lunes, agosto 22, 2011

Charlot y la visión de Charlot

Una de las leyendas urbanas más interesantes que he leído en mi vida es aquella que habla de que Charles Chaplin se presentó una vez, de forma anónima, a un concurso de imitadores de Charlot, el entrañable vagabundo que creó para el cine. Buscaban al mejor Charlot posible, el que más se acercara a las señas de identidad del personaje. Cuentan que Chaplin, a pesar de su directo conocimiento del personaje a imitar, pues fue él mismo quien le dio vida y el único que sabía lo que pensaba cuando lo creó, no ganó ese concurso. Unos dicen que quedó en segunda posición. Otros que fue tercero. Algunos más que ni siquiera llegó a la final de este particular evento. No sé si esto llegó a suceder en realidad o si simplemente es una bonita historia que nunca llegará a confirmarse del todo. Supongo que nunca se tendrá la certeza absoluta. El caso es que la leyenda tiene implicaciones interesantes.

Imaginad las caras de aquellos que actuaron como jurados de aquel concurso al saber que no supieron reconocer al auténtico Charlot, que pensaron que un imitador era mejor Charlot que el propio Chaplin. Todo el mundo conocía a Charlot porque le habían visto en sus películas, seguro que todos los que presenciaron hubieran jurado que sí, que sabrían identificar sus rasgos a la perfección. Pero a la hora de ver lo que hacía de Charlot lo que era, estas personas no acertaron. Le conocían, pero no supieron reconocer a Charlot. Vieron sus características en otra persona que nada tenía que ver con Charlot. La imagen que tenían de él no era la que se correspondía con la realidad, aunque ellos creían que sí y nadie podría haberles sacado de su error. Su Charlot, el que habitaba en sus mentes, no era el Charlot real. O, al menos, no era el Charlot de Chaplin. Era una versión, idealizada o tergiversada, del personaje.

Pero, por muy intensamente que pensaran lo contrario, ese que tenían en sus mentes no era Charlot. Es curioso cómo, sin quererlo, tenemos esa capacidad de modificar la realidad. Y lo más probable es que mucha gente no se dé cuenta de que su visión no es real ni aunque tengan la prueba delante de sus propios ojos. Y es que no basta con mirar, hay que ver. Igual que no basta con oír, hay que escuchar. Porque, de lo contrario, corremos el riesgo de pensar que Charlot es como nosotros nos lo hemos imaginado y no como es en realidad.

jueves, agosto 18, 2011

Buscando grises

Busco espacios grises. Necesito lugares en los que no me etiqueten necesariamente como miembro de un bando u otro. Deseo encontrar lugares en los que se pueda hablar de todo sin necesidad de que los de cada bando me demonice. Y no los encuentro. Los busco. Todos los días. Pero no los encuentro, cada vez me resulta más difícil encontrarlos. No sé si hace falta decirlo, pero me parece un problema grave. Grave porque estamos limitando de una forma insospechado la libertad de expresión. Y la de pensamiento. Grave porque miramos mal a quien no piensa necesariamente como nosotros. Grave porque eso, no puede ser de otra forma, acaba en enfrentamiento. Lo peor es que es una sensación tan extendida que alcanza ya a todos los terrenos posibles. Y si en esa refriega acaban la política (no voy incidir más en el 15-M, porque ya traté ese tema días atrás en dos ocasiones), la religión y el fútbol, el extremismo está más que asegurado.

Por cuestión de moral, de creencia y de pensmiento, estoy en las antípodas de lo que pretenden las Jornadas Mundiales de la Juventud que se celebran en Madrid. No tengo puntos de encuentro con una Iglesia que vive ajena a la sociedad actual, no entiendo la reiteración de mensajes hacia quienes no sentimos como ellos o el juicio moral continuo hacia nosotros. Pero es que, además, no entiendo, no comparto y jamás apoyaré los privilegios de los que está gozando el peregrino que ha venido hasta Madrid a ver al Papa. Privilegios que yo no tengo cuando acometo cualquier aventrua o experiencia en otra ciudad o país, ni mucho menos en mi vida cotidiana. Privilegios que van desde la apertura de edificios públicos para que sean utilizados como albergues, un abono transporte a precio ínfimo que en Madrid no disfrutan por citar dos ejemplos ni parados ni jóvenes, o incluso que no se les cobre por la asistencia sanitaria (aunque cuando se trate de linchar al rival político este sea un tema muy demandado).

Con este planteamiento, sería fácil caer en la tentación de ponerme en el otro extremo, pero me es imposible. Imposible porque el objeto de mis iras no puede ser nunca el creyente. Si alguien quiere creer, está en su derecho, por mucho que a mí no me guste. Las proclamas que he escuchado, aunque los convocantes de las iniciativas intenten que sean críticas a la subvención pública de estos eventos, van contra la Iglesia por ser Iglesia y contra sus fieles por lo que sienten y piensan. Usan argumentos demagógicos y simplistas, en los que en realidad no creerán pero que quedan muy bonitos en eslóganes. Y buscan el enfrentamiento, con lo que, al igual que me sucede con el 15-M, el primer mensaje que me llega es el de la confrontación, el del follón, el de la falta de respeto, y no el de las ideas, el de los proyectos, el de las iniciativas constructivas. Unos y otros querrían en su bando a cuantas más personas mejor pero sin escuchar lo que tienen que decir. Y así yo no quiero entrar en ninguno de los dos.

Busco también grises en este duelo inagotable entre el Barcelona y el Real Madrid, pero no los encuentro. Quisiera hablar de fútbol, porque sobre el césped despliegan a algunos de los mejores jugadores del momento, pero no quieren que hable de fútbol, que disfrute con la forma de jugar, tan divergente como entretenida, de cada uno de los dos equipos. No me dejan. Veo malos ganadores y veo malos perdedores. Veo un espectáculo poco edificante al que, a diferencia de lo que he sentido siempre, no me gustaría que se acercaran los niños. Veo a dos bandos culpables, cada uno con su elevadísima cuota de responsabilidad, pero que no son capaces de darse cuenta de los errores que estamos cometiendo y de la parte que tienen en el follón desatado y ya sin control en que se han convertido sus partidos.

Lo fácil es tirar contra Mourinho. Fácil y justo, por cierto. El portugués no es santo de mi devoción. Nunca lo ha sido. Su actitud es nefasta gane o pierda y estoy seguro de que está detrás de muchas de las cosas que han sucedido. Como de las acciones violentas de Marcelo o Pepe, que rozan la provocación y la tarjeta roja en cada entrada que hacen. Pero miro al otro lado y tampoco me gusta lo que veo. Detesto ver a Piqué con su mano levantada con los cinco dedos, burlándose de su rival. O a Xavi dando lecciones después del partido. O a Busquets tirándose. O a Messi desplazando el balón. O al banquillo del Barça saltando como loco buscando esa confrontación que tanto debiéramos evitar. Y al final, me da igual quien gane. Me da igual cómo jueguen. El fútbol pierde todo su valor porque sólo veo dos uniformes de guerra y una cruenta batalla en la que lo importante es destrozar al rival. Antes, durante y después de los partidos. Así, tampoco puedo entrar.

Busco grises. Desesperadamente. El blanco y el negro cada vez me son más insoportables. ¿Se viene alguien en mi búsqueda? Me iré solo si es preciso, pero me gustaría encontrar compañeros de viaje que valoren el respeto por encima de todas las cosas. Que admitan que los caminos del contrario son tan libres como el nuestro, aunque no lo compartamos. Que sepan expresar sus quejas sin necesidad de apabullar al otro. Que quieran entender que el mundo no puede moverse en una única dirección y que es posible trazar líneas paralelas y también que se crucen. Que no hace falta ir siempre en contra de todo lo demás. Que podemos dejar vivir al resto, crean o no lo mismo que nosotros. Los grises, vaya. Esos lugares en los que no existen verdades absolutas que haya que imponer a toda la humanidad.

martes, agosto 16, 2011

10.000 euros, un toro y un muerto

Cuando digo que no termino de creerme muchas cosas de esta crisis es por casos como éste. Por muchas más cosas, vaya, pero esto me reafirma en mis ideas. El pasado domingo, un toro llamado Ratón mató a una persona en Xàtiva. El toro en cuestión le costó al Ayuntamiento la friolera de 10.000 euros. No tenemos dinero para medicamentos, para sanidad, para educación y para no sé cuántos servicios básicos más, pero los toros que no falten. Y que no falten, además, pagando por encima del precio de mercado, porque dicen en muchas informaciones que ronda los 2.000 euros el coste normal de un toro para estos festejos veraniegos en los que se sumerge España entera con o sin crisis. Ojo, que no es cosa sólo de las administraciones, que también he leído que las entradas por ver a este toro son más caras que las de otros eventos sin él. ¿Y por qué pagar más por Ratón? Dicen que por su larguísimo historial de cogidas y por contabilizar ya dos muertos.

Es decir, que se trae a este toro a las fiestas patronales porque va a generar situaciones de riesgo. Embestidas. Cogidas. Cornadas. ¿Por qué no muertes? Si en el fondo es el morbo lo que nos mueve, ¿por qué una muerte tendría que echarnos para atrás? Más bien al contrario. Esa parece ser la grotesca filosofía, y así lo deja claro que al ganadero propietario de Ratón le ofrezcan cantidades ingentes de dinero o lo que dice la publicidad de dichos festejos, en las que se incide en el carácter sanguinario del animal para atraer a la gente (ya que estamos, si a un perro se le sacrifica cuando protagoniza un episodio violento, ¿por qué a un toro no?). Y funciona, claro que funciona. Por supuesto, cuando una muerte se produce todo el mundo parece llevarse las manos a la cabeza. Que si cómo se paga esto con dinero público. Que si por qué se trae a un animal así. Que si quién ha permitido que alguien con más alcohol de la cuenta se enfrente al toro. Todo esto llega tarde y se apagará pronto. Dentro de nada dejaremos de hablar de este tema... hasta la siguiente muerte.

Mientras tanto, seguiremos celebrando fiestas. Pagando dinero público. Y si no pasa nada más, si no hay más muertes en estas asombrosas luchas contra los toros, es porque la suerte o la providencia no quieren. A nadie parece importarle que, año tras año, centenares de pueblos celebren encierros con unas medidas de seguridad lamentables, y nadie pide cuentas a los políticos por ello... a menos que pase algo. A nadie le preocupa que el morbo y la posibilidad de ver un incidente serio y grave sean los motivos que arrastran a la gente a ver estos espectáculos... lo que nos convierte en protagonistas mucho más rastreros que un toro que, en el fondo, lo que hace es defenderse. A nadie le importa el dinero público que se gasta y malgasta en estos eventos... cuando no faltan críticas a gastos en otras partidas, de cualquier tipo. Lo importante es la fiesta. Siempre la fiesta. El precio es lo de menos, parece que incluso cuando se paga en forma de una vida.

Nunca me han gustado los toros. Nada en absoluto. Pero si alguien quiere jugarse la vida delante de un animal como ése por el dinero que le pagan, está en su derecho. Es un trabajo como cualquier otro, me guste a mí o no. Cuando saltan a la arena, saben el riesgo que corren y cobran por él. ¿Los encierros y entretenimientos similares? Eso sí que escapa por completo a mi comprensión. No sé qué puede motivar a una persona a jugarse la vida de esa forma. Me dirán que es por la emoción, por la adrenalina, por la experiencia sin igual. Me dirán cualquier cosa, pero yo no la entenderé. Y tampoco entiendo el morbo que mueve al espectador. Jamás se me ocurriría ir a ver un espectáculo en el que sé que gente normal puede morir. Igual tenía razón un hombre que entrevistaron a raíz de este suceso. Igual merece la pena sacar leones en lugar de toros, que así la cosa tendría más gracia. ¿Cuánto cuesta un león? Que igual el sangriento espectáculo nos sale así más barato.

martes, agosto 09, 2011

Revolución

Es fascinante comprobar qué tácticas utiliza la gente para desacreditar la opinión ajena y discrepante. A mí, al menos, me parece fascinante. Y si me lo parece es porque me encanta el debate. Disfruto confrontando mis ideas con las de otras personas, ofreciendo mi punto de vista y mi conocimiento, a veces escaso y a veces extenso, sobre temas que están de actualidad. Al hablar de esas cuestiones en este blog, me expongo doblemente (y lo hago con gusto). Por un lado, soy el primero en hablar y dejo constancia escrita de lo que pienso, lo que da a mi interlocutor (cualquiera que lea esto, quiera o no dedicar unos minutos de su tiempo a contestarme) a meditar sobre mis puntos de vista y contrastarlos con los suyos. Por otro, firmo con mi nombre. Me uno irremediablemente a mi opinión. Y eso, aunque parezca una tontería, me parece un elemento esencial del debate. Ni digo lo que me dicen, ni lo que he leído, ni lo que me parece que puede quedar bien. Digo lo pienso, expreso lo que siento. Nadie tiene por qué estar de acuerdo. Bienvenidos a la grandeza de la libertad de pensamiento y de expresión.

Es evidente que mi opinión sobre algunos aspectos del movimiento del 15-M no son populares, o al menos quienes no la comparten parecen hacer más ruido. Unas pocas personas, la mayoría escondiendo no sólo su identidad (algo extendido en Internet mediante la creación de nicks, algo muy lícito) sino también su procedencia (lo que impide la respuesta en su terreno), han decidido que la mejor forma de defender lo que piensan es denostar lo que yo digo, lanzar insultos, acusaciones sin fundamento (y que creen fundadas en un conocimiento que, por mucho que piensen lo contrario, no tienen sobre mí ahora ni seguramente lo han tenido ni lo tendrán jamás). A nadie le gusta recibir insultos, pero ya sabéis lo que dicen: insulta quien puede, no quien quiere. Y aquellos que han optado por esa vía, la verdad, no pueden. Conmigo no, desde luego, porque el menosprecio salvaje, la nula argumentación y la falta de respeto a la opinión de los demás hace que cualquier interlocutor que tenga en un debate o en una conversación se haya arrastrado él solo por el fango. Ya ha perdido, antes incluso de empezar a hablar, aunque usar palabras grandilocuentes y sin capacidad de respuesta directa le haga sentirse vencedor.

A mí no me preocupa que alguien gaste su tiempo en cuestionar mi forma de vida, mis gustos de ocio, mi pensamiento social o mis ideas políticas. No me preocupa que alguien se invente, sin base alguna, que a mí me gusta algo que no defiendo, que estoy vendido a no sé muy bien quién o qué, que estoy adoctrinado, que soy un facha, que doy asco, que soy lamentable o que no tengo sentido crítico. La verdad, me da igual. No escribo para probar nada a nadie, y mucho menos a la gente que se cree en condiciones de juzgarme con severidad por lo que cree entender de lo que digo. Lo que me preocupa es ese pensamiento único que, al parecer, quieren imponer quienes así se expresan. Se creen libres de toda crítica, piensan que su justa vía es la única admisible y que quien no la comparta es el enemigo a batir, a destrozar, a humillar. Yo escribo con la tranquilidad de respetar todas las ideas que no atenten contra nadie. Es obvio que unos cuantos de los que me han dejado comentarios en mi anterior entrada no comparten ese talante. Allá ellos, yo no voy a cambiar mi forma de escribir o de pensar por cuatro insultos y/o menosprecios, por mucho que cuando exprese una opinión me quieran colocar siempre etiquetas.

Todo tiene que ser blanco o negro, por lo visto. Los grises no se aceptan. Los matices no existen. Estás con nosotros o contra nosotros. Lo siento, ese no es mi mundo ni tampoco el camino que considero adecuado, sea para una acometer una revolución o para mantener contra viento y marea el status quo. Me vais a perdonar, pero no comparto la vía del 15-M, y lo dije desde el primer momento, a pesar de los puntos positivos que sin duda ha tenido. Creo que es un movimiento que ha canalizado el hartazgo que hay en la sociedad española (hartazgo al que no es que me sume, es que lo vengo demostrando desde hace más tiempo del que ya puedo acordarme con acciones y con palabras) y del que sin duda podrán salir propuestas positivas. Pero no le veo con capacidad real de cambiar lo que pretende cambiar. El sistema ni es un problema de España ni se va a solucionar sólo en España. Vivimos en un mundo globalizado en el que muchos problemas son heredados o traspasados. Y vivimos en un país con una larguísima historia, que ha ido dejando también en herencia estructuras que no se pueden cambiar de la noche a la mañana.

Lo que yo pretendía expresar con la anterior entrada, es que no veo en qué ayuda a los llamamientos revolucionarios o de cambio el protagonizar un juego absurdo con la Policía durante tres días, saltarse trámites burocráticos a los que uno se ha comprometido o cercenar los derechos de otros para defender los propios. Creo que hay muchas vías para canalizar la protesta y creo que se están escogiendo unas que no digo ya que sean acertadas o desacertadas, sino que no ayudan al objetivo que se quiere conseguir. Me asombra, sí, me asombra, que estemos ante un movimiento sin rostros y sin voces que canalicen las opiniones, en el que cualquier puede erigirse como portavoz. Sin ellos, no sé si sus responsables tienen la formación y los conocimientos necesarios para emprender la revolución que desean. No sé si se merecen mi respaldo porque no les conozco. Y eso, siento decirlo, me genera desconfianza. Veo una disparidad amplísima de objetivos, quejas y reivindicaciones, pero no siento que se le estén expresando a quien corresponde. No veo a los banqueros preocupados con las protestas. No veo a los políticos inquietos porque nadie les haga caso. Os recuerdo el amplísimo porcentaje de voto que hubo en las últimas elecciones, así que por ahí seguro que no se protestó.

¿Y por qué ahora despreciamos tantas vías que pueden ser válidas? ¿Tanto molestan los cauces legales? ¿Qué diferencia a una manifestación legal de una ilegal? Yo os lo digo. En la legal se habla de los temas por lo que se protesta; en la ilegal de esa ilegalidad de la protesta. ¿Por qué pensamos que el voto no es un medio para cambiar las cosas? UCD tuvo en las elecciones generales de 1979 más de seis millones de votos. En las de 1982 no llegó al millón y medio. Fijáos si se puede castigar al político que no cumpla. ¿Que todos los partidos son iguales? ¿Y qué hay de malo en formar un partido y explorar esa vía, aunque no sea el único camino posible? ¿No está obteniendo resultados crecientes UPyD con esta forma de trabajar? ¿Y qué tiene de malo la palabra escrita que tanto molesta? ¿Por qué tiene que ser más valioso el grito en la calle? ¿Sólo porque sea más alto o porque lo emplee más gente? ¿Por qué quienes se permiten el lujo de criticar a todos los demás no son capaces de aceptar críticas de los demás? Para el movimiento del 15-M no hay nada bueno en políticos, banqueros, periodistas o policías. Y, sin embargo, parece que no me dan su permiso para criticarles nada porque eso supone abrazar lo que ellos critican.

Sigo convencido de que tratar de una forma tan grotesca al discrepante hará que cualquier movimiento, de la índole que sea, se convierta en algo muy parecido a aquello contra lo que dice luchar. Sigo absolutamente convencido de ello. Y decir esto no implica en absoluto que defienda el sistema. Que no proteste. Que acepte todo lo que me impone el modelo actual. Que no me indigne, por utilizar el verbo de moda. Estamos revolucionados, de eso no tengo la más mínima duda. Lo que no veo claro es que estemos recorriendo un camino de revolución. Lo dije el primer día que hablé aquí del 15-M. Ojalá me equivoque. Ojala se consigan cambiar tantas cosas que rezuman injusticia. Pero que eso no sirva para eludir la responsabilidad que todos y cada uno de nosotros también tenemos en muchas de las cosas que suceden a nuestro alrededor. La autocrítica no sólo es sana, sino imprescindible para crecer. Y eso sirve tanto para las sociedades como las personas y sus movimientos. ¿Hay autocrítica en el 15-M? No es ésta una mala pregunta para iniciar una revolución.

domingo, agosto 07, 2011

Asombrado

Indignados. La palabra de moda. Para ser alguien hoy en día, tienes que trabajar para Paolo Vasile, tener relación con el Real Madrid o el Barcelona, ser político o confesarte indignado. Pues yo no soy nada de eso. Será entonces que no soy nadie. Y como nadie que soy, me voy a crear una nueva etiqueta. Soy un asombrado. Así que, asombrados del mundo, este es un mensaje para todos vosotros, por si acaso estáis aburridos y tenéis ganas de sumaros a esta corriente de opinión que acabo de fundar de buena mañana de domingo, estáis todos invitados. Soy un asombrado, sí. ¿Y cuál es el último y más reciente motivo de mi asombro? Pues los indignados. Lo bueno que tiene esto de los "-ados" es que da el suficiente juego como para que unos hablemos de los otros y viceversa. Igual ahora me convierto en un proscrito para los indignados.

El caso es que estaba yo tranquilamente leyendo la prensa en Internet cuando me encuentro con este artículo en El País. Ya en el quinto párrafo de la noticia tengo motivos de sobra para asombrarme, pero es al llegar al duocédimo cuando el asombro estalla en todo su esplendor. Dice lo siguiente una persona que fue secretario del comité de Legal de la acampada de la Puerta del Sol: "Con la ley en la mano las concentraciones pueden ser ilegales, pero nos basamos en el derecho a la libertad de expresión y a la libre circulación. (...) Si hay que elegir entre ley y justicia, nos quedamos con la justicia". Lo dicho, asombro. Llamadme raro, pero no termino de fiarme de gente que se salta la ley a la torera, que sabe que lo está haciendo y que dice que lo hace por lo que considera justo. ¿Justo para quien? ¿Eso cómo se decide? ¿En base a qué baremos? ¿Y quién lo decide? ¿Vosotros? ¿Existe, de hecho, un vosotros? Porque yo miro las fotografías de las protestas del 15-M y leo en las pancartas reivindicaciones de lo más diferente y, en ocasiones, contradictorio. Por no hablar del ingente número de portavoces que va, viene, desaparece y se nombra otro nuevo.

Cada día que pasa, tengo una sensación más firme con respecto a este colectivo, y no es nada positiva. Creo que el movimiento del 15-M está acercándose peligrosamente a aquello contra lo que dice luchar. Que ya, en unas pocas semanas, se ha viciado de aquello contra lo que dice luchar. En esa misma información de El País se dice que se les dio permiso para mantener el punto de información de la Puerta del Sol a cambio de que iniciaran los trámites para legalizarlo, y no lo hicieron. Es decir, se pasaron por donde quisieron su promesa, supongo que también porque consideraban "justo" que existiera ese punto de información sin necesidad de cumplir con las leyes que sí nos obligan a los demás. ¿Piensan los responsables de este movimiento que todos podemos hacer lo mismo? ¿Me puedo ir yo a poner un punto de información junto al portal de dónde viva alguno de los incontables portavoces de este movimiento para difundir mis ideas? ¿Me lo permitirían? ¿O entonces me dirían que mi puesto de información es ilegal y que les molesta?

La idea de que vivimos en un país en el que cualquiera se siente con el derecho de saltarse la ley que quiera me viene provocando pavor desde hace tiempo, porque está demasiado extendida. Y yo lo criticaré lo manifieste quien lo manifieste, sea un ex presidente del Gobierno preguntándose quién le va a decir a él cuántas copas de vino se tiene que tomar antes de ponerse a conducir o sea un grupo de indignados que dice defender lo justo pisoteando las leyes que quiera y los derechos de otras personas. La justicia es un concepto maravilloso, pero me temo que muy ambiguo. Para algunos puede ser justo echaros a patadas, ya que no atendísteis a razones, de un espacio público que habéis ocupado sin permiso, pero intuyo que eso no os lo habéis planteado. Y ante la ambigüedad de la justicia, tenemos la legalidad. Bienvenidos al Estado de Derecho. Imperfecto, sí, pero Estado de Derecho. Y ahí nos tenemos que plegar todos, porque luchar contra una ley que consideramos injusta no implica quebrantarla tantas veces como queramos. Hay mecanismos de lucha perfectamente legales.

Lo que el 15-M está haciendo es aprovecharse de la manga ancha que se ha tenido con ellos. Se les dejó hacer, y eso les llevó a saltarse más leyes y normas todavía. Es decir, está cultivando su propio nivel de corrupción. Porque la corrupción no es más que eso. Aprovecharse de una situación de poder, "la utilización de las funciones y medios de las organizaciones en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores" como dice la RAE. Lo hacen porque pueden. Porque son una masa. Porque dicen tener la razón. Porque aseguran actuar en nombre de una justicia que ellos mismos han definido y han considerado universal. Y a mí, lo siento, pero ya no me convence. Me alegró que hubiera capacidad de protesta en este país, por difícil que viera su articulación en propuestas o medidas concretas. Pero creo que esto ya no es más que una pantomina. Protestáis, sí. ¿Pero ante quién? Para mí esto ya no es más que un desafío a la autoridad por el desafío a la autoridad. ¿Que os cierran Sol? Habláis de "reconquista". Para mí, ese no es el camino.

miércoles, agosto 03, 2011

Monopoly

Nunca he tenido un Monopoly, pero sí tuve El Palé. Es prácticamente el mismo juego, pero este segundo con los nombres de las calles de Madrid y comercializado desde siempre en España. Dice Wikipedia que este juego se vendió aquí entre los años 30 y 60, pero espero que fuera durante algunos años más porque si no es imposible que cayera en mis manos cuando yo era niño. No, no soy tan viejo como Wikipedia me quiere hacer creer. El caso es que como el que conoce todo el mundo es el Monopoly, hablaremos de Monopoly. Porque, no sé si seré el único, pero cuando escucho noticias económicas de un tiempo a esta parte, de un largo tiempo a esta parte, tengo la sensación de que estamos jugando a un gran Monopoly. Incido en lo de "jugando". Bueno, yo no juego. Yo, como mucho, sería una ficha. Algo es algo, tampoco podría quejarme. Pero es que en realidad tengo una sensación diferente y mucho más inquietante al leer informaciones sobre la Bolsa, la prima de riesgo, los bonos basura, los rescates financieros y demás palabrajes macro y micro económicas. Entonces me siento como el dado. Doy vueltas y vueltas para caer en una posición absolutamente aleatoria y que nadie puede prever.

Y que yo me sienta así no debiera ser tan grave. Al fin y al cabo, mi ignorancia económica tendría que colocarme en el vagón de los que nos dejamos llevar en la confianza de que tiene que haber gente que sepa mucho más que uno sobre este tema. Tiene que haberla. Tiene que haberla. Me lo repito constantemente en un ejercicio de fe. Como el de Dorothy de apretar los talones de sus zapatos de charol rojo para regresar de Oz a Kansas. ¿Pero qué pasa cuando la gente que se supone que sabe, y por muchas palabras rimbombantes que utilice, da la sensación de que tiene al menos la misma idea que yo? Pues que más nos vale tener una de esas tarjetas del Monopoly que nos libraba de la cárcel. O confiar en la suerte de los dobles al tirar los dos dados, que así también dejaba uno atrás la prisión en el tablero. Igual también es que hay clases entre los jugadores del Monopoly y hemos tenido la mala suerte de que a nosotros nos haya tocado el que de jugar sólo conoce las reglas. Esas que dicen cuándo hay que tirar los datos, lo que pasa en cada casilla en la que caes y las posibilidades que tienes de comprar, vender o hipotecar antes de que te pase el turno.

¿Lo malo de todo esto? Que eso de las normas está muy bien, pero la gente no les suele hacer ni caso. Sobre todo los malos. A la norma de cómo evitar la cárcel sí, esa la tienen todos muy bien aprendida, pero los malos, esos que por definición se oponen a los buenos pero que uno ya no sabe dónde localizar, se las saben todas, no sólo esa. Porque si esta crisis económica que dicen que vivimos, con la cuota de culpa en sus efectos que tienen los jueguecitos de algunos y la irresponsabilidad de otros, no ha supuesto ya el encarcelamiento de un buen puñado de tipos con traje y corbata, no sé qué puede dar con sus huesos en prisión. Especuladores, usureros y mangantes varios campan por este Monopoly en el que se ha convertido el mundo real como si estuvieran realmente jugando a Los Sims. Y yo a veces fantaseo con lo que daría porque todos esos tipejos estuvieran en realidad en World of Warcarft, donde al primer atisbo de que eres el enemigo ya tienes a docenas de bichos, guerreros y magos lanzádose a tu yugular para acabar contigo. No, si está claro que no hay nada que no arregle una buena jugada virtual... Lástima que en este otro Monopoly no se apliquen las mismas normas.