martes, septiembre 29, 2009

Subiendo impuestos

La crisis ha conseguido algo que, lo reconozco, me parecía absolutamente imposible: que todo el mundo hable de economía como si realmente tuviera la absoluta certeza y convicción de saber de lo que está hablando. También tengo que admitir, como hago casi siempre que me acerco a estos temas, que mis conocimientos económicos siguen siendo tan poco destacables como antes de esta crisis. El exceso de información, en este caso, no me ha reportado grandes conocimientos ni una mayor comprensión de los sucesos que han hecho tambalearse a todo el mundo. Ahora de lo que se habla es de la anunciada subida de impuestos, y (¿absolutamente?) todo el mundo está en contra. Por motivos ideológicos, no se considera posible que un Gobierno de izquierdas apueste por subir tasas. Por motivos económicos, se apunta que la medida tendrá un efecto contrario al que se busca.

A mí, y perdonadme que insista en que no soy ni mucho menos un avezado economista, la medida no me convence en absoluto. La veo como uno de los muchos bandazos que está dando este Gobierno en esta materia y, además, una medida bastante impopular y muy mal explicada (claro que afecta a las rentas medias, como acaba de reconocer la vicepresidenta económica). Además, con el ambiente político, periodístico y social en el que nos movemos, lo más normal era lo que ya está empezando a suceder, que se creara un estado de alarma generalizada en todos los sectores. Alarma, por cierto, que no comparto en absoluto. Será que no me van las alarmas. No me voy a detener en banalidades como la de un tipo que pretende ser presidente del Gobierno (y que ya tiene la parejita, porque a la famosa niña del debate electoral suma ahora al niño de las chuches; para que luego critiquen a Bibiana Aído, ¡viva la igualdad!), sino en la que parece ser la percepción general.

Se dice que la subida del IVA afectará al consumo. Pero yo no lo acabo de ver tan claro en este caso y menos tal y como se está explicando. En primer lugar, el aumento de los impuestos no tiene por qué repercutir directamente en el bolsillo del ciudadano. Para mí el problema en los precios (además de su relación con los salarios) no está en los impuestos que pagamos y que ya están incluídos en la cantidad final que desembolsamos, sino en el margen de beneficio. Hay empresarios que viven con la soga al cuello, que apenas pueden ganar dinero con su trabajo, atrapados en una interminable cadena de intermediarios o en un abusivo precio de las materias primas. Todo mi respeto para ellos, porque son los que de verdad intentan ayudar. Pero hay otros que viven en la abundancia de unos margenes de beneficio asombrosamente alto y que, además, o no se han visto muy mermados por la crisis o directamente han crecido. Ejemplos hay muchos si se buscan. Un empresario puede decidir libremente bajar el precio de su producto para que al consumidor le cueste lo mismo a pesar de la subida del IVA.

Por otro lado, está la percepción de la gente. Lo dice Javier Ruiz en esta entrada de su blog (que ya me ha convertido en seguidor por la sencillez con la que explica temas que yo no domino en absoluto). Al pagar un producto, la gente no es consciente de que cantidad de su dinero se va a un empresario, a un distribuidor o al Gobierno en forma de impuestos. Ayer ya me vino a la cabeza un ejemplo perfecto para ilustrar esta idea, reforzado ahora por la explicación de Javier Ruiz: la llegada del euro. Creo que todos fuimos y somos conscientes de que, a pesar de que el IPC de la época dijera lo contrario, los precios subieron cuando dejamos la peseta y abrazamos la moneda única. Todos conocemos sobrados ejemplos de bienes y servicios que en su precio sólo añadieron una coma (de 150 pesetas a 1,50 euros).

¿Dejamos por eso de consumir? No, mantuvimos el mismo comportamiento que hasta la fecha, buscando el mejor producto al precio más barato. Como creo que va a suceder cuando suba el IVA. En las pequeñas compras, la diferencia va a ser mínima. Nadie deja de comprar una falda, unos pantalones, un DVD o dos kilos de carne porque en lugar de 30 euros nos cueste 31. Del mismo modo que nadie dejó de comprar en las tiendas de todo a cien a pesar de que pasaran a ser tiendas de todo a 166 con el cambio al euro. Sí estoy seguro de que afectará y se notará con mucha más claridad en las compras más grandes, porque ahí la diferencia por los impuestos sí va a ser fácilmente cuantificable. Pero, claro, entramos en otra dinámica que justificaría la (dudosa) afirmación del Gobierno de que los más ricos pagarán más. Porque quien tiene un millón de euros para pagar un piso enorme en una zona exclusiva puede que tampoco se vaya a sentir demasiado cohibido porque le cueste 200.000 euros más...

Sí me preocupan los pequeños y medianos empresarios, porque a ellos sí veo con claridad cómo les puede afectar esta subida de impuestos. Ellos sí van a notar que sus facturas van a aumentar sin la contrapartida de un mayor beneficio y, además, no van a tener mucho margen para reducir sus precios. Y digo que me preocupan porque las pymes son las grandes generadoras de empleo en España y, como de sobra sabemos todos, el empleo es precisamente el principal problema que tenemos en esta crisis. Es por eso por lo que no comparto la subida de impuestos y donde temo que el Gobierno no haya sido capaz de calibrar sus efectos futuros. Pero habrá que esperar, claro. Primero porque aunque muchos hablen de la subida de impuestos como algo ya instaurado (o se agarren a lamentables argumentos de autoridad como que Alemania los ha bajado, cuando 1) es una promesa electoral de alguien que no tiene mayoría absoluta para gobernar y 2) no se aplicará hasta 2011, cuando se espera que la crisis sea agua pasada), esto no llegará hasta julio de 2010. Y primero hay que aprobar los presupuestos en el Parlamento.

domingo, septiembre 27, 2009

Justicias y propagandas

Leo (sí, digo bien, leo) a Forges un día más y un día más estoy plenamente de acuerdo con él. Me identifico plenamente con el protagonista de su tira de hoy, al compartir enfado y asombro por los casos de corrupción que rodean al PP valenciano y la triste respuesta que se está dando desde donde se debe responder a los delitos. Creo que ya se puede decir sin temor a equivocarme que existe una coincidencia general en que algo oscuro e ilegal hay tras todo el revuelo mediático. Que trama corrupta hay, sin prejuzgar por ello cuán alargada es su mano o a quien afecta. Y digo coincidencia general porque incluso sus protagonistas ponen más énfasis en culpar a otros de que hayan surgido estos asuntos que en desmentirlos. Sin embargo, también estoy convencido de que todo este asunto no derivará en condena alguna a un político. Quizá caiga alguno de rango menor, pero en absoluto salpicará a quienes están al mando. Pesimista que es uno para estas cosas.

Creo que a estas alturas no sorprenderá a nadie que haya un político corrupto. Lo que sí me sigue causando sorpresa es lo que denuncia Forges: la inacción de la Justicia valenciana. Sin que nadie moviera un dedo, se consistió que un juez, el presidente del Tribunbal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana, Pedro de la Rúa, juzgara a alguien a quien considera "más que amigo", con la absoluta perversión del sistema que eso supone. Él mismo no tuvo la consideración debida a su profesión y su carrera, al decidir que inhibirse le era impensable, pero no hubo recusación alguna, no hubo queja por los cauces oficiales, ni siquiera ha habido una investigación del Consejo General del Poder Judicial una vez que se ha sabido que no se quisieron valorar informes policiales que comprometían la postura de los acusados. Por acción o por omisión, por incompetencia o por connivencia, todos han fallado. Y han dejado a la Justicia, una vez más, a los pies de los caballos.

Hay otra vertiente singular de este caso, que me asombra tanto o más que la anterior. La ilustra otro genio de la viñeta política, Peridis. Nos viene a decir que no pasa nada, que se puede hacer cualquier caso, con tal de tener algo del rival político con qué esconderlo. Al PP le basta con hablar de lo que hace el Gobierno (decisiones a veces asombrosas, por cierto, a ver si algún día me detengo en eso...), para no hablar de lo suyo. Mariano Rajoy ha convertido el silencio en un arte, que debiera ser inaceptable para cualquier demócrata (mucho más para los medios de comunicación, a los que la sociedad entregó hace mucho tiempo las funciones de cuarto poder y que demasiadas veces no se ven satisfechas), pero que los suyos aceptan sin más. La propaganda vende más que la verdad, y desde hace muchos años tengo claro que la propaganda de la derecha española es mucho más contundente, cuantiosa y eficaz que la de la izquierda.
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En esta última idea me he encontrado oposición en alguna que otra conversación. Me dicen que el monopolio propagandístico es de la izquierda. Y yo no me lo creo. Es más, defiendo lo contrario, basándome en mi doble experiencia como periodista y como espectador curioso de la realidad. Ahora baso mi argumentario en una situación de fondos y otra anecdótica. La de fondo es que la agenda periodística está marcada (siempre con excepciones, porque el periodismo ya ha decidido hace mucho tiempo que hay que elegir bando con todas las consecuencias), en temas y enfoques, por lo que el PP quiere. De la gripe A, las dudas y debilidades de la prevención. De la economía, la subida de impuestos de Zapatero. De la reforma del aborto, que Zapatero y Aído quieren matar fetos en el interior de las niñas de 15 años. De la situación parlamentaria, que el Gobierno está solo. De la corrupción en el PP, los espionajes nunca probados del Gobierno, el uso nunca demostrado de los socialistas para acabar con el PP. Y así con casi todo.
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También con el transfuguismo, que es mi argumento anecdótico. Llevamos semanas oyendo hablar de Benidorm, de la madre de Leire Pajín, de ese diabólico PSOE aprovechándose de tránsfugas para ganar alcaldías, rompiendo la voluntad democrática del pueblo. Que fácil son las declaraciones grandilocuentes y erigirse en portavoz de un pueblo al que jamás se escucha. Y descubro, ya sin asombro, que en los últimos cinco años los socialistas han perdido el doble de alcaldías que los populares y que estos han ganado una decena más de ayuntamientos que el PSOE por esta deleznable práctica. Y descubro también que existe un pueblo llamado Silleda en el que se va a dar una situación análoga a la de Benidorm pero de signo contrario. No os preocupes, Rajoy sigue callado. Aunque él mismo se pasee por ese pueblo sin decir ni pío y aunque él mismo firmara en su día el pacto antitransfuguismo como ministro de Administraciones Públicas.

jueves, septiembre 24, 2009

La ignorancia lleva al desprecio

A través de El lector impaciente, blog que figura entre mis favoritos, encuentro noticia sobre una columna de opinión escrita por Vicente Molina Foix publicada en la revista Tiempo. En ella, su autor desprecia y menosprecia tanto al cómic como a los dibujos animados. A su juicio, no pueden tener la consideración de artes, es asombroso que los medios de comunicación pierdan su tiempo y espacio hablando de cuestiones relacionadas con estas disciplinas, y quienes seguimos con cierto fervor alguna de ellas, o las dos, es porque somos menores (no sé bien si de edad, de cantidad o de calidad).

La primera y lógica reacción que puede suscitar Vicente Molina Foix con este trabajo es la indignación. Cuando uno arremete de una forma tan gratuita contra un grupo (¿por qué esa manía de menospreciar a uno para ensalzar a otro?), lo lógico es que ese grupo se cabree. Y tan grande ha debido ser el cabreo, que el autor de dicha columna ha tenido que utilizar su blog para refererise a este asunto. Lo ha hecho, de momento, para pedir tiempo para responder (ahora se encuentra, dice, "en condiciones laborales muy duras y absorbentes") y para proclamar que su intención "no era la ofensa", sino evidenciar "la libertad de gusto" entre él y esos menores (insisto, de edad, de cantidad o de calidad) que leemos cómics y vemos películas de dibujos animados, a quienes nos dice, por si nuestra edad, cuantía o categoría no nos ha permitido darnos cuenta hasta ahora, que a sus ojos "coleccionar sellos revela más sensibilidad que coleccionar tiras cómicas".

Ansioso estoy por leer esas explicaciones que Vicente Molina Foix pretende ofrecer "con la atención y el respeto debidos", pero me va a permitir su autor que no me crea las breves pinceladas que adelanta. Es más, da la sensación de que no se las cree ni él mismo, pero, insisto, esperaré. En todo caso, creo que es lícito responderle que quien no quiere ofender a un sector como el del cómic, no hablaría nunca de "dibujantes de monigotes", de "dibujitos", de "infantilismo expresivo" o de que es "un entretenimiento no sé si para menores, pero desde luego muy menor". Si lo que quería era decir que no le gusta el cómic, podría haber dicho exactamente eso.

El respeto, por difícil que parezca y por mucho que el mundo en el que vivimos presente innumerables ejemplos de lo contrario, es asumir que los gustos de uno no tiene por qué coincidir con los de los demás. Es decir, lo contrario de lo que el autor de esta columna de opinión ha escrito. ¿Que a Vicente Molina Foix le parece que Up es "una chorrada de plastilina"? Está en su derecho no sólo de pensarlo, sino también de decirlo. Y yo de leerlo y respetarlo. Reírse de los críticos "serios" (la cursiva aparece en el original) que han disfrutado con ella o de los "filósofos de fuste y poetisas de la experiencia" que sean "devotos acérrimos de los dibujitos" es no respetar ni los gustos ni el trabajo de las personas cuyas aficiones no coinciden con las Vicente Molina Foix. Y eso es lo que hace que cualquier persona que lea esta columna de opinión esté en su derecho de despreciar lo que dice su autor.

A la espera, insisto, de esas explicaciones, yo a Vicente Molina Foix le recomendaría dos cosas. En primer lugar, que abra los ojos al mundo y no se quede en su perversa simplificación de la realidad. El lector de cómics también lee novelas serias, el espectador del cine de animación también puede haber disfrutado con El acorazdo Potemkin o con cualquier película que a él le parezca digna de elogio. En segundo lugar, que lea cómics. Porque si toda su experiencia es lo que leyó de niño (es lo que puede deducirse de su columna) lo mismo se lleva una sorpresa al descubrir que no todo en este arte, el noveno, es Mortadelo y Filemón (lo menciono porque él lo hace; yo, sin ser fan irredento, tengo en gran estima a esos personajes y a su creador, Ibáñez). Mientras no siga estos dos humildes consejos, mi opinión sobre esta columna y su autor no puede ser muy distinta de lo que he dicho. No demuestra respeto y sí, en cambio, un gran desconocimiento de la realidad. La ignorancia lleva al desprecio. Ambas cosas tienen cura, pero reconocer el defecto inicial es imprescindible para emprender ese camino.

lunes, septiembre 21, 2009

Campeones de septiembre

No existe análisis serio en el mundo del deporte. Por eso aparece un fenómeno curioso al que hace años bauticé como los campeones de septiembre. Me van a disculpar los amantes de otras disciplinas, porque tomar como referencia ese mes se debe a que tomo como referencia el fútbol, que es de largo el deporte que más me apasiona y llena mis horas de ocio. Llamadlo campeones de primera fase si queréis. El caso es que en fútbol la temporada comienza en agosto, pero en septiembre ya encontramos sentencias inamovibles. Ya sabemos quien va a ser el campeón, quien va a fracasar y a quien hay que criticar despiadadamente. No importa que quede el 90 por ciento de la competición, no importa que la Historia nos haya enseñado una y mil veces que esos campeones de septiembre no tienen por qué serlo en junio. No importa. Año tras año se sienta cátedra de una forma tan absurda como equivocada en un análisis movido por el enfado o la euforia, nunca por el raciocinio o el pensamiento, por la circunstancia puntual y nunca por una realidad prolongada en el tiempo.

Eso le ha sucedido a la selección española de baloncesto. Hace una semana (¡¡¡una semana!!!) proliferaron los comentarios sobre el fin de una generación, los agradecimientos a quienes tanto nos dieron en el pasado pero ya no llegarán al éxito en el futuro, los augurios de una temprana eliminación, las críticas hacia jugadores que hasta entonces, y para las mismas personas que ahora casi pedían su retirada, eran dioses sin igual ni rival en el mundo entero. No recuerdo haber visto que el presidente de la federación, el entrenador y el capitán de la selección tuvieran que dar una rueda de prensa conjunta, en mitad de un campeonato de cualquier deporte, para recalcar algo tan obvio como que el torneo no sólo no se había acabado en la primera o en la segunda fase, sino que las opciones de ganarlo estaban intactas, a pesar de un par de malos partidos. Aquí tuvieron que hacerlo. Una semana después, España es campeona de Europa de baloncesto. Con el cambio de deporte, del fútbol al baloncesto, resulta que estos sí son campeones de septiembre. Brutal, chicos, brutal. Vaya aplastamiento, qué superioridad, menuda paliza. Enhorabuena.


Como amante del deporte y como periodista, no puedo dejar de comentar la portada que hoy presenta el diario AS. No soy capaz de entenderla desde ninguna de las dos vertientes. Sin ser un apasionado del baloncesto, que no lo soy, no sé como un periódico deportivo español no es capaz de dedicar su portada al último éxito la mejor generación de la Historia de esta disciplina. Sin ser el mejor periodista del mundo, que no lo soy ni de lejos, no sé qué le puede pasar por la cabeza al director de un periódico deportivo para, ante un éxito deportivo tan grande como el de la selección española de baloncesto, dedicar la portada a una insulsa y aburrida victoria del Real Madrid de fútbol en la jornada tres de Liga. Claro que estamos hablando de un periódico que el día en que murió el capitán del Espanyol, Dani Jarque, centró su portada en que los compañeros de Raúl alucinaban con su estado de forma. Notición donde los haya. Lo que hubiera dado por estas en las reuniones en las que se decidieron los contenidos de esas dos portadas. Lo que me hubiera reído con los argumentos para defender las portadas que finalmente vieron la luz.

lunes, septiembre 14, 2009

"No te quedes cerca de un edificio alto contra el que se haya chocado un avión"

No sabía que en el 11-S había muerto un periodista. Ahora, con los anuales recuerdos de aquella tragedia, he llegado hasta la historia de Bill Biggart. Esta imagen que encabeza la entrada es una de las fotos que tomó en aquella mañana de septiembre de 2001, antes de que se desplomara la primera de las dos torres y antes de que la caída de la segunda se le llevara por delante. Supongo que su vida sería como la de las más de tres mil personas que murieron entonces. Supongo que cualquiera de los que allí perdieron la vida podría contarme lo más bonito de su existencia, su profesión, su familia o sus pasiones. Pero el caso de Bill (hasta me tomo la licencia de llamarle Bill) me ha emocionado. Quizá sea porque el 11-S me llegó bastante, porque Nueva York es MI ciudad de siempre o por una especie de corporativismo periodístico que me hace sentirme cerca de quienes adoran esta profesión hasta el extremo de jugarse la vida. No lo sé.

En la web, hay una frase de Wendy Doremus, viuda de Bill. "Estoy segura de que si Bill hubiera vuelto a casa al final de aquel día, nos hubiera contado muchas historias, como siempre hacía. Y si le hubiéramos preguntado como había sido realmente aquello, nos habría dicho 'Sigue mi consejo, no te quede cerca de un edificio alto contra el que se haya chocado un avión'". Y leyendo esa frase se me ha puesto la piel de gallina. Igual que mientras iba avanzando por la galería de las fotos que tomó aquella mañana (que se pudieron rescatar de la memoria de su cámara digital), viendo como pasaban los segundos, esperando llegar a su última foto. Vas viendo cómo se iba acercando a las Torres, cómo se metió en el centro de la noticia. Y cuando llegas al final y regresas al principio te vuelve a impresionar su cámara, cómo quedó el aparato que rescataron junto a su cuerpo sin vida. Destrozada. Como su vida y la de los suyos.

lunes, septiembre 07, 2009

Feliz centenario, Real

Por el gol de Zamora que valió una Liga, tras el peor tiro pero el mejor pase de Górriz.

Por las gradas de El Molinón repletas de realistas felices.

Por ser un equipo campeón antes incluso de nacer, por el Club Ciclista.
Por el cerrojo y la WM del gran Benito Díaz.

Por los tres Zamoras consecutivos de Arconada, sus medias blancas y sus paradas imposibles.

Por el ascenso de Puertollano, con el gol de un chaval debutante y una promesa truncada de no volver nunca a Segunda.

Por 40 años seguidos de alegrías y penas en Primera Divisón.

Por el 14-2 al Valladolid de la temporada 40-41 y el 0-5 al Oviedo de la 97-98.

Por ganar todos los partidos en Atotxa de la temporada 48-49.

Por la épica final de Copa de 1928 y la contraoda de Gabriel Celaya al poema culé de Rafael Alberti.

Por la imagen de Kortabarria e Iribar portando la prohibida ikurriña.

Por el inmortal encanto de Atotxa, sus cohetes, su marcador simultáneo y la cercanía del césped.

Por la final de Copa de Europa que merecimos y que nos arrebató un gol alemán en fuera de juego.

Por extranjeros como Aldridge, Darko, Kodro, Karpin, Océano..., que siempre fueron como de casa.

Por el equipo ascensor, ese que tan pronto bajaba a Segunda como subía a Primera.

Por los 162 goles que Satrústegui celebró siempre con el puño en alto.

Por Zubieta, surtidor inagotable de una cantera única, y todos los que jugaron allí soñando con llegar al primer equipo.

Por Javier Expósito, José María Echaniz, Carmelo Amas y tantos otros que han construido chavales campeones.

Por el descenso a Tercera que evitó la Guerra Civil.

Por los 77 goles marcados en la Liga 50-51.

Por Aitor Zabaleta, siempre en el recuerdo.

Por las incontables batallas ante el Real Madrid, por el 4-2 de 2003, por el 0-4 de 1988 y el 4-0 que valió la Supercopa de 1982.

Por la modernidad de Anoeta, aunque sus pistas de atletismo enfríen el ambiente.

Por los 42 realistas que fueron llamados para la selección española.

Por Alberto Ormaetxea, el campeón humilde, el hombre que nos llevó a la gloria eterna.

Por el 5-0 al Athletic. Por los dos, el de los años 70 y el de los 90.

Por los 599 partidos de Górriz, que debieron ser 600.

Por la primera Real que pudo ser campeona, la de 1931, que no lo fue por la diferencia de goles.

Por la Copa de La Romareda, por sus penaltis, por el “No pasa nada, tenemos a Arconada”.

Por escuchar en Anoeta el himno de la Champions, por el gol de Kovacevic en el debut, por el de De Paula que nos metió entre los 16 mejores.

Por aquellas 32 jornadas imbatido que no tuvieron el merecido premio de la Liga.

Por Paco Bienzobas, el único realista que fue máximo goleador de una Liga, de la primera.

Por la remontada, tan gloriosa como inacabada, ante el Inter.

Por no dejar que el título logrado en Gijón fuera flor de un día, por ser bicampeones de Liga.

Por Toshack, el cabrón simpático que más ha querido a la Real.

Por todas las finales de Copa que nos ganó el Barça, por las tardes tristes de Sevilla, Vigo o Valencia.

Por los tres campeonatos de invierno, ninguno de ellos con el sabor final de la victoria.

Por los 25 goles de Kodro que ningún otro realista ha logrado marcar en una sola Liga.

Por Mariano Arrate, el primer gran capitán.

Por Górriz, Larrañaga, Zamora, Arconada, Gajate, López Ufarte y Bakero, los únicos que ganaron todos los títulos.

Por José Luis Orbegozo, Luis Uranga y todos los que aportaron grandeza desde las oficinas.

Por las decenas de entrenadores y centenares de jugadores que han vestido la camiseta txuri urdin, por todos ellos sin excepción.

Por miles de partidos y goles, por formar parte de nuestras vidas, por grandes momentos de emoción, por risas y llantos, alegrías y penas, momentos inolvidables, jugadores que se nos quedan en la retina, gestos que aplaudimos a rabiar, viajes agotadores sólo por ver once camisetas de blanco y azul, fútbol y más fútbol, sentimientos a flor de piel. Por todo ello, feliz centenario, Real; feliz centenario, realistas. Hoy cumplimos cien años. Hoy, como siempre, somos grandes. En Primera o en Preferente, con la Real hasta la muerte.


sábado, septiembre 05, 2009

Los mejores del mundo

Ricardo Costa es el secretario general del PP valenciano. Para el común de los mortales, para los que no vivan por la zona de Levante o para quienes no tengan demasiado interés en el mundo de la política, es un nombre que podrá sonar sobre todo porque fue imputado junto al presidente de la Generalitat Valenciana, Francisco Camps, por el asuntillo de los trajes. Para mí, desde hoy, es el autor de una comparación mítica. Le han preguntado en los Informativos de La Sexta que con qué personaje compararía al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y a sus dos jefes, Mariano Rajoy y el propio Camps. Al primero, como no podía ser menos, le ha buscado un villano. Y ha escogido a Gargamel, el de los Pitufos. Para referirse a los otros dos, Costa se ha metido en el mundo del cómic (¿será aficionado a los superhéroes?) y se ha acordado de un título muy concreto (reeditado hace poco), Los mejores del mundo, una historia protagonizada por Batman y Superman. Eso sí, ha dejado a criterio del entrevistador decidir quién sería cada uno.

Y yo, que además de un apasionado de los superhéroes soy un tipo curioso donde los haya, he dedicado unos minutos de mi tiempo (tampoco demasiados, no os vayáis a pensar...) a buscar razones para decidir quién de los dos podría ser Superman y quién Batman. Y he decidido que Mariano Rajoy tendría que ser el héroe de Metrópolis y Francisco Camps el de Gotham City. ¿Por qué? Tengo que confesar que Camps me parece más siniestro que Rajoy, así que le pega mejor eso de ser un Caballero Oscuro. Ese es, sin duda, el principal motivo de mi elección. Que, con cierta ironía, haya quien califique a Superman de boy scout también me ha hecho relacionarle con Rajoy, aunque los motivos para encasillar ahí al Hombre de Acero y al Líder de la Oposición (se lo pongo también en mayúsculas no se nos vaya a enfadar...) sean bien distintos, claro está.

Otro motivo de peso para la elección es que Batman es millonario y, sin duda, se paga sus trajes. Las facturas no son un problema para él, porque de eso se encarga su mayordomo, Alfred (desconozco si Camps tiene un empleado así en su casa). Además, Superman no puede tener problemas de alopecia. Lo de la barba habría que meditarlo, pero a lo largo de las siete décadas que llevamos viendo tanto a Superman como a Batman, el primero sí ha lucido barba en alguna historia mientras que el segundo apenas ha permanecido sin afeitarse un par de días, nunca como para lograr el aspecto de Rajoy. Camps, como Bruce Wayne, ha construído al superhéroe sin superpoderes. Rajoy, como Superman, parece obvio que proviene de otro planeta, aunque Superman es un ídolo de masas y el líder del PP se siente perseguido. No importa, en la serie de animación de los 90 hay una historia en la que un conquistador galáctico, Darkseid, le lava el cerebro y le envía a destruir la Tierra. Entonces todo el mundo le odia, le persigue y quiere acabar con él, a pesar de todas las buenas acciones que ha hecho por nosotros.

Batman tiene un antagonista local preferente, el Joker (no soy capaz de resistirme a trazar una analogía entre éste y Zaplana...). Rajoy, en cambio, está orientado a salvar el mundo de cualquier peligro, venga del Gobierno socialista que venga (¿Zapatero como Lex Luthor...? Algo forzado, pero podría valer desde su punto de vista...). Y ya que hablamos de secundarios, estos dejan bien claro que Rajoy tiene que ser Superman y Camps Batman. María Dolores de Cospedal encaja como Wonder Woman, esa amazona que durante mucho tiempo parece que está loca por Superman pero que nunca acaba con él (la secretaria general del PP se casa con otro, así que...) y Soraya Sáenz de Santamaría, por aquello de que en su día se la consideró la niña del debate de Rajoy, puede ser Supergirl, aunque me da que no le gustan mucho las minifaldas ni las botas altas. Por el otro lado, Costa encaja como un perfecto Robin. Pensar en Rita Barberá como Catwoman ya exige algo más de esfuerzo, pero todo es posible en el mundo de los superhéroes del PP...

miércoles, septiembre 02, 2009

Me he quedado sin palabras

Llevo tanto tiempo queriendo hablar de la que se ha montado con la gripe A que en realidad ya no sé ni qué decir ni cómo decirlo. Estoy tan alucinado con la atención mediática que ha suscitado un virus que, dicen los expertos, tiene menor incidencia que la gripe estacional, que no tengo palabras para explicarlo. No salgo de mi asombro, de verdad. ¿Alguna vez habéis visto en un informativo que hable de los muertos por gripe? Porque esto es como las meigas y haberlos, haylos. Parece que una vez hemos sobrepasado la veintena de muertes por gripe A vamos a dejar de contarlos. Ya no va a ser "la vigésimoséptima". Ya es "la última". Esa última además suele ser un tipo con múltiples dolencias. Pero se da a entender que ha sido sólo la gripe A. Y menos mal que hemos desaterrado esos mapas de España con los fallecidos por comunidad autónoma, que ya veía yo un conflicto entre Murcia y La Rioja como en una de ellas se muriera una sola persona más.

De verdad, me he quedado sin palabras. Porque si las tuvieras, tendría que hablar de un fracaso más del periodismo, que ha provocado histeria en lugar de informar. Que se ha convertido en un ejemplo más de cómo los medios no saben calibrar la importancia de un asunto global ni el tratamiento que debían darle. Que no ha contribuido a que la gente sepa más sino todo lo contrario. Que se ha movido más por el morbo y por el sensacionalismo que por el servicio público. Ahora, unos cuantos meses después de que oyéramos hablar por primera vez de la gripe A, parece que los medios están reaccionando. Ahora ya salen mujeres embarazadas que han pasado el virus y están perfectamente y opiniones de médicos que creen que la cosa no es para tanto. Incluso alguno apunta para la reflexión que habría que ver a quién le interesa una situación de histeria con respecto a la gripe A. A los laboratios sin duda. ¿A la prensa? Me temo que por este lado es una cuestión más de incompetencia que de mala fe para vender periódicos. Yo, por si acaso, me quedo sin palabras. No vaya a ser que contraiga la gripe A.