martes, julio 28, 2009

Como los monos

A veces dan ganas de comportarse como estos monos. No ver, oír, hablar ni, ya que estamos, oler. Porque si a uno le da por ver, oír, hablar y oler lo que le rodea dan ganas de decir demasiadas cosas. Y se acumulan sin que haya forma de ordenarlas en un mundo en el que pensar mal parece mucho más gratificante y productivo que dar a la gente el beneficio de la duda. Así nacen los dobles y triples raseros. Así nace la injusticia en la crítica. Así nace la falta de credibilidad de unos y otros cuando hablan y actúan. ¿Que a qué viene esto? El origen está, como casi siempre, en todo lo que rodea a nuestros queridos políticos, esos a los que he seguido durante tantos años por sincero interés y ocupación profesional, y que cada día que pasa me dejan más perplejo.

El otro día, en una conversación sobre este tema, proclamé que no me identifico con nada ni con nadie. No sé si alguna vez lo he hecho, pero ahora mismo desde luego que no estoy en ese punto. Me negaron el argumento, me dijeron que sí tomo partido. Lógicamente, ahí les di la razón, pero el matiz está en las razones. No tomo partido por afinidad. Tomo partido por rechazo al otro. No soy socialista, aunque vote socialista. Tampoco soy comunista. Ni mucho menos conservador o progresista. Ni soy monárquico ni republicano. No tengo identificación política alguna porque nada ni nadie es capaz de moverme a tener esa identificación plena con unas ideas, un grupo o, siquiera, un personaje de este mundo. Estoy en crisis política.

Y en esto que sale la encuenta del CIS y me doy cuenta, parcialmente, de que no estoy solo. La confianza en los políticos está por los suelos, pero los interesados no van a darle importancia porque ya tienen su silla y el objetivo es mantenerla por el mayor espacio de tiempo. Nada más. Me parece de lo más razonable que el PSOE pierda apoyo electoral. Por muchas razones. Hablan de la crisis económica. Será eso. Me parece de lo más extraño que el PP no lo pierda. Y aquí es donde sí tomo partido porque no doy crédito a lo que pasa. No hay límite para la corrupción política, que a estos no les afecta lo más mínimo en las encuestas. No hay límite para la inacción, y poco importa saltarse lo que se exige a los demás o lo que tienen por escrito para exigir a los suyos. No hay límite para escuchar lecciones morales a los demás pero nunca para uno mismo. Y no lo entiendo. De verdad que no lo entiendo.

Entiendo perfectamente que la ministra peor valorada sea la de Cultura. Solía pensar que ese puesto lo ocupaba normalmente el miembro del Consejo de Ministros menos conocido, pero con ella se rompe la norma, porque la ministra de Cultura se ha dado a conocer precisamente donde mayor difusión encuentran las críticas: Internet. Entiendo que todos los ministros suspendan (bueno, en realidad no; sigo pensando que Rubalcaba es el mejor con diferencia y no hay más que mirar los logros en sus competencias, empezando por la lucha antiterrorista, para ser algo más indulgentes con él). Entiendo que suspendan todos los líderes de los partidos, porque no hay liderazgos de ninguna clase, no hay nombres que vayan a perdurar en los libros de Historia más que por el cargo que ocupan, ni tampoco hay alternativas a lo que hay.

Pero hay algo que no entiendo y que no conseguiré entender nunca. Lo que no entiendo es que los españoles vayan a colocar como presidente del Gobierno a alguien en quien no confían lo más mínimo. Si la crisis económica no se soluciona antes de las elecciones generales previstas para 2012, lo previsible es que haya cambio en La Moncloa. Más vale que nos vayamos haciendo a la idea, por si acaso. Y entonces España tendrá como presidente del Gobierno a alguien en quien no confía nadie, ni siquiera quienes le van a votar ni quienes le han votado en anteriores ocasiones. Eso lo dicen las encuestas, no yo. España tendrá como presidente a un político que para solucionar los problemas de su partido todo lo que ha hecho es esperar a que se calle quien los denunciaba. Huídas hacia adelante. Nada más. Y mucha lección de dignidad y ética a los demás, claro. Pero cuando toca hablar de lo mío, entonces no respondo preguntas. Madera de presidente, desde luego. Eso sí lo digo yo. Lo último con ironía, claro.

¿Esto es todo lo que puede ofrecernos la política? ¿Escándalos de corrupción más o menos publicitados y creídos según quién los protagonice? ¿Líderes en los que no confía nadie? ¿Titulares vacíos de contenido? ¿Nula capacidad de gestión? ¿Oportunismo político para ofrecer reformas sobre casos concretos pero nunca con un modelo serio y sosegado? ¿Doble rasero para todo? ¿Unos medios de comunicación que han desistido de la labor de vigilar al poder para dedicarse a vigilar sólo al contrario... y a veces ni eso? ¿El deseo de mantenerse en la silla por encima de los problemas de los ciudadanos? ¿Aprovecharse de la posición política para conseguir, en el extremo más indigno dinero ilegal y en el más liviano pero igualmente grave (aunque nadie lo diga) viajes a Francia para ver el final del Tour con la excusa más peregrina? Si está viva la política, que hable. Que hable ya o no sé si va a quedar alguien para escuchar...

jueves, julio 23, 2009

"¿Tu sonríes siempre?"

- Debiste reírte. Cuando la broma de las pancartas. Habías estado fenomenal. Sí, todo iba bien, podías haberte hecho con ellos si te hubiera reído.
- No me hizo gracia.
- Esa no es la única razón para reírse. Eres muy puritana.
- No es verdad.
- No tienes sentido del humor.
- Pues mi familia dice que soy graciosísima.
- Porque estás siempre enfadada.
- No lo estoy siempre, lo que pasa es que no le veo la punta a vuestra bromas. Yo nunca he pertenecido a una de esas pandillas o lo que sea, que es donde seguramente inventáis todos vuestros chistes.
- Sí, somos unos brutos.
- ¿Puedo hacerte una pregunta indiscreta?
- Sí.
- ¿Tú sonríes siempre?
(Se pone muy serio) - No. (Se empieza a reír y hace que ella se ría) No... No... No...
- Por algo que empieza (brinda).
- Por algo que termina.
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Tal como éramos (Robert Redford, 1973)
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Es una buena pregunta, sí. ¿Tú sonríes siempre? ¿Hay alguien que sonría siempre? Es más, ¿es posible sonreír siempre? Seguramente no. Pero también es más que seguro que basta con el intento. Porque sí, hay gente así, que intenta sonreír siempre. Son pocos, no son fáciles de encontrar y muchas veces chocan contra el muro de la seriedad ajena. A veces no consiguen sonreír siempre, claro, pero lo intentan. Y así comienza siempre una cadena de sonrisas. Porque, como le pasa a la "puritana" Barbra Streisand con Robert Redford, es imposible no sonreír cuando alguien te sonríe.
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Dicen que la risa tiene múltiples beneficios para la salud. Que potencia la imaginación y la creatividad. Que pone en movimiento hasta 400 músculos de nuestro cuerpo. Que actúa como masaje. Que nos oxigena. Pero sobre todo dicen que inmuniza contra la depresión y la angustia. Que sirve para combatir el dolor y que ayuda a ser felices. Eso es la risa. Entre la risa y la sonrisa, yo casi que prefiero la sonrisa. Es más sutil, más interesante. Suele ser más espontánea, más sincera. Pero las dos son geniales, sí, ya lo creo...

domingo, julio 19, 2009

Eso es lo que yo quería

Leyendo el artículo que Antonio Caño escribe en El País sobre la muerte de Walter Cronkite recuerdo que eso era lo que yo quería, lo que admiraba, lo que me hacía soñar. "Cronkite era al periodismo lo que los Beatles a la música o Clark Gable al cine, el símbolo de una edad dorada, el emblema de aquellos tiempos en los que la televisión unía, descubría y nos colmaba de felicidad, y en los que el periodismo era un asunto serio, que contaba cosas serias a un público inteligente y confiado, en una comunión perfecta en sociedades que parecían progresar sin límite", escribe.

Y continúa: "La receta del éxito para el periodismo, entonces, era muy sencilla. Bastaba con contar lo que ocurría, limpiamente, ordenadamente, rigurosamente. Cronkite condensó esa fórmula en la famosa frase de cierre de su informativo: 'Y así es como han sido las cosas'. Presumía de no haber añadido nunca un comentario personal ni una opinión del más mínimo sesgo. Conocía su influencia, sabía que se le llamaba el hombre más confiable de América y medía sus palabras con la profesionalidad y el tacto de un cirujano".

Eso era lo que yo quería. Eso. Exactamente eso. Cuando ahora releo su frase, su "y así es como han sido las cosas" (que no quería decir en las ocasiones en las que finalizaba su programa con algún comentario de opinión; ¡me quito el sombrero ante esa sensibilidad y esa profesionalidad!), recuerdo otra. Parecida. Seguro que inspirada en aquella. Pero que despertaba en mí un sentimiento contrario. "Así son las cosas, y así se las hemos contado", decía Ernesto Sáenz de Buruaga cuando era director de Informativos de Televisión Española. Y siempre tuve la sensación de que el "así" de la primera parte del enunciado y el "así" del segundo no se referían a lo mismo.

Esa sensación no sólo ha ido creciendo con los años, sino que se ha acentuado. Walter Cronkite nunca quiso dedicarse a la política a pesar de que su trabajo era creíble para la gente (argumentaba que, si diera el salto a la política, tendría que mentir). Ni tampoco quiso decir jamás a qué partido votaba, a cuál respaldaba. Él se dedicaba a informar. No creo que sea imprescindible ocultar las filias y las fobias políticas, pero es admirable que alguien lo hiciera de esta forma. Hoy, en cambio, es el pensamiento ideológico propio lo que marca el trabajo como informador. Y eso, lo contrario de lo que hacía Cronkite, es triste.

Walter Cronkite, que estuve 65 años casado con la misma mujer (hasta en eso despierta mi admiración en este mundo tan insensible que tenemos a veces), murió hace dos días. Aquí en España hay muchos medios que no dieron la noticia o que la relegaron a un lugar poco privilegiado de sus escaletas o de sus páginas. Eso lo dice todo sobre el estado del periodismo. Este hombre debiera ser asignatura obligatoria y, por desgracia, demasiada gente ni siquiera sabía quién era. Y lo que él era, lo que él representaba era y es lo que yo quería.

miércoles, julio 15, 2009

Sobre la muerte

Llevo tiempo pensando que una muerte en directo era lo que le faltaba a la televisión moderna, y lo dije hace muy poco. Los festejos de San Fermín de este año me han dado la razón. Por desgracia. Ya hemos visto una muerte en directo. Y repetida. Y a cámara lenta. Y en primer plano. La muerte y la agonía. ¿Será el siguiente paso para la televisión una muerte programada con antelación? No lo entiendo y no lo entenderé nunca. Como no entiendo muchas de las reacciones que suscitan las muertes populares que se producen. No, no estoy hablando del fervor que ha levantado Michael Jackson tras dejar esta vida. Porque eso sí lo entiendo. Entiendo que si una persona, un artista o un lo que sea te aporta algo en tu vida, en su muerte es cuando se han de poner las cosas en la balanza definitiva (ese es también un trabajo que hay que hacer cuando el sujeto pueda saber lo que de verdad piensas de él) y decidir cómo has de agradecer lo que te han dado.

Lo que no entiendo es qué eleva una muerte a noticia. No sé por qué tanto interés en las muertes por gripe A cuando las muertes por gripe normal (o cualquier otra enfermedad, o en cualquier lugar del mundo de esos a los que no les dedicamos ni una triste mirada a pesar de que mueran personas a miles por enfermedades a las que el mundo civilizado ya no da importancia) jamás han tenido ni tendrán el menor interés informativo. No entiendo que sólo una muerte lleve al centro de interés un caso de negligencia médica, porque esa, precisamente esa negligencia será la única que ya no se pueda resolver, y las que se producen en el futuro quedarán en el más absoluto de los silencios y, por tanto, sin que nadie busque soluciones a los problemas. No entiendo la hipocresía mediática y social con la violencia de ficción cuando nadie pone el grito en el cielo al ver una muerte en directo. No entiendo por qué es necesario conocer todos los detalles de la vida de alguien que muere en un encierro y ver el sufrimiento de sus familiares y, en cambio, no conocemos las de otros muertos anónimos como los que mueren en accidentes de tráfico.

O, mejor aún, de aquellos que mueren en accidentes laborales. Hace poco vimos a un hombre que había perdido el brazo trabajando en una panificadora. Eso sí fue noticia, mientras que de los muertos en accidente laboral (muchas veces por la irresponsabilidad y la negligencia de quien puede ganar más dinero ahorrando en medidas de seguridad) sólo tenemos noticia en grupo, con las cifras de cuantos mueren a lo largo de un año. Nunca nombres apellidos, nunca sus vidas, nunca sus huérfanos, no, sólo la fría cifra. ¿Es por el morbo? ¿Si hubiera muerto aquel inmigrante de la panificadora entonces sí habría dado el salto a la primera plana? Seguramente no, es triste decirlo, pero es lo que nos dicta la experiencia. Porque, por ejemplo, tampoco nos acordamos de las misiones en el extranjero del ejército español salvo cuando hay muertes. Antes no hay debate, no hay interés, no hay nada. Pero cuando hay una baja... Cuando hay una baja, entonces y sólo entonces todos queremos saberlo todo sobre esa misión.

A veces parece que hay interés en la muerte. No en poner soluciones para que la muerte sea algo evitable. No en abrir debates serios. No en pensar cómo se pueden evitar muertes que tienen solución. En la propia muerte. ¿Para regodearnos en el morbo? ¿Sólo para eso?

viernes, julio 10, 2009

Reventando películas

No soporto reventar ni que me revienten películas. No creo que saber lo que va a ocurrir en un filme sea algo definitivo para evaluar su calidad (por ejemplo, cada vez que veo El sexto sentido me parece mejor película... aunque ya sepa la sorpresa final), pero si los responsables del producto se han guardado alguna sorpresa para buscar una sensación determinada en el espectador, ¿quién soy yo para reventarle eso a nadie? Y lo que es aún más importante para un servidor: ¿quién es nadie para reventármelo a mí? Pues casi todo el mundo lo hace. Y no, no hablo de esa conversación casual en la que a alguien se le escapa el final de la película de la que estamos hablando justo antes de preguntar "porque todos la hemos visto, ¿verdad?". No, hablo del premeditado arte de revelar datos esenciales de un filme aún a sabiendas de que se está haciendo. Un arte que lo único que consigue es robar momentos especiales para quienes saboreamos cada película, cada pase, cada visita a una sala de cine. ¿Por qué lo hacen? Ni idea.

Todavía recuerdo a un tipo que conocí una vez (y vi, afortunadamente, sólo esa vez) hace ya unos cuantos años. Según pasábamos por delante de un cine en el que proyectaban Seven, el individuo se puso a gritar "lo que hay en la caja es..."... y ahí lo dejo por si alguien todavía no ha visto Seven. Más de uno puso cara de querer reventarle la idem al chaval, y yo miraba para otro lado como si no le conociera. Este tipo estaba muy orgulloso de sí mismo, por haberse convertido en una versión pretendidamente malévola (insisto, ¿por qué?) del Homer Simpson que en un episodio rememoraba su juventud y cómo toda una cola de espectadores ávidos de ver El Imperio contraataca se enfadaba con él al revelar el secreto mejor guardado de la cinta de George Lucas. Sí, hay gente que se enorgullece de ser aún más descerebrado que Homer Simpson, así es el mundo que nos rodea...

A veces, los propios trailers de una película son demasiado reveladores (¡gracias, Spielberg, por no incluir a los dinosaurios en el avance de Parque Jurásico y dejarme la inolvidable sensación de verlos por primera vez en pantalla grande!). Y por descontado, si en televisión hablan de una película es importante revelar su final. No sé cuántas veces me han contado en la caja tonta cómo acaba El planeta de los simios (¡recuerdo hasta un anuncio de telefonía que se basaba en dicho final!), y ahora me viene a la cabeza un reportaje que emitieron en los Informativos de La Sexta en los que nos contaban cuántas veces moría cada actor y en qué película, con lo que creo que destriparon del orden de una docena de películas en apenas un minuto. Memorable y meritorio esfuerzo, sin duda. Recuerdo que muchos decidieron poner la última escena de Paul Newman en la gran pantalla cuando el mítico actor nos dejó. En ese momento, ya no sé si lloraba por la pérdida o por la insensatez de quien decidió reventar el desenlace de su última interpretación.

Y aunque todo esto es, como poco, impresionante, hay un terreno donde se supera todo: los CDs de las bandas sonoras. Si cogéis el disco con la música de la nueva película de Harry Potter, El misterio del príncipe (que para ahondar en la tragedia revientapelículas todavía no se ha estrenado) y llegáis al corte 26, os daréis cuenta de que su título es The killing of -------, y ahí lo dejo para no caer es eso mismo que tanta rabia me da. La palma, en todo caso, se la lleva el CD de Presunto inocente. La película es una intriga sobre un asesinato que se le cuelga al bueno (en realidad no tan bueno en esta película) de Harrison Ford. Él dice que es inocente, pero, como la víctima es su amante, las pruebas apuntan hacia él. Cuando uno escucha el disco, y llega al último corte de la película, excepción hecha de los créditos finales, se da cuenta de que su título es -------'s confession. ¡Nos adelantan nada más y nada menos que la identidad del asesino que confiesa al final, reventando el motivo por el que quieren que estemos dos horas delante de la pantalla!

¿Tan difícil es hablar de una película sin tener que revelar algo esencial del argumento...?

miércoles, julio 08, 2009

Hablando de anchoas

Pues sí, aquí estamos. Hablando de anchoas. Yo no sé si es que este país se ha vuelto loco, si lo ha estado siempre o si el loco soy yo, pero me resito a creer que la palabra más repetida en los informativos de hoy y en las declaraciones de nuestros políticos sea esa: "anchoas". Y todo por una ocurrencia que si la hubiera dicho un amiguete en el bar podría ser hasta graciosa, pero que si sale de la boca de un dirigente político lo único que debiera provocar es la constatación de la incapacidad de esa persona para ejercer un cargo público. Porque, señoras y señores, me temo que no es una inocentada, sino que ha sucedido de verdad: la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, ha propuesto públicamente reformar el Código Penal para perseguir al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, por recibir dos botes de anchoas del presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla. Para "poner las cosas claras", dice.

Las cosas claras. Vale, pues pongamos las cosas claras. Hay que decir muy claramente que lo que es perseguible es que un político acepte regalos a cambio de favores. Ya que Rita Barberá menciona las anchoas, espero que cite a continuación los privilegios ilegales de los que gozan Revilla o Cantabria gracias a esos botes de anchoas. Hay que decir muy claramente que esos botes de anchoas los han recibido otras muchas personas, como ha dicho el propio Revilla los ha recibido hasta Francisco Camps. Supongo que eso no moverá a Rita Barberá a reclamar públicamente una ampliación de la investigación al presidente de la Comunidad Valenciana. También hay que decir muy claramente que la investigación a un presidente autonómico no es surrealista, ridículo ni alocado, como he oído decir desde las filas populares con respecto al proceso contra Camps. Es legal y necesario, es una demostración del funcionamiento del Estado de Derecho, porque nadie está por encima de la Ley.

Vamos a seguir diciendo cosas claras. No seré yo quien pida la dimisión de Camps, pero sí hay que decir claramente que el PP está incumpliendo con el presidente valenciano (y, ya que estamos, con su tesorero, Luis Bárcenas) el código ético que aprobó hace unos cuantos años y que habla de suspensiones de militancia para aquellos cargos de su partido perseguidos por la Justicia. También hay que decir claramente que Mariano Rajoy se esconde de la prensa y de los ciudadanos (incluso de sus ciudadanos, aquellos que le dieron su voto y que parece que no le exigen las explicaciones a las que tienen derecho) para no hablar de estos temas, perdiendo la elocuencia que exhibe cada vez que se trata de atizar a un socialista (culpable o inocente, qué más dará). Y con el mismo nivel de claridad hay que decir que la presunción de inocencia es para todo el mundo (no sólo para el PP) y que los tiempos de la política (y la asunción de responsabilidades) no tienen nada que ver con los tiempos de la justicia (y el cumplimiento de penas).

Porque, claro, está muy bien eso de pensar en anchoas, pero parece que no se dicen muchas cosas con la suficiente claridad. Y con la misma claridad que pide Rita Barberá, me limito a recordar que Mariano Fernández Bermejo no cometió delito alguno, pero dimitió (¿conocen ese verbo en la calle Génova; es fácil y regular: yo dimito, tú dimites, él dimite...) como ministro de Justicia. Que todavía no hay condena alguna contra Alberto Saiz, pero presentó su renuncia al cargo de presidente del Centro Nacional de Inteligencia. Y que el juez Garzón, por muchas veces que Rajoy le llame "socialista" pretendiendo restarle valor a su trabajo y por acertado o equivocado que sea éste, no cometió ninguna irregularidad en la dichosa cacería, ni con su viaje a Estados Unidos, ni mucho menos investigando una trama criminal asociada a un partido político. Por mucho que sea el PP. Para ninguno de los tres hubo presunción de inocencia. Las hemerotecas están llenas de ejemplos.

Lo de las anchoas, como buena parte de lo anterior, es lo que provoca que la política sea hoy una actividad tan desprestigiada entre los ciudadanos, lo que lleva a la gente a pensar que los políticos son todos iguales y lo que hace que en los días de elecciones muchos se queden cómodamente en sus casas. No sé si he sido lo suficientemente claro para Rita Barberá.

lunes, julio 06, 2009

Mujer que piensa...

Hace ya bastante tiempo que me topé por mi barrio con esta pintada y captó mi atención de inmediato. La mayoría de las pintadas que veo por mi entorno suelen ser firmas de sus autores más o menos comprensibles por los suyos, y no mensajes. Por eso me intrigó leer un mensaje. Y luego me impactó leer ese mensaje concreto. "Mujer que piensa, mujer violenta". Por más vueltas que le doy, no soy capaz de encontrarle lógica alguna ni consigo ponerme en la piel de la persona que escribió esa frase en una pared. No logro entender qué vivencia, idea o comportamiento ha llevado al autor a proclamar en público (pero de forma anónima) esta sentencia. Es más, es que, y aún cuando el camino fácil es pensar que el autor es un hombre, ni siquiera me atrevería a descartar que no haya precisamente una mujer detrás de ese despiadado juicio hacia las féminas pensantes.

También es posible que aquí esté yo, estrujándome las neuronas, y en realidad no haya nada detrás de la pintada. A lo mejor es sólo una frase que le pareció más o menos graciosa a la persona que la escribió. A lo mejor era uno de entre un grupo de chavales de botellón que culminó así un juego dialéctico que puede que ni ellos mismos entendieran. O a lo mejor es la justificación que un pobre hombre quiso proclamar al mundo para dar apariencia de normalidad precisamente a eso, a la violencia que puede que él mismo ejerza sobre alguien cercana pensando que está obrando correctamente. La única certeza que tengo ahora mismo sobre esa pintada (y es más una sensación de certeza que una certeza en sí misma) es que el autor de esta pintada no estaría dispuesto a sentarse conmigo y debatir acerca de la idea que quiso inmortalizar sobre una pared y que a día de hoy nadie ha querido borrar.

jueves, julio 02, 2009

Vaguería política

Si hay algo que soporte menos que un político haciendo el vago, eso es un político de prestigio haciendo el vago. En el Congreso hay unos cuantos diputados que gozan de ese prestigio (independientemente de lo bien o mal que me caigan a mí) que cobran por acercarse de vez en cuando a pulsar un botón y contribuir así al bloque partidista de forma anónima, sencilla y sin responsabilidad alguna. Desde que se constituyeron las cámaras después de las últimas elecciones generales, hace ya quince meses, hay siete diputados (otros seis que están en la Cámara sólo desde abril de este año se sumarían a esta nefasta lista) que sólo han hecho eso: pulsar un botón.

Ni preguntas, ni iniciativas, ni petición de documentos, ni intervenciones en el pleno o en una comisión. Nada, absolutamente nada. No es que trabajen poco. Es que, aparentemente, no trabajan. Y cobran por ello, ya lo creo que cobran. Entre 4.000 y 6.500 euros, según diversas variables. Cobran por no trabajar. Es una de las vergüenzas de la democracia, y así hay que decirlo. Y decirlo bien alto, porque esta es una de esas noticias que nunca llega al primer plano de la actualidad, una de esas que no llega al ciudadano con la fuerza suficiente. Pensad en el compañero vago que os amarga cada mañana, ese que os lleva a preguntaros como es posible que vuestro jefe le mantenga en su puesto de trabajo aún a sabiendas de que no hace nada. Pues a estos, además, les estamos pagando entre todos y les hemos encomendado con el voto nuestra representación en el poder legislativo.

Más vergonzosa resulta esta práctica porque da la impresión de que en esa posición se colocan tipos con cierto bagaje, gente a la que parece que se le debe algún favor, barato y sencillo de pagar de esta forma. En esa lista están dos ex ministras que pasaron por el Gobierno con su actual presidente: María Antonia Trujillo y Carmen Calvo. El PSOE dice que sus diputados, por lógica, tienen que ser menos activos, puesto que no van a ejercer oposición al Ejecutivo. Así se configura el favor definitivo, puesto que el partido mayoritario siempre tendrá la capacidad de colocar a más personas a las que tenga algo que pagar... a cambio de nada. El sueldo lo paga el Estado, cuando tengan que votar acudirán a su escaño y el resto del tiempo, con una buena nómina bajo el brazo, podrán trabajar en lo que quieran. O en nada, que con 4.000 euros al mes no se vive mal.

Estas dos ex ministras no se encuentran precisamente entre mis políticos favoritos. Mucha más pena me da ver dentro de ese declive político, de ese desperdicio de capital económico y personal (por su presencia o por la ausencia de otra persona con más que aportar) a otras dos socialistas de relevancia: Alfonso Guerra (supongo que todo el mundo, incluso los más jóvenes, conocen a Guerra, pero por si acaso es el del centro en la imagen) y Txiki Benegas (el de la derecha). Es de suponer que el PSOE les está recompensando así por sus años de dedicación. Y así el primero se puede dedicar a sus cosas, a la Presidencia de la Fundación Pablo Iglesias y a sus artículos de opinión, y el segundo a escribir libros, algo que viene haciendo con regularidad desde los años 80. ¿Merece la pena que el Congreso de los Diputados, la institución para la que votamos cada cuatro años, el lugar donde se supone que estamos representados los ciudadanos, se llene de gente que no trabaja? Rotundamente no. Algo tendría que hacerse.

En el caso del PP, uno de los dos diputados que no ha hecho nada en lo que llevamos de legislatura ofrece una lectura diametralmente opuesta. Se trata de Carlos Aragonés (en la imagen, a la izquierda), el principal asesor de José María Aznar durante casi toda su carrera política. Una de las primeras cosas que hizo Mariano Rajoy cuando sucedió a Aznar fue cargarse el puesto que tenía Aragonés en la Ejecutiva del partido. En la crisis de liderazgo que vivió el principal partido de la oposición el año pasado, en vísperas del Congreso en el que finalmente se reelegió a Rajoy, Aragonés fue uno de los más críticos con su líder. Incluso llegó a decir que de su proyecto para el PP sólo se sabía "que Rajoy quiere ser presidente". Pero es diputado, aunque no haga nada, y cobra por ello. ¿Es un pago a su silencio? ¿Se utilizan escaños para comprar complicidades? ¿Es esa realmente la democracia que tenemos? Tiemblo sólo de pensarlo.

He abogado muchas veces por una reforma de la Ley Electoral, imprescindible para revitalizar una política que en España vive momentos complejos, que se enfrenta a una pérdida brutal de ilusión en la ciudadanía, por mucho que los partidos quieran cerrar los ojos ante las muchas evidencias. Si algún valiente se decidiera a hacer esa reforma, éste es uno de los problemas que debiera incluir en la lista de cambios. Basta ya de que el Congreso sea un cementerio de elefantes, un lugar de compra-venta de favores o un sitio donde la gente no vaya a trabajar, sino simplemente a cobrar dinero público que no se gana ni se merece.