jueves, febrero 26, 2009
(In)madurez democrática
La cosa no queda ahí. Dimite el ministro de Justicia. La reacción lógica es que ya era hora, que se lo merecía, que si no se marchaba él hay que echarle. 11-M, Prestige, armas de destrucción masiva inexistentes, huelga general por el decretazo, Gescartera... Todos esos asuntos, acontecidos en las dos legislaturas en las que el PP estuvo en el Gobierno (y eso por no bucear en los años del Gobierno socialista de Felipe González, donde, también es verdad, sí se produjeron dimisiones, incluso la de un vicepresidente), no provocaron la dimisión de ministro alguno. Una cacería en la que no se ha probado (sólo insinuado maliciosamente) la comisión de un delito o una falta sí se ha cobrado la cabeza de un ministro. Bermejo no se va por hacerlo mal (aunque lo pueda haber hecho mal) sino por evitar críticas al Gobierno, por una cuestión de imagen. Es como para pensarlo detenidamente. Pero la cosa sigue adelante. Se publican nombres de personas que podrían estar imputadas. La reacción del PP es... ninguna. Lo que piden para el Gobierno no se lo aplican ellos mismos. Eso lo que demuestra es que la estrategia anterior es equivocada, porque hasta ahora han ignorado la presunción de inocencia.
Durante estos días, lo que hemos vivido es una ceremonia de la confusión. Lo que genera todo esto no es otra cosa que un caso de corrupción. Punto. Todo lo demás es colateral y se saca o se infla de forma interesada. Lo que hemos visto es una sucesión de ataques no a los corruptos, sino a todos los demás: al ministro, al juez, a la prensa, al Gobierno, al PSOE... A la larga eso va a ser la ruina para el PP. Del PSOE de Filesa no quedó títere con cabeza, y lo mismo pasará con ellos si se acaba descubriendo que este caso supone una financiación ilegal del principal partido de la oposición. Si no llega a tanto, en todo caso será obligado depurar responsabilidades y cesar a unas cuantas personas (aunque, quién sabe, hay aguanta Fabra imputado en no sé cuántos casos y reelegido con mayorías absolutas continuas...). Pero la postura del PP de Mariano Rajoy, como en todos los asuntos de cierta trasdencencia que se han producido en los últimos seis años, es el enroque. El 11-M ha sido ETA, España se rompe y ahora hay una conspiración contra el PP. La autocrítica es cada vez más necesaria y no llega.
Pero autocrítica de todos. Porque una vez entendamos que el asunto de fondo, el trascendente, es la investigación de una trama corrupta, hay que atender a otras muchas cosas. Por ejemplo, la continua filtración de datos de un sumario sobre el que pesa secreto. Eso pasa con tanta habitualidad en España que ya ni nos lo planteamos, y es muy grave. Pero, claro, esto también pasa por el frentismo en el que tenemos que instalarnos de forma casi obligtatoria. Lo que hemos vivido en los últimos años es que Garzón era un gran juez cuando actuaba contra la corrupión en el PSOE pero ahora es un prevaricador cuando actúa contra la corrupción en el PP. Escuchar a Rajoy escudarse en que "Garzón es socialista" sólo puede provocar risa y sonrojo a quien desea que todos los corruptos, todos, acaben en la cárcel y pagando por sus demanes. Como en todo, hay una doble vara de medir muy clara y una artificial obligación de posicionarse en un bando. Y no, no tengo por qué defender todo lo que haga Garzón o todo lo que haga el PP. Ambos han cometido errores y por ellos se les evaluará.
Quizá sea esa doble ligereza con la que se valora y con la que se filtran datos lo que provoque que en las informaciones periodísticas se cometan errores tan brutales como los de llegar a difundir (como hizo El País) que el aforado al que iba a imputar Garzón era Esteban González Pons. A eso no hay derecho. No se puede relacionar alegremente un nombre con una trama de corrupción, aunque llegue una rectificación temprana. Constratar noticias empieza a ser algo que no existe (y que ayer mismo llevó también a Europa Press a difundir un accidente de tráfico sin consecuencias de Anxo Quintana, accidente que no se produjo nunca). El periodismo de investigación es necesario. La trama de espionajes en Madrid no se habría descubierto si El País no hubiera levantado la liebre. Y a pesar de que el PP está haciendo lo indecible (como ya hizo con el tamayazo) para retrasar hasta después de las elecciones (¿eso no es influir en el resultado de las urnas?) y desvirtuar la investigación parlamentaria sobre este asunto, sólo nos queda esperar que se llegue a saber la verdad.
La madurez democrática en España no ha llegado todavía. Las dimisiones no se producen por incompetencia o por errores derivados de un mal trabajo, sino por imagen. Las informaciones no se publican por interés público, sino por el de alguien muy concreto. Los partidos políticos no quieren hacer política, sólo defenderse y mantenerse en sus sillas. Todo es tristísimo. ¿Alguien nos puede dar un rayo de esperanza...?
lunes, febrero 23, 2009
Fair Play
Hace ya unos días que vi esta historia y me apetece difundirla. El entrenador del equipo alevín del Sporting de Gijón ordena lanzar un penalti fuera. ¿El motivo? Que el penalti sólo lo ha visto el árbitro. Que el chaval se tropezó, que no había pasado nada irregular. Sabida es mi fobia hacia los árbitros, pero no voy a tirar por ahí (y mira que podría hacerlo, porque si no aciertan ni con alevines, ¿cómo van a hacerlo al máximo nivel...?). Lo que me llama la atención del caso es que el fair play, por mucho que la FIFA obligue a poner ese lema en las camisetas de las selecciones, por mucho que se hable y se defienda, ya no existe. Salvo en pequeños detalles como éste. En los comienzos del siglo XX, cuando el fútbol llegó a España, la imagen de ese chaval del Sporting alevín era incluso corriente en los partidos, que entonces eran amateurs. Cuando un penalti no era y todo el mundo había visto claramente que se había pitado de forma injusta, el balón iba fuera. Así de sencillo.
Hace unos años, en la Premier inglesa (¿dónde si no?), un árbitro señaló un penalti tras una caída de Robbie Fowler ante David Seaman, y el delantero se levantó diciendo que no se había producido infracción alguna. Pese a todo, el árbitro no reculó en su decisión y ordenó lanzar desde los once metros. Fowler lanzó y Seaman lo paró. ¿Falló adrede? Nunca se sabrá. Me gusta pensar que sí, porque un jugador que tiene la valentía suficiente como para decir que no ha sido objeto de penalti no puede irse tan contento a casa marcándolo y aprovechándose de esa injusticia. Sí, ya lo sé, es una ingenuidad por mi parte. Pero es que tengo grabada una jugada de hace un par de años que, por desgracia, no acabó igual. Aduriz, jugador entonces del Athletic de Bilbao, marca un gol de penalti a mi Real Sociedad. La infracción había sido una mano dentro del área. Y esa mano no fue otra que la de Aduriz. Él hizo la trampa, él se aprovechó de ella.
Esa es la realidad del fútbol. Lo que para algunos es picardía, para mí es una trampa. Lo que unos califican de pillería, a mí me parece deleznable. Todo no puede valer. Pero parece que vale. Hoy leo en el diario Marca que en el partido Recreativo-Almería de ayer el portero del equipo visitante, Diego Alves, fingió una lesión para parar el partido en un momento de agobio para su equipo. Si es el guardameta, el juego debe pararse obligatoriamente. El preparador de porteros del equipo almeriense, Mikel Insausti, fue quien impulsó el plan desde la grada comunicándose con un teléfono móvil con el banquillo. El periódico cita incluso un entrecomillado que atribuye a Insausti: "Decidle a Diego que saque al doctor al campo. Ahora es el momento, como hicimos la pasada semana contra el Valladolid".
Todo esto se suma a las trampas con los recogepelotas, que siempre que el equipo local va ganando desaparecen de la banda. A los jugadores que se tiran, dentro y fuera del área (hace no mucho, Luis García, del Espanyol, reconoció abiertamente que en cuanto tiene la oportunidad intenta engañar al árbitro). A los que fingen lesiones. A los que exageran las faltas para forzar tarjetas amarillas y rojas. Cuánto daño le hizo al fútbol un tal Bilardo, que de jugador saltaba al campo con alfileres para pinchar a los contrarios y provocar sus expulsiones y que de entrenador nos dejó aquella perla inolvidable de "al contrario, písalo". Y porque no me pongo a hablar de la compra de partidos, eso que durante tantos años era una verdad aceptada por todos, que el año pasado se reveló en Segunda como una mafia más en este país y que nadie quiere revolver por motivos que se desconocen.
¿Fair play? ¿Dónde? Qué difícil de encontrar en estos días. No imposible, sin duda, pero cada vez más difícil. Hace unos años, en la temporada 2004-2005, el Eibar estaba en condiciones de luchar por el ascenso a Primera. David Silva estaba cedido en el conjunto guipuzcoano por el Valencia. En el minuto 92 del partido que estaban jugando los eibarreses en Lleida, con 1-1 en el marcador, Silva se queda sólo delante del portero gracias a que el lateral que debía cubrirle estaba tendido en el suelo, lesionado. Y en lugar de buscar el tiro a portería, lanza el balón fuera para que atiendan al jugador rival. "Tuve la ocasión porque el lateral, Bruno, no estaba en su sitio, por lo que creo que hice lo correcto. El público entenderá que jamás puedo tirar estando el rival en el suelo", dijo entonces Silva. El Eibar empató aquel partido. Y no subió.
Me diréis que está muy bien lo de apostar por el fair play pero que seguro que si mi equipo marcara un gol aprovechándose de una acción irregular no lo diría tan alto. Puede ser. Pero el trabajo hay que hacerlo desde abajo. Si ya es triste ver a un profesional perjudicar a un compañero con estas artimañas, mucho más ver a chavales pequeños. Hay que enseñarles a que sean sus cualidades deportivas las que marquen la diferencia en un terreno de juego, y no estas acciones innobles. Como en casi todo, es una cuestión de educación. Yo tengo claro que me quedo con Fowler, con Silva y con lo que hizo el entrenador y el jugador alevín del Sporting. Porque eso también es fútbol. Mejor dicho, eso es, sobre todo, la esencia del fútbol. Lo demás es una perversión de un noble deporte que pasa por horas bajas.
sábado, febrero 21, 2009
¿Justicia...?
La huelga se jueces que se ha vivido esta semana forma parte del esperpento patrio que tanto nos gusta. Un poder del Estado en huelga. Inconcebible a todas luces en su planteamiento (como una huelga de diputados o, ya puestos, del Rey...) y absurdo, desde mi punto de vista, por el momento escogido. Muchas de las reivindicaciones que planteaban los jueces están ahora mismo sobre la mesa de diálogo. La huelga es un último recurso ante el bloqueo de un proceso, no un instrumento de la negociación. Como siempre, el perjudicado es el ciudadano. Si la Justicia ya es lenta de por sí, el trastorno que le han hecho a tantísima gente es incalculable. Y lo único que parecen haber conseguido es que se acumulen aún más expedientes en sus mesas. Expedientes que uno supone que tendrán que resolver algún día.
El Consejo General del Poder Judicial se me antoja, cada vez, un organo prescindible. O, al menos, un órgano que tiene que ser revisado desde los cimientos. Me parece inconcebible que el Consejo no tenga previsto hacer absolutamente nada ante una huelga que, según los más optimistas, ha seguido el 60 por ciento de los jueces. Si el propio Consejo no sabe o no tiene decidido si los jueces huelguistas tienen que ser sancionados, ¿cómo vamos a tenerlo claro los demás? La postura es que no hay postura. Y así no se puede ir por la vida cuando uno tiene la responsabilidad de vigilar a uno de los poderes del Estado. El Consejo (o sus miembros, que hay que precisar responsabilidades...) se perjudicó a su mismo con sus pretensiones políticas de la pasada legislatura (sin atender sus propios problemas y metiéndose en los de los demás, como el Estatuto de Cataluña). Entonces se reclamó una desvinculación real del poder político. Y ahora, visto lo visto, ya no sé si sería mejor un mayor control.
La imagen de un juzgado, de cualquier juzgado, plagado de carpetas apiladas en cualquier sitio es descorazonadora. Nadie, absolutamente nadie, ha movido un dedo para que la Justicia se informatice, para que se facilite el trabajo de los funcionarios y de los propios jueces. Sólo ha habido parches y promesas incumplidas , y así es muy difícil que funcione nada. Y aquí entran en juego dos administraciones, la central y la autonómica(en Madrid, por ejemplo, desde hace ya muchos meses, en los Juzgados de Plaza Castilla hay un gran cartel que exige a Esperanza Aguirre que cumpla los compromisos adquiridos). Se puede decir claramente que la sucesión de políticos que han cogido la cartera de ministro han fracasado. No sé muy bien desde cuándo, pero sin duda podríamos hablar de las etapas de gobierno de Aznar y Zapatero. Margarita Mariscal de Gante, Ángel Acebes, José María Michavila, Juan Fernando López Aguilar y Mariano Fernández Bermejo. Alguno ha hecho más cosas que otros, pero ninguno ha sido capaz de modernizar la Justicia. Ni con pactos ni sin ellos.
La ligereza con la que algunos hablan de los jueces tampoco contribuye a la mejoría de la Justicia. Y da la sensación de que los medios de comunicación han excedido con mucho su función. Casos hay muchos, pero la famosa cacería en la que coincidieron Garzón y Bermejo es el mejor ejemplo. ¿Por qué hay tanto valiente que se atreve a insinuar que hubo una connivencia entre juez y ministro para lanzar la operación judicial contra la trama de corrupción que está afectando muy seriamente al PP y, sin embargo, nadie se atreve a decirlo claramente? La pregunta tiene fácil respuesta: se pretende influir de forma decisiva en la opinión pública pero protegiéndose de una denuncia que sin duda ganaría Garzón. Se le está acusando de prevaricar sin hacerlo. Se tira la piedra, se esconde la mano. La justa, necesaria y legítima crítica a la función de los jueces no es eso. Tampoco criticar a un juez cuando actúa contra los corruptos de un partido y aplaudirle cuando lo hace contra los corruptos del otro. Eso es ruín.
Y llegamos a la figura de Bermejo. No salgo de mi asombro cuando escucho peticiones de dimisión por la cacería. Más asombrado estoy cuando leo que ese asunto, la cacería, ha hecho que Zapatero pierda su confianza en él. Nadie pide que dimita porque la administración de Justicia sea un caos, pero sí porque un ministro y un juez coincidan en una cacería con otras 40 personas. No me parece ni justo ni sensato que el futuro de un ministro se juegue en sus horas de ocio, que se le juzgue por su privacidad en lugar de por su trabajo, o por la "oportunidad" de sus actividades. ¿Que no sabe hacer bien su trabajo? Perfecto, que se le cese y se nombre a otro. Pero esta forma de actuar me parece perversa y muy perjudicial para todos. Para el Gobierno, porque pierde credibilidad. Para la oposición, porque confirma que las operaciones de acoso y derribo por temas triviales funciona. Para la gente, que no sabe muy bien por qué se cesa a un ministro. Y para la Justicia. Porque cada vez es menos justa en demasiados aspectos.
miércoles, febrero 18, 2009
Algo estamos haciendo mal...
Le doy vueltas a estas cosas y no termino de entenderlas. Será porque siempre me gusta pornerme en el lugar de los demás para saber cómo afrontar las situaciones que nos coloca la vida en nuestro camino, y en estas situaciones no sé cómo hacerlo. Y me viene a la cabeza una frase de una película que acabo de volver a ver, El tren de las 3.10: "hay una gran diferencia entre querer que alguien muera y matarlo". Hoy en día parece que hay demasiada gente que no ve esa diferencia. Y eso me asusta. Porque es obvio que, en nuestras propias vidas, no nos podemos llevar bien con todo el mundo. ¿Y si ese tipo al que no soportamos o no nos soporta alcanza un punto en el que tampoco sabe marcar esa diferencia? La idea, insisto, es terrorífica. Acabará detenido, seguro, como el chaval de Sevilla y sus complices o encubridores, pero el daño es irreparable.
¿Es un problema de educación? Seguro que sí tiene algo que ver (¿el asesino nace, se hace o las dos cosas?), pero ¿cuántas veces hemos escuchado a los familiares, amigos y vecinos de un asesino aquella frase de "parecía buena gente"? En casi todos los casos. Luego, ¿cómo se previene esto? ¿Puede aprender respeto por sus semejantes alguien como este asesino? Ojalá tuviera una respuesta. Ojalá se le pudiera dar una respuesta a los padres de Marta, porque son ellos los que van a tener que vivir toda su vida con el dolor, la angustia y la pérdida que acaban de sufrir. Porque, por mucho pena que cumpla este chaval, es más que posible que los padres algún día le vuelvan a ver la cara al asesino de su hija. ¿Cadena perpétua como solución? Tampoco lo tengo claro. Hace años me enseñaron que no se debía legislar en base a casos puntuales, sino a creencias e ideales. Y esa frontera la veo rota desde hace tiempo.
Como la frontera de la decencia informativa. ¿Por qué vemos continuamente a menores en televisión hablando de sucesos como éste? ¿Por qué se cree valioso desde el punto de vista informativo saquear las cuentas que pueden tener en las redes sociales de Internat una asesinada o un asesino y mostrar sus fotos a todo el mundo? ¿Qué pensaría el redactor jefe o director que decide apostar por estos contenidos si la asesinada fuera su hija, su hermana, su mujer o su madre? Y la pregunta más importante de todas: ¿por qué no se abre, de una vez por todas, un debate serio y riguroso para fijar unos límites a toda esta miseria periodística? Definitivamente, algo estamos haciendo mal. En la vertiente periodística es fácil decir qué. En la social, complicadísimo.
lunes, febrero 16, 2009
Consenso periodístico, rutina política
Volviendo a la parte política del asunto, todo este tinglado me ha hecho recordar aquella pomposa afirmación de José María Aznar, en la que sentenció con su arrogancia habitual que el PP era un partido incompatible con la corrupción. Brutal osadía la suya al poner la mano en el fuego por más de 700.000 afiliados y unos cuantos alcaldes, presidentes autonómicos y cargos políticos de todo tipo. El tiempo demuestra que las afirmaciones vacías se pueden decir todo lo alto que se quiera, pero con más bien poco fundamento. La corrupción, por desgracia, puede afectar a todos los partidos (todos, sí, todos...) y a todos los ámbitos del poder (desde la presidencia del Gobierno hasta la presidencia de la comunidad de vecinos). El error está en empecinarse en lo que la realidad termina por revelar como falso. Y en esas sigue el PP en estos momentos.
Por ejemplo, hace un par de semanas, Mariano Rajoy se declaró fan incondicional de la comisión de investigación que, en la Asamblea de Madrid, iba a investigar el asunto del espionaje cruzado entre cuerpos parapoliciales que no deberían existir. ¿Y qué ha hecho el PP para demostrar ese fervor absoluto de su líder? Vetar la comparecencia del propio presidente de los populares. Una vez más, las palabras y los hechos van por caminos diferentes. Las palabras son rotundas, pero los hechos son aún más tozudos. El PP ha rechazado 13 de las comparecencias propuestas por PSOE e IU. Es lo que tiene la mayoría absoluta, que uno hace y deshace del modo que le parece más oportuno. Casi tan democrático como reprochable. Pero ya tienen experiencia en estas lides. Ya vetaron todo lo que podían vetar en la comisión que investigó el Tamayazo, una comisión que no estudió documento alguno porque el PP no quiso y se basó sólo en testimonios contradictorios y, en algún caso, surrealistas.
Y a todo esto, se supone que en menos de dos semanas tenemos dos elecciones que el PP, probablemente, no va a ganar. Según las encuestas, en Galicia sumará más votos que ningún otro partido, pero no podrá pactar con nadie y seguirá cuatro años más en la oposición. En Euskadi, la lucha es por no sufrir un varapalo demasiado severo y tener el suficiente poder para condicionar un hipotético gobierno socialista, porque si gana el PNV la cosa seguirá como hasta ahora. Es decir, sin influencia alguna del PP en Euskadi. Los resultados de ambos comicios (a la espera de las próximas elecciones europeas) parece, y digo parece, que sólo pueden empeorar la situación del principal partido de la oposición.
"Mejor para nosotros", me decía hace unos días alguien que votó al PSOE en las últimas elecciones generales. Pero yo no lo tengo tan claro. La pasada legislatura fue la del tiro al blanco al socialista, la de la crispación, de la de la negación de la realidad. Esta legislatura está siendo la de una lucha encarnizada entre las diferentes facciones dentro del PP. Y me da miedo el partido que pueda salir de ese proceso y lo que puedan hacer a partir de entonces. Me da miedo que triunfen quienes están empeñados en considerarse perseguidos, víctimas de una gran conspiración mundial, en lugar de admitir que hay gente en su partido que se ha aprovechado de sus cargos políticos para cometer actividades ilegales. Me da miedo que, en lugar de colaborar con la investigación, los dirgientes del PP se coloquen en actitudes poco democráticas (que lo son, le pese a quien le pese...) como dudar de la Justicia, de la separación de poderes o de la prensa sólo cuando no les conviene lo que se investiga o publica.
Lo que más pena me da de todo esto es que sólo sirve para confirmar que la política está muy podrida. Por eso no me hace gracia un caso de estos, le pase al PSOE, al PP o al partido de los no fumadores. Pero el caso es que hay cierta justicia poética en que esto le esté pasando precisamente ahora a este partido, con todo lo que se ha escuchado desde la sala de prensa de la calle Génova en los últimos años... Porque, claro, hay que recordar que Garzón era un héroe cuando destapaba escándalos del PSOE...
sábado, febrero 14, 2009
Feliz San Valentín
jueves, febrero 12, 2009
Una de frikis
Cada vez que en alguna conversación sale esto de los nombres que algunos frikis ponen a sus hijos me acuerdo de Nicolas Cage. Sí, el actor. Resulta que tuvo un niño al que le puso Kal-El. Es el nombre kryptoniano de Superman. ¿Habrá pensado en algún momento el señor Cage la de niños con los que se va a encontrar su retoño que querrán presumir de haberle pegado una paliza a Superman...? ¿Por qué los padres no ahorran el sufrimiento a sus hijos de tener un nombre que no le va a traer más que disgustos. Preguntas sin respuesta, que obedecen sin duda a un frikismo mal entendido que puede llevar a algunos a realizar las acciones más rocambolescas. Y cuando uno cree que lo ha visto todo, se encuentra a Michael.
Sí, éste es Michael. Se ha tatuado en el pecho el logo de Batman. Le faltan la capa y las orejas puntiaguadas y ya parecería todo un superhéroe...
miércoles, febrero 11, 2009
"Prohibido hablar de política"
- ¿Por qué no lo quita?
- No es con usted -dijo el peluquero-. Ya estamos de acuerdo en que usted es un hombre imparcial."
(...)
"El alcalde no frecuentaba la peluquería. Alguna vez no había visto el letrero clavado en la pared: Prohibido hablar de política, pero le había parecido natural. Aquella vez, sin embargo, le llamó la atención.
- Guardiola -llamó.
El peluquero limpió la navaja en el pantalón y permaneció en suspenso.
- ¿Qué pasa, teniente?
- ¿Quién te autorizó a poner eso? -preguntó el alcalde, señalando el aviso.
- La experiencia -dijo el peluquero.
El alcalde rodó un taburete hasta el fondo del salón y se subió en él para desclavar el aviso.
- Aquí el único que tiene derecho a prohibir algo es el Gobierno -dijo-. Estamos en una democracia".
Más o menos esa es la sensación que tengo con todo lo que está sacudiendo la política en estos días. Desde hace ya demasiado tiempo, nuestros políticos sólo quieren hablar de lo que les conviene y permitir lo que les interesa. El primer diálogo me sugiere lo que ya he comprobado, en persona y alguna vez (pocas, afortunadamente, en este blog). El común de los mortales sólo quiere escuchar afirmaciones que reafirmen sus propias creencias. Estoy como el peluquero de García Márquez. La experiencia me dicta que hablar de política puede no ser saludable o recomendable en ciertas situaciones. Pero me gusta hablar de política, qué le vamos a hacer... Y tratar siempre de ser respetuoso con unos y con otros, con afines y contrarios, es lo que me va a permitir hacerlo durante mucho tiempo y, además, con total libertad para decir lo que pienso.
La facilidad con la que el alcalde decide quitar el cartel me ha recordado la situación actual que vive el PP en estos momentos, situaciones que nació en la Comunidad de Madrid y que ya salpica al partido en toda su extensión. Hay una trama de espionaje todavía no aclarada (y que si sólo dependiera del poder político, me temo que no se aclararía jamás) y ahora nos explota otra de corrupción. Pues a escoger, la segunda parece más grave, pero en ambas puede haber delitos. "Aquí el único que tiene derecho a prohibir algo es el Gobierno", dice el alcalde de García Márquez. Pero en la realidad vemos que no. Que aparecen hombrecillos sin cargo ni parte en los asuntos públicos que tienen el poder de hacer y deshacer, de ordenar y de prohibir.
Llegamos así al punto más perverso de la práctica política. Quienes se supone que deben ser los mejores ciudadanos, son quienes más se aprovechan de las debilidades del sistema. Y lo hacen con la condescendencia de sus superiores. Escuchar a Rajoy diciendo que sabían que había gente que buscaba dudosos negocietes diciendo que tenía el respaldo de la dirección nacional de su partido y que no le pareció relevante, es de chiste. Pero ya no me asombro. Cuando hace unos cuantos años se destapó judicialmente lo de Marbella, me mostré convencido de que no era un paraíso delictivo aislado, sino que había otros muchos lugares similares. La Comunidad de Madrid lo acaba de demostrar. Me decían ayer que una persona que conoce el funcionamiento de muchos de los pueblos afectados por la investigación afirma que si Garzón sabe tirar del hilo va a descubrir muchísimas cosas más.
Pero lo más gracioso de todo esto es que siempre se quiere matar al mensajero o a cualquiera que pase por allí. Un juez destapa una trama de corrupción, y en lugar de censurar y castigar a los corruptos determinados dirigentes del partido popular se dedican a atacar al juez que lleva la investigación (¡viva el tan cacareado respeto a las decisiones judiciales!), al partido del Gobierno central, al que se acusa de azuzar a jueces y fiscales en su contra (¡viva el respeto a la separación de poderes!), y a la prensa por montar una campaña en su contra (¡viva el respeto a la libertad de prensa!). Hay que asumir dos cuestiones cuanto antes si queremos sobrevivir. La primera, que la corrupción puede atacar a todos los partidos (y no sólo al PSOE, como con tanto eslogan barato se nos ha querido convencer). La segunda, que el enemigo es siempre el corrupto, sea del partido que sea.
Pero siempre es más fácil disparar en dirección opuesta. ¿Algo mal? ¿Yo? No puede ser, la culpa tiene que ser irremediablemente de otro. Claro, por eso se me saltan las lágrimas al escuchar a Obama decir que metió la pata en varios de sus nombramientos. Autocrítica y disculpas. Impresionante. La piel de gallina. Los pelos de punta. Pero al otro lado del océano. Porque, claro, ¿qué sabemos nosotros, en este humilde país que es España, de presentar disculpas o hacer autocrítica? Primero hay que dejar claro el consabido "yo no he sido". Si demuestran que sí he sido, hay que echarle la culpa a otro. Y si resulta que el otro es de mi mismo partido, entonces es que hay una persecución contra mí. Y con esos vamos ganando tiempo y pasando elecciones, que es, al final, lo que permite que los corruptos sigan ocupando sus puestos y llenándose sus bolsillos, algo todavía más repugnante en esta época de crisis que nos ha tocado vivir.
Ojalá esta forma de actuar fuera exclusiva de la política, pero me temo que está demasiado extendida. El ya famosísimo caso de Wyoming y su becaria lo demuestra. No me entusiama la creación de hechos falsos que puedan confundir a los periodistas (me acordaba de la memez que hizo el Follonero de La Sexta de colocar a una actriz el día de la lotería de Navidad diciendo que había metido en la lavadora un décimo premiado), pero para mí lo peor está en la forma de actuar de Intereconomía. Publica una noticia sin contrastar, sin preocuparse de saber si es cierta o no. Sólo para hacer daño a un enemigo. Para colgarse la medalla de "yo me cargué a ese tipejo". ¿Que no era un tipejo? Da igual. Yo me lo cargo (y aquí me acuerdo de la magistral escena del sermón sobre las plumas en ese peliculón que es La duda). ¿Imparcialidad? ¿Para qué? Mejor mentir y ganar que decir la verdad y vivir honradamente.
El todo vale está instalado en nuestras vidas. Ojalá sólo el Gobierno tuviera la capacidad de prohibir algo. Ojalá. Porque estamos rodeados de pequeños caciques que se creen los amos del universo.
viernes, febrero 06, 2009
'Star Wars: The Exhibition'
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Para completar el recorrido, hay una zona en la que se puede jugar al último juego de Xbox relacionado con la saga y la inevitable tienda (al oír que el sable de Darth Vader, ese que algún día me compraré, vale 140 euros, fue cuando casi me alegré de no ir con un niño al que le tuviera que comprar algo...; una cosa es la ilusión y otra la crisis económica, ya sabéis lo mal que se llevan ambas cosas, pero mi alma friki y mi corazón me habría llevado a comprarle algo, claro...) Puestos a ponerle pegas a la exposición, habría que decir que está mucho más centrada en la nueva trilogía, de la original hay menos artículos y se echan de falta cosas tan emblemáticas como el Halcón Milenario. Además, se cuenta mucho sobre la historias en las películas, pero poco (salvo un vídeo sobre los efectos especiales) sobre cómo se hizo esta saga, una historia tan fascinante como las propias películas.
Quien quiera conocer más sobre Star Wars: The Exhibition, que pinche aquí. Yo, como buen fan que soy de la saga, sólo puedo recomendar que vayáis... Y, si queréis (y mi bolsillo lo permite, que son diez eurazos la entrada; eso sí, muy bien gastados), me ofrezco hasta de guía...
miércoles, febrero 04, 2009
Por esto me fastidia tanto hablar de la crisis
Panasonic lo justifica en que cierra 2008 con unas pérdidas de 3.300 millones de euros. Se le olvida mencionar que en 2007 ganó 2.400 millones y que, hasta el año pasado, encadenaba nada menos que ocho ejercicios con beneficios millonarios. Todo ese dineral que han estado ganado hasta entonces no sirve ahora que estamos en crisis. Ha ido a los bolsillos de unos pocos, claro. De los mismos de siempre. Y ahora no ayuda siquiera a que algún que otro trabajador mantenga su puesto de trabajo. Despidos y punto. Vamos, que el cinturón se lo tienen que ajustar los de siempre, los de abajo.
La segunda noticia es todo lo contrario, un soplo de aire fresco, una bocanada de esperanza, una demostración de que hay gente buena, sensata y decente por el mundo. "Carajo, las cosas van subiendo y todos debemos contribuir", dice un tipo de Barcelona, de 75 años, que ha decidido aportar su granito de arena a la solución de este asunto rebajando en 50 euros el alquiler a los inquilinos de los pisos que posee. Dice que no hace nada excepcional, sólo lo normal. Y tiene razón. Pero en este mundo de locos en el que vivimos, en el que el rico aprovecha las crisis para aplastar más al pobre, lo que ha hecho es digno de elogio. A algunos les parecerá una tontería. A mí me parece la solución más coherente para salir de la crisis. Porque si los que pueden no ayudan, salir de la crisis va a ser una utopía para muchos.
Por todo eso me fastidia tanto lo de la crisis. Por eso y por los beneficios multimillonarios que sigue presentando sin ningún pudor la banda española, que ha ganado en 2008 más dinero que toda la banca mundial junta. Interesante. Pero para una vez que escucho una amenaza con sentido e interés, la del ministro Sebastián diciéndole a los bancos que al Gobierno se le está acabando la paciencia por su comportamiento, por no dar crédito a empresas y familias, por no reactivar la economía, sale Pepe Blanco y dice lo contrario. Que la paciencia es ilimitada. Para los más de tres millones de parados y para muchísimas personas más no puede ser ilimitada, porque estamos a día 4 y las facturas ya se las han pasado.
lunes, febrero 02, 2009
Los nuevos ídolos son humanos
Y lo mejor de todo es que, con todo lo que ya hemos vivido con Nadal, tantas horas de tenis y de emociones (Roland Garros, Copa Davis, la prodigiosa final de Wimbledon, el oro olímpico, ahora el Open de Australia...), nos quedan muchísimas cosas por verle todavía. Muchísimas. Lo que está claro, y no sé si todo el mundo es consciente de lo que eso supone, es que estamos viendo Historia del tenis según acontece. Eso no es fácil de presenciar y muchas veces ni siquiera se valora. Algún día (muy lejano, espero) Rafa Nadal dejará de ganar. Cuando eso suceda, se hará balance y nos daremos cuenta de todo lo que habrá hecho para entonces. Y va a ser todavía más grande. Pero hoy saboreo haber visto un pedazo de Historia en una mañana de domingo. Grande. Muy grande.