miércoles, enero 26, 2011

El fin del mundo

Amigos míos, el fin del mundo ha llegado.

No, no penséis que el Apocalipsis bíblico se cierne sobre nosotros.

Tampoco, perdonadme el leve apunte de egocentrismo es que este blog vaya a cerrar, no.

Pero el mundo se acaba. O se ha acabado ya o está a punto de hacerlo.

No puede haber otra explicación.

De otro modo, es imposible entender que ésto haya salido hoy en en informativo de Cuatro.



Porque esto sólo puede ser una noticia si el mundo se ha acabado ya, ¿no?

No puede haber otra explicación lógica ni racional.

Pero por si me quedaba alguna duda de que el mundo se ha acabado, después Hilario Pino ha dado paso a este otro vídeo.



Si es noticia que un tipo se ponga unos cuantos ladrillos en la cabeza o que un gato cruce las piernas, reconocedlo, la única explicación posible es que el fin del mundo ha llegado. O va a llegar. Y a veces pienso que nos lo merecemos...

miércoles, enero 19, 2011

Sacrificios

Aumiendo la crisis como un factor ya inevitable de nuestra vida cotidiana (aunque yo me sigo resistiendo ante las muchas señales de que no somos todos los que estamos en crisis), tengo que reconocer que mi opinión sobre ciertos temas, sobre algunas de las medidas adoptadas para paliar los efectos de esta crisis, es impopular. Por ejemplo, cuando se anunció la bajada de sueldo a los funcionarios, y siempre bajo la condición de que era inevitable (¿lo era?), yo estaba de acuerdo. ¿Por qué? Porque entiendo que quienes más tienen, aunque sólo sea seguridad, son los que tienen que ayudar a los que menos tienen. En este caso se supone, siempre en ese mundo ideal que sólo existe en mi imaginación, que ahorrar dinero en los salarios que pagan las administraciones redundará en la protección de quienes tienen poco o nada y se aumentarán las coberturas sociales. En un mundo ideal, ya digo, pero la medida me parece correcta. ¿Dónde está el problema? En que el sacrificio lo hacen unos pocos. Los de siempre. Los más pobres. O, dicho de otra manera, no lo hacen unos pocos. Los de siempre. Es decir, los políticos. No son los más ricos, pero como si lo fueran.

Sangrante, muy sangrante, es el caso de los dos ex presidentes del Gobierno más recientes. El pasado mes de diciembre se anunció que Felipe González fichaba por Gas Natural y que cobraría 126.500 euros anuales por desempeñar una labor de consejero independiente. Un mes después, el anuncio cambiaba el nombre del ex jefe del Ejecutivo y el de la empresa. José María Aznar fichaba por Endesa cobrando aún más, 200.000 euros anuales. Sin entrar en el debate de fondo (el de qué puede o qué debe hacer un ex presidente cuando deja su cargo), lo asombroso de este asunto es que cada uno de ellos cobra, al mismo tiempo que éste y otros salarios, 80.000 euros brutos anuales que salen directamente de los Presupuestos Generales del Estado. Vamos, que se los pagamos entre todos. Es una pensión vitalicia que supera en unos 2.000 euros mensuales el sueldo que percibe el actual presidente del Gobierno. Y estoy totalmente de acuerdo (sé que muchos no lo estarán, de ahí que ya dijera un poco más arriba que puedo tener opiniones impopulares sobre estos asuntos) en que el Estado garantice la jubilación de un ex presidente del Gobierno, creo que se lo gana (o tendría que ganárselo, vaya) con su dedicación a la función pública durante esos años.

Pero, si a unos se les exigen sacrificios, ¿por qué otros no los hacen? 80.000 euros al año no solventan una crisis económica mundial, ni siquiera nacional, pero me parece inmoral, indigno y absurdo que estemos entregando un dinero público a personas que no lo necesitan. ¿Que el día de mañana nadie quiere a González o Aznar como asesores, conferenciantes, escritores de libros o simples floreros? Ahí está el Estado y esa pensión vitalicia. Pero si tienen tan descomunales ingresos, es como poco una tomadura de pelo que se lucren de un dinero que no llega para atender a todos los que lo necesitan. Estas pensiones las regula una ley de 1983 que el Gobierno no quiere cambiar. Ya lo ha dicho. Algunos grupos minoritarios ya han pedido esa reforma. Pero no basta. Como en toda reforma política de calado que afecte al funcionamiento de los órganos de poder y representación, es necesario el acuerdo entre PSOE y PP. Podéis quitaros de la cabeza esa posiblidad porque no va a suceder. La inmoralidad continuará porque siempre beneficiará a quien ha ostentado el poder, quien lo ostenta y quien lo ostentará en estos dos grandes partidos. Zapatero no lo cambiará porque es el próximo. Rajoy, si acaba ganando las elecciones, tampoco. Y así hasta el infinito.

No es el único caso sangrante, claro, porque cada político parece cargar con un pecado diferente. Esta semana, el Senado ha inaugurado su sistema de traducción a las lenguas cooficiales. Esto quiere decir que cualquier senador podrá hablar en catalán, euskera, gallego o valenciano y todos sus compañeros de hemiciclo podrán escuchar una traducción simultánea. Soy un firme defensor de los idiomas. Creo que enriquecen mucho. Me encanta escuchar a la gente hablar en el idioma que le sea propio. Pero los 400 aparatos de traducción con auriculares que ha comprado el Senado costaron 4.500 euros. Mantenerlo en funcionamiento, costará 350.000 euros anuales. Cada pleno sale a unos 12.000 euros. Todo eso soluciona un problema creado artificialmente porque todos tenemos una lengua común en la que podemos entendernos. Los partidos regionalistas y nacionalistas, los mismos que censuran la pensión vitalicia de González y Aznar, y según una frase aparecida en algunos medios de comunicación, entienden que eso no tiene importancia porque "los derechos no tienen precio". Ojalá fueron los derechos de todos los que no tuvieran precio.

La política ya nos tiene demasiado acostumbrados a ver que ellos, los políticos, siempre tienen más derechos que los demás. Y luego dirán que por qué la gente se desengaña de la política, por qué no vota, por qué les insulta... Las cosas no siempre tienen una justificación, pero lo que siempre tienen es una causa. Lo malo es cuando no se quiere buscar esa causa, ahí es donde están los problemas...

sábado, enero 08, 2011

Lección de (in)tolerancia

Fascinado como siempre he estado y estaré por los misterios de la condición humana, descubro aspectos nuevos de la misma gracias a la famosísima ley antitabaco. La verdad es que el experimento tiene su aquel, no me lo negaréis. Sacar de todos los espacios públicos cerrados el mayor vicio nocivo y legal que conocemos y a ver qué pasaba. ¿Y qué ha pasado? Pues en la mayoría de los casos, mal que les pese a los agoreros, absolutamente nada. La gente sigue saliendo a los bares en los que ya no se puede fumar y los que quieren tragar el humo de sus cigarrillos o de los ajenos lo pueden seguir haciendo en los espacios que marca la ley como habilitados. Los casos que se salen de la norma, no obstante, son los que dan el salto a los medios de comunicación y, por tanto, los que generan debate.

A mí, me van a perdonar mis amigos y visitantes fumadores, la ley me parece necesaria. Quizá con algunos matices debatibles, pero terriblemente necesaria. No soy amigo del prohibido prohibir que ondean algunos por bandera y, en cambio, sí soy partidario de que los gobiernos legislen en aquellas parcelas donde la sociedad no es capaz de arreglárselas por sí sola. No siempre hubo normas de tráfico. Ni siquiera hubo siempre normas sobre las peleas incluso con resultado mortal, que en tiempos de Alejandro Dumas lo de los duelos de espada a muerte era una cosa habitual. Cuando para llegar a Europa hacía falta un viaje de muchos meses en barco, las leyes de inmigración eran inútiles. Se lesgisla cuando se necesita. Y aquí es necesario porque algo fallaba.

Desde mi humilde punto de vista, el asunto del tabaco es, claramente, un fracaso social. Los no fumadores no tenían espacios propios o libres de humo. La anterior ley intentó facilitarles esos espacios, pero practicamente nadie se prestó a habilitarlos. Fracaso y, por tanto, nueva ley. Sí que es cierto que lamento que aquellos hosteleros que pagaron obras en sus locales para separar zonas de fumadores y de no fumadores vean ahora, muy poquito tiempo después, que aquel fue un dinero gastado en balde. Ellos son los verdaderos perjudicados de la nueva situación en la que vivimos desde el pasado día 2. Pero no había una convivencia real entre no fumadores y fumadores, sino un sometimiento de los primeros ante los segundos.

Es a partir de ese día 2 de enero de 2011 cuando comienza lo curioso de este asunto, con algunas de las protestas, quejas y reacciones que se han escuchado. Algunos iluminados del mundo de la política y de la cultura, iluminados que parecen alimentarse sólo de las polémicas que generan y no de su trabajo, han llegado a equiparar esta ley con los primeros pasos del nazismo. Para mí es asombroso que no se les caiga la cara de vergüenza al hacer ese símil, que tengan la desfachatez de utilizar uno de los episodios más oscuros, negros y tristes de la historia para compararlo con esto. Mucha, mucha pena es lo que siento por aquellos que quieren ponerse intelectualmente por encima de los demás demostrando tan escaso saber de la historia y de sus consecuencias. Pero allá cada cual con su conciencia y con su conocimiento.

Algunos incluso parecen justificar los actos violentos y las peleas que ha generado la nueva ley. Y me asombra, porque durante años yo (y como yo la inmensa mayoría de quienes detestamos el humo del tabaco), como no fumador, he sido tolerante con la libertad de fumar en cualquier sitio. Si yo no quería respirar el humo de los demás en un bar, me tenía que salir de él. Punto. No había más. Pero resulta que ahora algunos fumadores sienten que ellos no deben ser igual de tolerantes con una ley que defiende mi libertad de no inhalar el humo de su tabaco. Curioso. Curioso, porque en esa situación resulta que el intolerante soy yo.

Como curioso es que algunos poquitos hosteleros, esos a los que la prensa ha dado su minuto de gloria, hayan proclamado que se declaran en rebeldía. Nuevamente vuelve esa costumbre tan española de incumplir la ley que nos da la gana simplemente porque nos da la gana. Para mí la solución es sencilla. ¿Rebeldía ante una ley? Aplíquese la sanción prevista en dicha ley. Sin aspavientos, sin altercados, sin polémicas. Igual cuando se le aplique dicha sanción por segunda o por tercera vez, el bolsillo se le resiente tanto como para decidirse a cumplir la ley. Curioso también me pareció el caso de ese hostelero madrileño que el día 3 de enero decidió despedir a uno de sus camareros porque había bajado el negocio a causa de la ley antitbaco. Impresionante trabajo de análisis con un día de experiencia, sí señor.

Menos mal que todas estas peregrinas argumentaciones y respuestas tienen sus días contados. En cuanto dejemos de hablar de la ley antitabaco, simplemente se acabará cumpliendo como cualquier otra ley en un elevadísimo porcentaje de casos. No sé si sabéis que por ley el dueño de un perro está obligado a recoger los excrementos que su mascota deja en la calle. ¿Lo hace todo el mundo? No. ¿Sale eso en los informativos? Desde luego que no. Con el tabaco acabará pasando lo mismo. Yo, por el momento, estoy encantado con la ley. Y aunque no lo estuviera, la acataría, porque hay formas de declarar mi oposición mucho más sensatas y efectivas que convertirme en un cafre de opinión o de acción.