Tercero, porque resulta curioso que una parte acuse de parcialidad. Es un principio muy básico del debate político. ¿Cómo creer a quien usa el mismo argumento que aquellos que cuestionan la parcialidad de las televisiones autonómicas dirigidas por el PP? Muy sencillo: no se puede. En un mitín, dado el estado de decrepitud en que se encuentra la política (y el periodismo) la cosa puede encajar. En un programa de televisión, no. María Dolores de Cospedal, en todo caso, es experta en esto de hacer imposible que se crea algo de lo que dice. Es quien acusó al Gobierno sin pruebas de ningún tipo de un espionaje a sus dirigentes que sólo existe en las mentes de personas con paranoia o manía persecutoria. Es quien exigió al Gobierno que haga ahora con el etarra Troitiño lo que el PP no hizo en el Gobierno con el también etarra Josu Ternera (Mariano Rajoy, que era entonces el ministro portavoz del Ejecutivo, ahora guarda silencio porque sus palabras de antaño son casi idénticas a las pronuncias por Alfredo Pérez Rubalcaba para explicar el problema actual). Es, en definitiva, quien personifica la política del no. No a todo. Aunque yo lo haga en mi ámbito de poder, aunque lo hiciera cuando tenía el poder que ahora tienen otros.
En cualquier caso, su simple presencia en TVE es un síntoma de que esta etapa es la más imparcial de la historia del medio en democracia. Le moleste a quien le moleste, es así, porque hasta hace no mucho tiempo la diferencia de trato entre el partido en el poder y el principal en la oposición era abismal. La historia, si la escribiera alguien ajeno a las partes, escribiría que el ente público ha estado durante años dominado por el Gobierno de turno. Lo sabe José María Aznar tan bien como Felipe González (chapeau para Ana Pastor, que eso es precisamente lo que le recuerda a María Dolores de Cospedal, ansiosa como seguro estaba de añadir una muesca más a la manía persecutoria que explica tan a menudo). Y escribiría que, sin llegar al ideal puro de imparcialidad (¿es eso posible en una televisión pública o un gigante del tamaño de TVE?), ha sido con el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero cuando se ha alcanzado ese estado de libertad. Porque libertad es, insisto, le moleste a quien le moleste. Pero, claro, como estamos en este momento histórico en el que Zapatero tiene la culpa de todo lo que sucede, pues achacarle la parcialidad de TVE será el menor de los males para quien todavía es el presidente del Gobierno.
La afirmación de María Dolores de Cospedal llega, por cierto, un día después de que la imparcialidad de esta etapa y la que propugna Ana Pastor con su trabajo (líbreme quien sea de echarle la culpa a ella), le haya salido cara a TVE. Miguel Ángel Rodríguez, portavoz del Gobierno de José María Aznar, aprovechó la plataforma pública para llamar "nazi" en repetidas ocasiones al doctor Luis Montes. Después reincidió en la privada Telecinco. Ahora, ambas cadenas tendrán que pagar 30.000 euros al injuriado, porque el juez entiende que el mencionado Miguel Ángel Rodríguez cometió un delito al expresar lo que, según él, no era un insulto. Sentencias así son las que devuelven la ilusión a quienes creemos en unos medios plurales, informativos, formativos y respetuosos. No todo vale y la Justicia, afortunadamente, piensa lo mismo. En ese mundo ideal con el que sueño de vez en cuando, costaría creer que quien se encargó de la comunicación del Gobierno de España utilice los medios de comunicación, y especialmente la televisión pública, para soltar todo tipo de improperios sin freno alguno. Costaría más creer que su argumentación fuera que había que animar el debate. El debate se anima con argumentos, pero está claro que a algunos les renta más usar insultos en lugar de argumentos.Si la pluralidad y la imparcialidad de TVE están en entredicho o al menos en peligro es precisamente por culpa de personas como Miguel Ángel Rodríguez y María Dolores de Cospedal, quienes no dudan en anteponer intereses propios a los del medio o, si se me permite la licencia de pura ingenuidad, los del espectador. El primero, visto lo visto, no sale económicamente rentable, porque tenerle en un programa aumenta el riesgo de querellas y de condenas. La segunda, directamente, no es fiable como fuente de información porque en demasiadas ocasiones ha realizado afirmaciones que no se sostienen ni en hechos, ni en pruebas, ni tan siquiera en opiniones (por ejemplo, el espionaje existe o no, sobre eso no hay opinión posible). La condena por el caso del ex portavoz del Gobierno abre muchos debates y todos positivos. Para empezar, espero que lleve a los medios a reflexionar sobre la calaña de los colaboradores a los que les da un sitio en pantalla. Es su responsabilidad, y por eso veo razonable que paguen por ello. Esto prolonga el camino, el que ya se abrió con las condenas a Federico Jiménez Losantos, que tiene que llevar a un periodismo respetuoso y plural. ¿Será tarde para conseguirlo?