lunes, noviembre 28, 2011

¿Dónde está el presidente electo...?

El pasado día 20, España habló. En democracia, en las urnas y mayoritariamente. Lo celebré, por supuesto, como lo hago cada vez que una elección es el medio por el que todos podemos expresarnos (y a pesar de que antes de la cita parecía que, con el tema de los indignados, nadie valoraba ese proceso...) aunque el resultado estuviera lejos del que me hubiera gustado. El PP ganó las elecciones con mayoría absoluta, sobrepasando ese límite que no me termina de convencer y que nunca me ha convencido, lo tuviera Felipe González, José María Aznar o ahora Mariano Rajoy. No es del todo exacto por el sistema de elección que tenemos en España, pero Rajoy se convirtió el domingo en el presidente electo, a la espera de ser ratificado en el Congreso de los Diputados y, después, por el Rey, que para eso es el Jefe del Estado. Han pasado ocho días de aquello. ¿Y dónde está el presidente electo? ¿Dónde está Mariano Rajoy? Imagino que estará trabajando, o eso dicen, pero fiel a su estilo de hacer política, ese que tan poco me gusta, no se ha dirigido a los medios de comunicación desde la noche electoral, cuando habló de su victoria, y a los ciudadanos desde que habló sólo para los suyos desde el balcón de la calle Génova.

¿Me gusta? No. ¿Lo entiendo? Tampoco. No no creo que sea lo que tiene que hacer, cuando tanto habló en campaña (y precampaña) de aquello de generar confianza. ¿Sabéis lo que habría hecho yo? Anunciar el Gobierno esa misma noche de borrachera victoriosa. O, como muy tarde, el lunes. Al menos, sus principales ministros, si se quiere guardar cartas (¿para qué, si tiene mayoría absoluta?) para la sesión de investidura. Eso sí que hubiera dado confianza, eso sí que hubiera sido un golpe de efecto, eso sí que hubiera sentado las bases del futuro y eso sí que habría demostrado que Rajoy estaba listo para gobernar con un equipo capaz. Pero no ha sido así. Es más, a día de hoy no sabemos quién va a formar parte del Ejecutivo. Ni tan siquiera en quién recae la dirigir las finanzas del país. Tampoco sabemos qué va a hacer el futuro Gobierno. Preciso, seguimos sin saberlo porque en campaña poco nos contaron. Sí, hemos visto a Rajoy paseando en las inmediaciones de la calle Génova, dicen que se ha reunido con quienes dirigen un par de bancos y algo se empieza medio a decir de alguno de sus planes. Pero, en realidad, no sabemos nada de Rajoy desde que ganó. Es más, curiosamente estamos hablando más estos días del PSOE que del PP. Más de quien va a dirigir a los socialistas (una parte de España) que de quien va a dirigir a todos los españoles.

Tiene su gracia, desde luego. Si uno fuera un malpensado y no un ingenuo, creería que, simplemente, ya han conseguido todos lo que querían y no hace falta seguir hablando. A saber. Los españoles, el cambio (a mí no me gusta agarrarme al cambio por el cambio, necesito más razones y desde hace demasiado tiempo vengo diciendo que Rajoy y sus escasísimas explicaciones no me motivan a pensar que será a mejor, pero respeto lo que diga la mayoría. Es la democracia, vaya...). El PP, las sillas del poder (todas, de hecho; y, en serio, tiemblo sólo de pensarlo, y no ya por una cuestión ideológica o de preferencias, sino de confianza y pragmatismo. Si se equivocan... ¿quién nos saca de eso?). La prensa de derechas (sí, esa que es infinitamente más influyente que la de izquierdas), ya tiene a los suyos mandando, con todo lo que eso comporta. Ya no urge nada. El país ya no se está hundiendo. El paro ya no parece tener la misma importancia. La economía española ya no parece estar en riesgo. Ya no hay que tomar medidas urgentes e imprescindibles. Ahora lo importante es qué va a hacer Rubalcaba, de si Chacón está legitimada para dirigir el PSOE, de si tiene que haber primarias entre la militancia de base socialista o de lo que piensan Felipe González o Alfonso Guerra de todo esto. ¿Poder político en España de todos estos tras el 20-N? Ninguno. ¿De los que no se hablan? Lo tienen todo. Sigo con miedo. Pero si alguien ve a Rajoy, por favor, decidle de mi parte que le estoy buscando...

viernes, noviembre 25, 2011

Aniversario y efeméride con retraso

Resulta que estoy de celebración... y lo digo con retraso. No es que dé especial importancia a los días concretos en los que uno cumple años o celebra aniversarios y me parece un tanto absurdos enfadarse con la gente que se olvida de una fecha aunque esté pendiente los otros 364 días del año, pero de vez en cuando no está de más recordar estas cosas. Resulta que acabo de cumplir cinco años en esto de los blogs. Cinco años son muchos años. Y resulta que entre los cinco blogs que he abierto (¡cinco!), de los cuales mantengo cuatro muy activos, acabo de superar las 2.000 entradas publicadas. Si cinco son muchos años, 2.000 ciertamente sí que son muchas entradas.Van sobre 2.000 pensamientos, imágenes o hechos que he visto o vivido en estos cinco años y todos y cada uno de ellos han tenido importancia para mí.

Hay gente que no acaba de entender la importancia que tiene un blog para quien lo escribe. Supongo que de la misma forma que la gente no entiende que una canción te pueda cambiar la vida, que una película sea tu sueño más bonito, que un libro te enganche hasta hacer perder el sueño o que tu equipo de fútbol sea una de las cosas que con más fuerza pueda hacer latir tu corazón. Allá ellos, pero para mí sí tiene importancia. Yo es que no sé vivir las cosas si no es con pasión. Y llevo escribiendo aquí, con toda esa pasión, durante cinco largos años. Como decía, el anuncio llega con retraso. Los cinco años los cumplí a comienzos de octubre, hace algo más de un mes. Y las 2.000 entradas en mis cinco blogs las sobrepasé hace unos pocos días. No es que la historia acabe aquí, ni mucho menos, pero son cifras importantes.

Pero más que las cifras, me quedo con las personas. No era yo de los que pensaba que a través de Internet pudiera conocer a personas de importancia en mi vida. Craso error el mío. Gracias a los blogs he encontrado a seres humanos con personalidades, vidas, trabajos y experiencias increíbles, personas que han tenido la inmensa amabilidad de perder minutos de su tiempo en leer lo que yo escribo y saber así lo que pienso o lo que veo, que me han abierto el camino a sus blogs, y así poder yo leer lo que les pasa por la cabeza. Incluso algunos (¡insensatos ellos!) me han abierto ventanas en sus vidas más allá de los dictados de la blogsfera. A todos ellos, sólo les pudo ofrecer mi más sincero agradecimiento y decirles que seguiré aquí hablando un poco de todo, en otro lado evaluando cine, en el otro soñando con que la Real me dé alegrías y en otro subiendo lo que capte mi cámara fotográfica. Quien quiera verlo, siempre será bienvenido.

lunes, noviembre 21, 2011

Poco análisis que hacer del 20-N

Pocas ganas de análisis me ha dejado el resultado de las elecciones generales, porque pocas cosas hay que analizar. El PP ya manda en toda España. En casi toda, en realidad, pero creo que ostenta un poder como no se ha visto nunca en democracia. Por tener mayoría absoluta en el Parlamento y por mandar en la amplia mayoría de las comunidades autónomas y en la mayoría de los grandes ayuntamientos del país. Están en disposición de hacer lo que les dé la gana, sin necesidad de hablar con nadie, y teniendo en cuenta que no han anunciado qué van a hacer en tantísimos terrenos. Miedo me da. La historia reciente demuestra que quien ha tenido una mayoría absoluta ha hecho eso mismo, pasar de todos y aplicar el rodillo, endiosarse y provocar problemas y enfrentamientos. Tanto da que ahora haya más partidos representados en el Congreso, porque eso sólo supone más pataletas si no gusta lo que se haga desde el Gobierno. Así que más vale que acierten, porque como no lo hagan no hay ni un solo factor corrector posible.

Dicho eso, me llaman la atención dos detalles de la noche electoral. El primero, el momento perdonavidas del ganador. Inevitable, por lo visto. En 1996 fue aquel famoso "Pujol, enano, habla castellano" que Aznar digirió como pudo sabiendo que, sin mayoría absoluta, iba a tener que negociar su investidura con el líder nacionalista catalán. Ahora ha sido más light, porque todo es más light (sí, es un eufemismo) en la política española. Pero justo después de que Rajoy diga que quería ser el presidente de todos y que pedía la ayuda de todos, los congregados junto a la calle Génova (esos que, desde la victoria, se vuelven a apropiar con denuedo de la bandera española como si sólo fuera de ellos) cantaron aquello de "socialista el que no bote". No es que me preocupe el cántico, sí que algunos de los dirigentes del PP agolpados en el balcón del triunfo (¿Aznar porqué no estaba? Y conste que lo pregunto en serio...) lo celebraran con palmas (Ana Mato fue la más entusiasta). Será que no entiendo el verdadero espíritu de estas celebraciones políticas, en las que un tío serio y soso se tiene que poner a pegar botes, donde me hablan de austeridad y montan un fiestorro en pleno centro de Madrid con música, focos y de todo.

Pero, vaya, eso no es más que una anecdotilla que seguro que llevará a algunos a pensar que estoy pataleando por el resultado. No, más que nada porque lo tenía más que asumido y desde hace muchísimos meses. Hoy color político era imposible tras estas elecciones. Pero sí que hay un detalle de lo que han dicho las urnas que me parece de lo más interesante y que no sé si mucha gente ha razonado como yo lo veo. Resulta que en Euskadi han ganado Amaiur (en escaños) y PNV (en votos). Resulta que allí el PP es la cuarta fuerza política y el voto constitucionalista ha sido menor que el nacionalista. Resulta que en Cataluña ha ganado CiU (en tres de las cuatro provincias; Barcelona, pese a todo, sigue siendo socialista), algo que no había sucedido en ningunas elecciones generales anteriores. El PP ha arrasado en toda España, pero su política de enfrentamiento continuo con el nacionalismo he generado una explosión del nacionalismo. Eso, digo yo, tendrá algún motivo, alguna correlación, alguna razón de ser. ¿Presidente de todos? Así lo veo difícil, sin contar con otras rivalidades y heridas. No creo que esto vaya a ser analizado. ¿Para qué, si tienen mayoría absoluta? Y por cierto... ¿He dicho ya que detesto las mayorías absoluta? Qué mal lo veo todo. Y digo todo, no la economía, que eso ya lo veía negro.

miércoles, noviembre 16, 2011

'La noria', reflexiones sobre el caso

Siendo la comunicación y la información dos áreas que me fascinan, es inevitable seguir con interés lo que está sucediendo en torno al programa de Telecinco La Noria: que todos sus anunciantes hayan decidido retirarse por la entrevista a la madre de ese chaval conocido como El Cuco. Y tiene dos lecturas que me parecen absolutamente fascinantes. La primera, por supuesto, tiene que ver con la responsabilidad de los medios de comunicación. No me ha parecido la famosa entrevista la más dañina de las que ha ofrecido este espacio en los últimos tiempos, pero sí que es verdad que el tema es muy sensible. La muerte de Marta del Castillo ha llegado a muchos sitios, ha ocupado horas de televisión y centenares de páginas de prensa y ha tocado muchas sensibilidades. A La noria le va el morbo. La va la polémica. Y siempre ha manejado aquel axioma que dice apuesta por que hablen de uno, aunque sea mal, por lo que este tema no es una sorpresa. Aunque a sus responsables sí parece haberles sorprendido el resultado.

Siempre he pensado que hay determinadas voces que no tienen por qué escucharse. No es censura. Es, simplemente, responsabilidad. No creo que sea necesario, trascendente ni obligado escuchar la voz de un criminal explicando por qué se ha saltado la ley para lucrarse o beneficiarse. ¿Dónde se pone el límite? No hay una respuesta clara, por supuesto. Pero sí es evidente dónde hay que buscarla. Los medios de comunicación y sus responsables son quienes han de decidir en cada caso lo que hay que hacer. Y ese es el motivo por el que no todos estamos cualificados para trabajar como periodistas o para dirigir un programa de televisión. Todo el mundo parece creer que ser periodista es ser capaz de juntar dos letras o quedar bien en cámara. Y no. No es eso. Supone, además de ser un buen comunicador, tener la capacidad de decidir qué es noticia y qué no lo es, qué se debe emitir y qué no, que es admisible y qué no. Por eso no es un trabajo tan fácil como el que la mayoría de la gente suele pensar.

No me gusta el modelo de periodismo (o de comunicación, si se prefiere, o ¿de espectáculo?) que propugna La noria. Nunca me ha gustado. Veo signos inequívocamente peligrosos en sus temas, en sus enfoques, en sus entrevistados y en sus entrevistadores, además de tácticas de acoso y derribo entre sus contertulios a la hora del debate. Pero esto no es más que un juicio personal. Es obvio que no es el mayoritario, porque es un programa que tiene una audiencia considerable, por mucho que sus anunciantes hayan decidido retirarse. Este caso, no obstante, tendría que ser un serio toque de atención al periodismo español. No todo vale. Eso es lo que viene a decir la desbandada de anunciantes (y, por tanto, de dinero y de financiación del espacio). No todo es admisible en la televisión. Estamos muy cerca de los límites de lo tolerable, y a veces los hemos sobrepasado. Normalmente no queremos verlo, no queremos darnos cuenta. Pero con La noria se ha puesto de manifiesto de una forma muy evidente. ¿Servirá de lección para el futuro? Lo dudo, pero ya veremos.

Sin embargo, este fenómeno tiene una parte mucho más oscura. Puede que Jordi González acabe más que tocado. Puede que La noria acabe cancelada. Y si lo es, lo será por la asfixia económica. Es decir, que el dinero tiene el poder de conseguir lo que quiera. Por supuesto, todo nace de las personas (ahora voy a eso), pero no nos llevemos a engaño. Lo que el dinero quiere, el dinero lo consigue. Y eso es lo peligroso. Si uno o varios anunciantes tienen el poder necesario, son capaces de acabar con cualquier mensaje televisivo o periodístico. Y eso me da miedo. ¿Qué sucederá si El Corte Inglés o Telefónica (por poner marcas que sabemos que sí tienen el poder necesario) deciden que algo no les gusta? Pueden acabar con ello. De hecho, ya hay algún caso en el que se puede decir que una marca salió victoriosa de un enfrentamiento así. En esta ocasión, muchos se felicitan porque el mensaje periodístico con el que se quiere acabar no gusta, ¿pero será siempre así? ¿No estamos poniendo en marcha una peligrosa maquinaria que puede que no sepamos frenar?

La respuesta puede venir de la segunda lectura sobre este asunto, que no tiene nada que ver con la comunicación, sino que es una extrapolación a otros ámbitos. El origen de la situación actual de La noria está en una protesta fraguada en Internet, en las redes sociales. Es decir, han sido ciudadanos anónimos (o, al menos, eso parece) quienes han conseguido que su protesta dé frutos. No lo han hecho de forma violenta, no han necesitado quebrantar leyes ni reglamentos. Lo han hecho con la palabra. Con su palabra. De forma pacífica, ordenada y organizada. Extendiendo su propuesta de persona en persona, convenciendo a los demás de que su reclamación era justa (lo sea o no, no entro a valorar el fondo de esta problemática). Es decir, que las personas tenemos mucho más poder del que normalmente nos atribuimos con nuestra desidia o nuestro pasotismo.

Lo digo pensando en las elecciones que hay este domingo. Muchas veces he escuchado, de personas afines a las protestas del 15-M o que están de acuerdo con sus postulados (tan legítimos como cualquier otro), que están en contra del sistema porque lo único que les permite hacer es votar cada cuatro años. Nunca he estado de acuerdo con esa tajante afirmación. El voto es la manifestación más evidente del poder político que tenemos los ciudadanos, pero no la única. Podemos hacer muchas más cosas. Pero se pueden hacer si hay un movimiento, si hay un trabajo, si hay una voluntad. Las cosas no llueven del cielo. En Estados Unidos, una ciudadana anónima puso en marcha una iniciativa como la que le ha costado sus anunciantes a La noria y consiguió que su banco dejara de cobrar algunas comisiones. Si la gente se pone de acuerdo, hay mucho más poder del que la mayoría piensa. Y ese poder, el del pueblo, no me da miedo. Porque si hay una base común, se puede hacer de todo.

martes, noviembre 08, 2011

Un debate pobre

No sé si soy una excepción o sólo un desencantado, pero a mí el debate entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba de anoche me pareció pobre. No tuve la impresión, en ningún momento, de estar viendo a alguien preparado para ser el próximo presidente del Gobierno. Más confianza, en ese sentido y a pesar de todo, me genera el candidato del PSOE que el del PP. Y si tenemos en cuenta que la victoria parece ya decidida (¿por qué la prensa de derechas ha destacado con tanto asombro y relevancia que Rubalcaba asumiera la victoria de Rajoy... si es lo que ellos mismos llevan meses haciendo y lo que todas las encuestas sin excepción reflejan?), tengo que confesar que lo de anoche me dio bastante miedo. Miedo porque cada día que pasa veo a Rajoy menos preparado para ser presidente del Gobierno. No sabe articular un discurso, es repetitivo, lanza cifras sin explicar su valor... y sobre todo se escuda en el pasado para no hablar del futuro.

Es decir, el debate le sirvió a Rajoy para decir que el PSOE lo había hecho fatal, peor imposible, un desastre sin paliativos. Vale, perfecto. Ya me parece triste que ese sea el discurso único de un líder de la oposición (y llevo siete años reprochándoselo, porque ese ha sido el único trabajo que ha hecho un partido con once millones de votos en las pasadas generales), pero es peor que siga siendo el discurso de un candidato a la Presidencia del Gobierno y, más aún, del más que probable vencedor de las elecciones. Por lo visto, es suficiente, porque la gente y la prensa le han aplaudido. A mí me asusta. Hay muchas cosas que no me gustaron de Rubalcaba, pero lo que sí me gustó es que dejó meridianamente claro que Rajoy no sabe responder a las preguntas directas (no en vano rehuye las ruedas de prensa abiertas), que su programa es ambiguo (como él mismo ha sido siempre), que sólo sabe emplear palabras bonitas (¡con la cera que le han dado a Zapatero precisamente por eso!) y que está más preocupado en restar votos al PSOE por los deméritos de aquellos que en ganarlos por sus propios méritos.

Y eso es fantástico dentro de la concepción, en realidad trágica para la política de altura, del partido político entendido únicamente como maquinaria electoral. Sin duda, esa estrategia da votos. No hay más que ver las encuestas que se han publicado sobre el debate, que dan como claro ganador a Rajoy, o el entusiasmo con el que celebran esos ya mencionados periódicos de derechas el resultado del cara a cara (La Razón abre hoy con un "Rajoy presidente" que invalida ya cualquier titular que quiera colocar en su primera página del día 21). Pero es triste si hay gente que de verdad está supeditando todas sus ilusiones de salir de esta crisis en la victoria del PP (que los hay, y muchos, empezando por el propio Rajoy, que citó el cambio de gobierno como primer paso para la mejora económica... sin más explicaciones de por qué será así). ¿Medidas? Ninguna. ¿Ideas? Muy poquitas. Muy bonitas todas, eso sí, pero nada concreto. Supeditó todo el futuro de España a la creación de empleo. ¿Cómo lo va a conseguir? No se sabe. No lo dijo. Lo dio por hecho, en realidad. Y ya veremos a partir del día 21, día en el que las cuentas se le pedirán ya a él. O al menos eso espero.

No será así, por supuesto. Ese mantra en el que se ha convertido la frase "la culpa es de Zapatero" le puede durar todavía al PP uno o dos años más, del mismo modo que el 11-M les duró toda una legislatura para justificar la primera de las dos derrotas que ya acumula Rajoy en unas generales (su triunfo, por estos antecedentes, será el triunfo de la inacción, el de "dejemos que los que gobiernan se estrellen y yo cogeré los restos"; triste, sí, triste...). Ese es el único valor que tiene el lapsus de Rajoy de referirse a Rubalcaba como "Rodríguez..." y luego rectificar a tiempo. Es una tontería, pero es lo que hay. No hay responsabilidad alguna en los gobiernos municipales y autonómicos (esos que ahora están muy mayoritariamente en las manos del PP), ni la habrá en el gobierno central durante un periodo más o menos largo, probablemente hasta la mitad de la próxima legislatura. Si tenemos a Zapatero, aunque ya no esté, para qué vamos a pensar en nada más. Rubalcaba tampoco estuvo a la altura que yo esperaba de él. Le considero mejor político y mejor orador de lo que vi ayer. Por momento, estuvo algo nervioso, incluso tartamudeando. Fue el único que intentó que hubiera debate de verdad, con interpelaciones y preguntas, pero tampoco fue claro a la hora de responder a los pocos retos lanzados por Rajoy.

Visto el debate, la triste conclusión es que no hubo grandes cosas a analizar (y por eso hay mucha anécdota que ha adquirido relevancia), que cada candidato salió a contentar a los suyos y poco más. Por eso hoy todos dan los objetivos por cumplidos. Por eso la derecha saluda al próximo presidente y la izquierda se conforma con que no haya una debacle histórica. Ah, y que no se olvide un tristísimo detalle, el de Rajoy asegurando que él no lee la prensa cuando Rubalcaba le mencionó una información periodística. "Pues debería", le contestó el socialista. Desde luego que debería.

viernes, noviembre 04, 2011

Dicen que estamos en campaña electoral

Efectivamente, dicen que desde hoy y hasta dentro de dos semanas estamos en campaña electoral. ¿Qué significa eso? Nada de nada. Vivimos en un estado permanente e inalterable de campaña electoral durante todos los días del año. Estas dos semanas que marca la ley no son más que el despilfarro continuo del dinero que el resto del año sólo nos gastamos los fines de semana. Si alguna vez tuvo utilidad, hay que reconocer que la campaña hoy en día ya no sirve absolutamente para nada. Ni para conseguir el voto de los indecisos, ni para adquirir promesas que efectivamente se vayan a cumplir, ni para informar de los programas. Sirve para que los políticos estén todo el día en televisión, ellos sabrán para qué, todo el santo día lanzando frases grandilocuentes y generalmente de carácter destructivo. La campaña no sirve de nada y el día de reflexión quedó dinamitado para siempre en 2004 cuando El Mundo publicó una entrevista con Mariano Rajoy, entonces candidato primerizo a la Presidencia del Gobierno. Ninguna de las dos cosas sirve hoy para nada.

Como nada de lo que suceda en estas dos semanas en el ámbito de la campaña va a servir para nada (sólo salvaría el debate, para mí una necesidad democrática aunque no termine de entender ni el formato ni la cantidad de absurdeces que es necesario pactar para mantenerlo; ¡se sortea hasta el lado en el que va a estar cada candidato, pardiez!), me atrevo a proponer a nuestros queridos políticos la reforma completa de las campañas electorales. Para empezar, y dado que los partidos políticos son organizaciones que reciben subvenciones de las cuentas públicas en función de sus resultados en las urnas, que ni un solo euro de esas cantidades pueda destinarse a estos mítines, remedos de aquelarres que sólo sirven para afianzar la fe en ellos mismos, tampoco a sus carteles, sus alquileres de recintos y demás parafernalia de campaña. Si quieren decirse a sí mismos lo guapos, listos, altos, fuertes, carismáticos e inigualables que son, que lo hagan en sus cuartos de baño y que se graben con esas cámaras tan tecnológicamente avanzadas que les da un resultado tan profesional como si dependieran de un canal de televisión.

Soy un firme partidario de que el Estado sostenga de alguna manera la estructura de los partidos políticos. Si de ellos tienen que salir nuestros representantes electos, es lógico que el sistema garantice su supervivencia. Su supervivencia, pero no su despilfarro. En serio, ¿de qué sirven los mítines? ¿Quién va a un mitin a escuchar ideas y propuestas? ¿Qué utilidad tiene el dineral que se dedica a estos actos de exaltación del ego? ¿Y por qué en campaña se multiplican hasta el infinito? Si los partidos quieren hacer campaña, están en su derecho. Si creen que con eso pueden conseguir algún voto, tienen mi bendición. Pero que para eso utilicen dinero público, me parece sencillamente un engaño al ciudadano. Y no lo digo por la crisis, no. Lo digo porque lo veo así, siempre lo he visto así. Los partidos políticos, sobre todo los dos mayoritarios, son maquinarias inmensas que tienen recursos de sobra con el dinero de sus afiliados como para hacer esa campaña. Con su dinero. No con el de todos. Los pequeños tienen ahora oportunidades casi igual de ilimitadas (y baratas) gracias a las nuevas tecnologías. ¿Luego por qué hay que sufragar las campañas electorales de los partidos políticos? La gente anda escandalizada de lo que va a costar el debate (yo también), pero me preocupa más esto, porque es más amplio y general.

Ojalá la ansiada reforma de la Ley Electoral llegue algún día. Y ojalá contemple la modificación (por no decir supresión) de la campaña. Mientras eso no suceda, seguiremos metidos en una política banal y torpe, en las que las frases efectistas (que por algún extraño motivo llaman la atención de la prensa con más fuerza que los hechos) tiene más valor que las ideas, en la que el dinero se gasta sin control y sin motivo, en la que prima el político gritón frente al gestor que siempre hace falta en las instituciones.