenas fotos sin taburete. Yo, gracias a eso, en absoluto. Gracias por avisar, hombre, no te preocupes, ya me busco otro sitio. Peor, claro, porque la gente ya ha cogido los mejores lugares. Tampoco en eso soy nada exigente. Soy alto y consciente de que hay gente detrás. No veo por qué eso me da derecho a arruinarle el trabajo a nadie, y por eso suelo buscar las filas de atrás e incluso, tonto de mí, me aseguro de no molestar a nadie. Eso, lo de arruinar posibilidades queriendo o sin querer, pasa mucho y, por desgracia, no suele importar demasiado que detrás de uno haya alguien trabajando. Para qué servirá eso del compañerismo.

Y ya no en la colocación inicial, que todavía ahí te puedes buscar otro sitio. Durante el mismo photocall, que apenas dura unos segundos, hay gente que levanta la mano para llamar la atención de nuestro objetivo, aunque así te arruine la mejor foto. Para conseguir ellos la suya, lo que sea. Y cuando la tienen, en lugar de dejarte hueco, algunos se mueven, se giran, se te cuelan en el plano. Lo mismo les da. Por difícil de comprender que sea, también puede suceder que tu presencia por detrás pase totalmente inadvertida. Esa es, indudablemente, la causa de los movimientos del fotógrafo que se coloca delante de ti. A izquierda y derecha. Subiendo y bajando. Y a ti no te queda más remedio que ejercitar la cintura de un extremo regateador y buscar el hueco por donde colar el objetivo. Ojo entonces con no ser golpeado. Y si eres golpeado, mejor que sea por un fotógrafo y no por un cámara de televisión, porque esos tienen un enorme ángulo muerto en el que si hay algo a su lado mejor que se aparte por su propia seguridad. Como si fueran conductores de autobús, que el que se tiene que apartar es siempre el coche pequeño.

Mucho más divertido es cuando delante tienes a un aficionado, que quiere las fotos para su álbum personal. Sí, eso pasa en photocalls, aunque uno asuma que tiene que haber un filtro (y aunque eso a mí me afecte en ocasiones por no trabajar para El País, EFE o Telecinco, trator de representar con toda la dignidad del mundo y a mucha honra a pequeños espacios en Internet, aunque haya gente que me mire por ello por encima del hombro). E incluso puede ser un aficionado con una cámara compacta, cosa que no deja de asombrarme. Qué más da. Y el muchacho, que ha ido allí como fan, incluso con recuerdo en ristre para que le firme el famoso de turno, le dice que el cambia el sitio a un compañero con cámara de televisión que se pone delante y, por supuesto, te cercena toda posibilidad de conseguir una foto decente con comodidad. Y te callas porque, en el fondo, sabes que no estás jugando en las grandes ligas, que dirían los americanos.

Y es que al final esas actitudes cainitas y egoístas son el pan nuestro de cada día en el maravilloso mundo del photocall. Ya sabéis, generalizar es malo y no pretendo hacerlo, porque hay absolutos artistas en el gremio. Y hasta buenas personas. Pero esto es como las meigas, que haberlas haylas. Ahora imaginaos a un tipo grande. No tanto de altura como de cintura. Lo tenéis, ¿no? Ahora imaginadlo con una mochila a la espalda, como en el Metro, pero a lo bestia. Y ahora imaginaos que hay que moverse en el lugar dispuesto para el photocall porque los protagonistas asoman por nuestra espalda. ¿Creéis que este tipo se quita la mochila para no golpear a los demás? Por supuesto que no. Si le comentas que tenga cuidado después de haber estado a punto de caer como consecuencia de su inconsciente movimiento, ¿creéis que pedirá disculpas? Por supuesto que no. Y cuando sucede lo inevitable, y es que golpea a alguien en la cabeza con la cámara, ¿qué creéis que sucede? Pues que encima se pone borde, dice que está haciendo su trabajo y que el agredido tendría que entenderlo. Por supuesto.

Qué bonitos son los photocalls. Y el caso es que seguiré yendo. Lo que decía. Masoquismo puro.

lunes, junio 10, 2013

Sin redefinir la política, todo lo demás es imposible

Pío García Escudero es hoy el presidente del Senado, cámara en la que ocupa un escaño desde 1995. En el año 2000 pidió a su partido un préstamo de 24.000 euros para realizar obras en su vivienda, dañada en un atentado de ETA. García Escudero devolvió el préstamo entregando talones en mano. Ante el juez confesó que nunca declaró ese dinero a Hacienda. Según le dijo al magistrado, porque no sabía que tenía que hacerlo. Lo repito por si ha impactado mucho: el presidente del Senado no sabe que un dinero que le ha prestado el partido y que devuelve con talones hay que declararlo a Hacienda. Al PP todo esto le parece normal, no le importa el origen del dinero e incluso asegura que, de haberlo declarado, García Escudero habría pagado menos en su declaración.

El presidente del Senado es la tercera autoridad del Estado, pero no sabe que cuando uno recibe un préstamo hay que declararlo. La gente pide préstamos y se juega su futuro con ello, en ocasiones hasta su vida. Si no los declara, Hacienda actúa y les pega tal palo que deja tiritando. Si no los devuelve, lo pierde todo. Pero con el hoy presidente del Senado no pasa nada. Ni Hacienda ha dicho que vaya a hacer nada para reclamar el dinero y los atrasos, ni la Fiscalía General del Estado va a perseguir a quien ha cometido un de esos calificados presuntos delitos contra la Hacienda Pública. Ni siquiera él tiene la dignidad suficiente como para reconocer su incapacidad más absoluta para ser la tercera autoridad del Estado o para desempeñar un cargo público de cierto nivel cuando tiene una ignorante de semejante nivel. No pasa nada.

Esteban González Pons es diputado del PP por Valencia. Como tal, su presencia de lunes a viernes en el Congreso de los Diputados es habitual. Y como tal, cobra una compensación de más de 1.800 euros a cargo del contribuyente por trabajar en Madrid teniendo su residencia fuera de la capital. Pero el PP, partido que funciona entre otras cosas con el dinero que cobra del erario público, resulta que le está pagando un piso en Madrid, que casualmente alquila a una empresa vinculada a la trama corrupta de Gürtel. Al PP todo esto le parece normal, hasta el punto de que no es el único piso que tiene alquilado para sus dirigentes, sin aclarar quiénes se están beneficiando de esta práctica. González Pons, por tanto, se embolsa el dinero de compensación por tener que residir en Madrid sin destinarlo a una vivienda.

Menuda sorpresa, tampoco pasa nada en este segundo caso. Al partido no le parece perverso, derrochador y hasta malversador gastar el dinero que cobra de subvenciones públicas en el mantenimiento del status privilegiado de sus dirigentes mientras obliga (que no pide) a que el resto de los ciudadanos vean mermados sus derechos, sus vidas y sus ahorros. Lo suyo no se recorta. La sanidad, la educación y los servicios a los ciudadanos sí. A él no le importa seguir chupando del bote, aunque a los demás, esos que forman la plebe, tengan que buscar entre los botes de la basura. Con esto tampoco pasa nada. Ni la Justicia investiga, ni el partido pone freno a estas prácticas cuando han sido descubiertas. Ofrece oscurantismo y probablemente mentiras que tendrán que tapar con otras mentiras cuando se descubra lo siguiente.

Ya está claro. Ya lo estaba, pero estos dos casos tendría que abrir los ojos de quien los tuviera cerrados. La política española es una cloaca de vividores, de gente que no tiene formación alguna ni sentido común para conocer el funcionamiento elemental de la sociedad en la que viven. Sí, los dos casos son del PP. Y tengo la convicción, avalada en lo que la hemeroteca ofrece día tras día, de que su cloaca es más sucia que la de los demás. Que Gürtel eran tres trajes, sí, eso se decía. Y que eran incompatibles con la corrupción. O con los Jaguars que aparecen en sus garajes o con las tramas que pagan confeti en fiestas de cumpleaños o la iluminación de una boda. Que ahora tenga un poder absoluto en España hace que la situación sea todavía más grave, porque quiere decir que si la política no actuaría nunca para regenerarse, mucho menos lo hará en esta situación.

Sin redefinir la política y todo lo que la rodea, todo lo demás es imposible. Y como los políticos jamás accederán a redefinir la política, todo es, efectivamente, imposible. La gente seguirá sufriendo y ellos viviendo tan a gusto como siempre. Y nos venderán mentiras con sus falsas sonrisas, con sus promesas incumplidas, con sus mentiras demostradas. Y la gente le seguirá votando, les defenderá, les justificará. Incluso les comprenderá. Los medios seguirán escuchando sus absurdos argumentos y sus periodistas no se atreverán a hacerlas preguntas necesarias, o no les dejarán. Ellos seguirán gastándose el dinero que nunca llegará a los demás y su poltrona estará sucia pero seguirá siendo suya. Qué asco da leer casos como los de Pío García Escudero y Esteban González Pons. Pero más asco da pillarles, exponer públicamente cómo sangran al país cuya bandera luego se apropian, y que no pase nada.

sábado, junio 01, 2013

Mou

La mirada de Mou mientras le preguntan.
En unas horas, Jose Mourinho será ya pasado en el fútbol español en general y en el Real Madrid en particular. Yo lo celebro. Me alegra perderle de vista. No voy a echar de  menos nada que tenga que ver con él. Y eso que no soy seguidor del Real Madrid. En sus tres años aquí, he tenido dos experiencias personales con él. La pasada temporada, le vi en la sala de prensa del Santiago Bernabéu después de jugar contra la Real (la foto de aquí al lado es de esa comparecencia). Sin la excusa de manipular sus respuestas o de no conocer las preguntas que se le hacen, en vivo no me gustó su tono, no me gustó su actitud, no me gustaron sus respuestas. Aquel día coronó su actuación, porque es un actor interpretando un desagradable personaje, que nadie se olvide eso, respondiendo en inglés a una pregunta de un redactor de Real Madrid TV que le cuestionó por las facilidades que dio aquel la Real (¡muchísimas!). Le dijo que igual no merecía trabajar allí por hacerle esa pregunta. De eso no hubo difusión alguna, yo me quedé alucinado. La segunda experiencia, del pasado sábado en Anoeta, su huida para no atender a los medios. Y no sólo eso, sino que dejaron que fuera un empleado de la Real el que lo anunciara. Nadie del Madrid salió a dar la cara. Señorío de ese del que hablan, poco. Respeto al trabajo de los demás, ninguno.

Llevo tres años pensando en escribir sobre Mourinho y si no lo he hecho creo que es por mis amigos madridistas. Veréis, alguno de esos amigos vive su madridismo con la misma intensidad que yo mi realismo txuri urdin. Puede que incluso más en algún momento en el que no aguanta el final de un partido tenso y se encierra en el baño, o en el que una derrota le lleva directamente a la cama sin probar bocado. Y en el fondo me da rabia soltar todo lo que se merece el entrenador de su equipo. Ellos ya saben que no es antimadridismo, porque yo tengo pocos antis en la vida, pero es tan fácil malinterpretar lo que uno escribe cuando hay voluntad de hacerlo que siempre acabo pensando que lo mejor es no escribir sobre él y hablar de otra cosa. Esa, la de no hablar de un personaje nefasto para el fútbol por cariño hacia un amigo, es una actitud que se puede permitir un aficionado de a pie, un tertuliano de bar, uno de los 40 millones de seleccionadores que hay en un país. Lo triste es que sea también la forma de trabajar de un medio de comunicación. Sí, ya sé, soy un ingenuo que sigue pensando que la prensa deportiva debería informar. Iluso de mí.

Las primeras de Marca y As.
El caso es que hoy Marca y As (un periódico que lleva ya unas cuantas semanas utilizando la primera persona del plural en sus titulares referidos al Real Madrid) sacan hoy unas primeras planas curiosas. Hablan de lo que han callado. Censuran lo que han jaleado. Es triste pensar que informando en lugar de escribiendo con la bufanda blanca al cuello, muchas de las cosas que ahora lamentan no se habrían producido. No hablaron cuando Mourinho despreció públicamente al primero de sus jugadores, y no lo hicieron porque era Pedro León y no una vaca sagrada. No pidieron una sanción ejemplar cuando le metió el dedo en el ojo a Tito Vilanova cuando éste era segundo entrenador de Guardiola en el Barça, ni se rasgaron las vestiduras cuando su patética sanción de dos partidos, inconcebible en cualquier otro país por escasa, desapareció por un indulto y jamás tuvo que cumplirla. Tampoco levantaron la voz cuando criticó el trabajo de Manolo Preciado por la alineación que sacó en un partido contra el Barcelona. No criticaron todo lo criticable de Mourinho, que es interminable, porque era el Real Madrid. Eso se llama forofismo, no periodismo.

Pero es que ni siquiera el corporativismo, que otras veces sí ha servido para movilizarse, ha motivado una respuesta justa y contundente hacia Mourinho. Tras un leve intento de boicot (del que el propio Mourinho acabó riéndose en la cara de sus protagonistas), asumieron sin rechistar que les mandara cuando le apetecía a un segundo entrenador para cumplir con las ruedas de prensa semanales (algo que en Champions no puede hacer por reglamento), cuando lo que tenía que haber hecho todo el gremio era no cubrir esos simulacros y dejar claro al Real Madrid que el entrenador es el portavoz al que se quiere escuchar (un inciso, yo ya tenía decidido levantarme e irme si en la sala de prensa de Anoeta aparecía Karanka, aunque sé que hubiera sido sólo yo el que lo hiciera). Mourinho es lo que es porque se le ha consentido todo y más. Porque es una persona que sólo sabe manejarse con el poder absoluto, y eso es lo que pretendió conseguir en el Real Madrid, poniendo su figura por encima de un club que ha ganado nueve Copas de Europa y una treintena de Ligas antes de que él pisara el césped del Santiago Bernabéu.

Nunca me ha gustado la forma de ser del Mourinho entrenador. No comulgo con los entrenadores que están más ocupados en el show que en el fútbol. Tampoco he entendido la devoción que algunos sienten hacia él, porque no hay más que ver el nombre, la historia, el presupuesto, los jugadores y la importancia de los equipos (y los arbitrajes, ojo, que las hemerotecas y Youtube hablan mucho...) que ha entrenado para comprobar que no es tan excepcional que gane títulos. Mourinho no haría campeón a un equipo medio, no daría grandeza a uno pequeño, pues ya dijo que él no entrenaría al Málaga, supongo que porque se siente demasiado importante para eso. Mourinho gana con los grandes. Y eso, siento decirlo, es algo esperable. Pero resulta que en el Madrid ha ganado menos que nunca. Menos que en todas sus etapas anteriores. Menos que los demás entrenadores que han estado tanto tiempo como él en el Real Madrid. Y menos de lo que cabe esperar con la colección de estrellas que tiene. ¿El principio del fin de Mourinho y su fama de gran entrenador? Así lo deseo. Es curioso que Guardiola y Pellegrini sean dos de los entrenadores que tendrán la llave la próxima temporada para ir enterrando a un entrenador del que siempre se recuerdan más sus líos que sus logros deportivos. Y eso, después de los números del Madrid la pasada Liga, sí que tiene mérito.